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En la playa un hombre ha ido. Yo me entretengo en su camino.

-¡Eh, oiga! ¿Que esta haciendo! ¿No ve que esa huella es mía?
-Perdone señor, la encontré aquí tirada y pensé que no era de nadie…es decir, ya se que alguien tuvo que hacerla, pero ni por un momento consideré…Solo quería probármela.
-Pues ya lo hizo así que quite su pie de ella. Es mía.
-No sea así caballero, usted tiene muchas y puede hacer cuantas más quiera. Solo le pido un trocito de su camino.- Y miré hacia atrás señalándole el reguero de pisadas.

De la senda trazada en la arena desde el horizonte, más o menos curvilínea, sobresalía, a unos quince pasos, una pisada profunda, como el punto de la i en una palabra como "camino".

- Verá usted; Llevo todo el día probándome huellas y huellas sin encontrar ninguna que me complete. Es un divertimento estúpido, lo sé, pero me entretiene exactamente el tiempo justo para inspirarme. Al probarme la suya, sin duda, la he encontrado. Si fuera tan amable de prestármela, aunque solo sea aquella que se sale del camino.

Me examinó de arriba abajo deteniéndose un largo rato en los pies. Miró un segundo hacia atrás, se atusó el bigote y dispuso:

-Esa marca es fruto de un tropiezo. Dudo que le sirva de algo aunque tómela si quiere. Es más, se la regalo. Esa y las siguientes diez pisadas. Esa huella ya no pertenece a mi pasado.

Y dicho esto siguió el resto de su camino; el que no estaba escrito aún sobre la arena.

Me monté en ese trocito de senda ajena que ya era mío, y me acomodé en el tropiezo en un forzado equilibrio intemporal, un fotograma instantáneo del mismo. Me caía perfectamente. Las huellas se ajustaban como un beso a la totalidad de la planta. Avancé con el pie izquierdo y al colocar de nuevo el derecho noté una cierta cojera, un leve desplazamiento hacia el envés. La pisada no hacía fondo, se quedaba almohadillada, carente de peso, de contundencia. Comencé a preocuparme. El hombre me había regalado su cojera y no era nada cómoda. Cuando completé las diez huellas me detuve. Me asomé a ese abismo horizontal que me rodeaba y tuve miedo. ¿Y si nunca más pudiera andar sin la cojera?

Seguí allí hasta la noche quieto dándo vueltas en la incertidumbre en esa postura angustiosa de Tay Chi. Después, tranquilo ,se me acercó el mar. Pasó la lengua y se llevó las huellas de aquel día, mi cojera, la angustia y un camino que unas horas antes parecía seguro como una autopista.
Lo hizo así, sencillamente, como el tiempo los recuerdos.

Texto agregado el 09-05-2005, y leído por 165 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
07-12-2007 Me da risa imaginarme la cara de alguien si, en la playa, le preguntara "Señor, ¿me presta su huella?" Felicitaciones por el texto, está hermoso. Annalin
11-05-2005 Hermoso. A veces el pasado hace que a veces olvidemos el camino andado y, con cojera o si ella, pienso que eso no es bueno... en fin...Mis estrellas Lothard
09-05-2005 Un hermoso relato lleno de imágenes y metáforas. Nunca la huella de otro va bien a nuestro pie. Un abrazo y estrellas. Magda gmmagdalena
09-05-2005 Me parece una metáfora bien interesante,las huellas de nuestro pasado y los caminos ajenos que a veces deseariamos recorer. cuantico
 
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