La luna, ¡Ah inspiradora eterna de los corazones románticos que alzan su mirada al cielo cuando su espíritu se desgaja en suspiros y evocaciones! A veces te transformas en velero y en esa prodigiosa embarcación cobijamos nuestros sueños enamorados para que naveguen por las innumerables constelaciones, traspasando astros y cazando esa pedrería luminosa, tesoro de piratas inexistentes en los extensos mares ingrávidos. Pero acaso porque eres una impenitente traviesa y te fascina hacernos suspirar y acongojarnos el alma, de pronto te desapareces o es algún mago insolente quien te oculta bajo su capa de nigromante o tal vez simplemente el te disfrace de estrella y entonces nos atisbas desde el fondo del espacio sin que atinemos a reconocerte. Mas, súbitamente, renaces majestuosa, esférica, sin las mordeduras misteriosas que fagocitan tus montes salinos y te apoderas de la noche como el sol de las sombras, caldeando los sentimientos prolijos de quienes te invocamos para inspirarnos, farol sem…piterno…grrr. Y es entonces que grrrrr, atchhhh, es entonces que te…

(Es lamentable lo ocurrido con nuestro poeta. Es posible que mañana algo recuerde de todo esto, la luna será la misma pero indudablemente será otro quien hablará, será otro...)