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JUANITO, EL COMPUTADOR Y UN AMOR INCONCLUSO

El rostro demacrado del padre parecía sonreír dentro del ataúd. Juanito, su hijo, lo contemplaba con una extraña mezcla de estupor y curiosidad. Ese estado era una embrionaria sensación que mucho tiempo después se transformaría en la vulgar pena y así parecían descifrarlo los rostros condolidos de las vecinas que asistían al velatorio. Las frases de costumbre se deshilaban entre susurros que los labios temblorosos de las más ancianas articulaban despaciosamente. _¡Tan joven y morirse! Pobre viuda….pobre niño… Juanito sospechaba que aquí estaba ocurriendo algo trascendental. A sus cinco años, la muerte era un asunto que no le incomodaba en lo más mínimo y sólo se daba cuenta que el rostro deslavado de su madre, ese féretro reluciente con olor a barniz y esa gente que permanecía sentada alrededor de la pieza, acontecimientos que no ocurrían todos los días, era más que probable que no significaran nada bueno. Meses después, el pequeño sentiría en carne propia el significado de la palabra muerte, traducido en una persistente ausencia de ese hombre robusto, demasiado grande para él, pero tan pródigo en ternuras y caricias fraternas.

-¡Mamaaaá!- bramó el pequeño a su madre, quien se secaba las manos en su delantal de cocina. ¡Papito me escribió un mensaje en el computador! -¿Queee? –preguntó su madre. –Siiii –contestó Juanito, que, alborotado, empujaba a la madre a su cuarto. La mujer, enflaquecida por la pena, sonrió con dulzura y remeciendo suavemente los remolinos amarillentos del cabello del niño, lo acompañó al dormitorio. Allí restallaba la pantalla azulosa en la semipenumbra. La mujer acercó sus ojos al texto y leyó los breves caracteres destacados en negrita: Hijo mío. No tengas pena. Ahora estoy bien y aunque sea invisible para ti, siempre estaré a tu lado. Tu papito Arturo. La madre se enjugó una lágrima que perduraba en esos ojos ya secos de llanto. –Debe ser una broma de alguien- se dijo para sí, tratando de no desencantar al niño. –Yo sabía que mi papito vendría a verme- exclamó con inocencia Juanito, resolviendo de este modo en su tierna almita regalona, la ineluctable condición de la muerte.

Los mensajes continuaron sucediéndose en el ordenador de Juanito, quien los deletreaba trabajosamente. La madre no desalentaba al niño, argumentándole que bien pudiera ser que alguien les estuviese jugando una pesada broma, sino más bien, se hizo un poco cómplice de este asunto, contestando los escritos y pidiéndole al menor que le escribiera algo a su padre.

La madre escribió una carta a Arturo su esposo y como era ilógico que la remitiera al cementerio, al cielo o a cualquier lugar impreciso en donde posiblemente residiera el alma del fallecido, la guardó con amor en un cajón de su cómoda. Se sintió más ligera, la pena la había sufrido en todas sus etapas y el acto de expresarla en esas pocas y sentidas letras, le procuró un poco de alivio. El correo electrónico de Juanito con su padre se mantenía con plena vivacidad. El niño narraba sus avances escolares y sus imperdibles travesuras y el padre le conminaba a seguir perseverando en sus estudios y a respetar y amar a su madre por sobre todas las cosas.

Cuando Juanito cumplió los quince, transformándose en un mocetón muy parecido a su fallecido padre, la madre, que no había vuelto a casarse, le preparó una hermosa fiesta de cumpleaños. Se invitó a un gran número de adolescentes que bailaron, degustaron los dulzones tragos que se prepararon para la ocasión y acompañaron al agasajado en esa aburrida ceremonia que es la entrega de regalos.

Al desenvolver el inmenso paquete que destacaba del resto, Juanito no pudo ocultar un gesto de extrañeza. Un moderno computador, una maquinaria soñada por todos los jóvenes, estaba allí y le había sido obsequiada por alguien que no quiso identificarse. El no necesitaba aquel regalo ya que su cuarto era un arsenal de equipos de última generación. Motivado por la curiosidad, se desentendió de aquel ambiente festivo y partió a su cuarto a instalar el equipo. Grande fue su sorpresa al encender el aparato y ver como se desplegaba la página de textos con la siguiente leyenda: Ya eres hombre, hijo mío. Te seguiré acompañando desde este lugar. Tu padre. Es obvio que la reacción del joven ante este evento no fue de absoluta credulidad sino más bien de molestia. Alguien se había confabulado para molestarlo sistemáticamente y ese alguien debía ser un conocido que en el anonimato se burlaba de él. Pensó en sus compañeros, en sus primos, hasta en su madre. ¿Por qué no podía ser su madre si, después de todo, en los extraños mensajes se filtraban datos que sólo eran conocidos por ella y por su fallecido padre?

La madre se enjugó sus lágrimas al recordar ese pasado que se quedó trunco al fallecer su marido. Nunca había logrado olvidar el cariño que le prodigó en esos cortos seis años de matrimonio su fallecido Arturo. De pronto recordó aquella sentida carta que ella le había escrito pocos meses después de su partida. Con manos trémulas buscó y rebuscó entre sus objetos hasta encontrar un papel amarillento: era la carta que ahora aparecía, extemporánea, deslavada, pero guardando todo el sentimiento que ella pudo entregarle en ese momento. Cual no sería su extrañeza y estupor al leer bajo su propio escrito las siguientes palabras: Amada mía. Siempre estaré a tu lado, cuidándote. Arturo. ¡Era su letra!, ¡Aquel trazo firme de caracteres bien delineados que parecían relumbrar en el papel! No. No era una broma. Su varonil caligrafía era inconfundible. No era una broma, no, no lo era.

Todos los días Juan, el destacado profesional, se toma su tiempo para encerrarse en su habitación y escribir en su computador, ese que misteriosamente recibió de regalo hace unos quince años. Su madre falleció de un ataque cardiaco dos años atrás. En realidad, Juan sabe que no fue así, tiene claro que lo que llevó a la tumba a esa mujer, fue la inmensa pena que nunca pudo sacudirse de su alma, un dolor que llevó consigo a perpetuidad. Eso él lo sabe porque ella se lo ha confesado, más bien dicho, se lo ha escrito en el procesador de texto con el cual se comunica con su hijo y dentro del cual convive junto a su marido, aquel hombre que fue y será hasta la eternidad su gran y único amor.

Texto agregado el 16-08-2003, y leído por 2417 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
04-02-2022 Hay amores eternos que nos acompañan siempre, creo todo puede ser posible, vivenciar la 4ta dimensión, poder comunicarse a través de un pc y ver que la vida sigue porque no hay muerte solo vida en formas más sutiles. spirits
12-10-2009 Que lindo relato!!! Cuando yo logre hacer un relato con mas de 150 palabras se lo regalaré, sólo por todos los buenos momentos que sus relatos me han regalado. colgando_las_plumas
12-06-2008 bonito cuento, te saludo ErnestVLuna
19-09-2007 Un relato lleno de emotividad. Me gustó. Medeaazul
10-02-2006 Tu relato está lleno de un idealismo tierno y encantador... turcoplier
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