Era una tarde triste en un día plomo y libre de incienso, la carreta que se veía pasar desde mis pies hacia el galopar de esa falsa sonrisa, hacia transpirar mis dedos y correr a mis pies sin para junto a las piedras, el enorme desplazamiento del caballo negro y risueño era el reflejar de las nubes rotas entre el arrasar de los nulos disparos hacia mis pensamientos de ira, o simplemente el flamear de los árboles insultando al viento, inquietaban mas al sonoro animal de ojos brillosos, y claro, era la mismísima muerte haciendo pie aquí en mi cabeza y el sueño que se pellizcaba mis pieles como despertando aun que no lo fuera, seguía mis huellas y ocultaba el campo tan verde con sus poses, pues bien, ya la luz se hacia múltiple entre Tantos colores de alivio, ya que los cánticos de fiera enloquecida se escuchaban mas lejos y yo ya casi entraba a casa, pues mis padre me lo habían advertido, los cachos infieles paseaban sin rumbo alguno por la floresta y el roció bosque. Las preguntas eran prolijas entre el temblar de mis labios rotos con él frió y la cascada del miedo que se balanceaba como niño inquieto, acudía aun seguir viviendo entre tamaña escena, entre largos pasos hacia mi figura desconcertada, que se hacían eternos entre la fobia, y bien, ¡Raúl, donde estabas, estas nos son horas de caminar por el campo, te dijimos que no salieras niño porfiado, que te hizo, que viste, en donde estaba¡ ¿te alcanzo?, He, tranquilos, no había nada yo no creo en ese cuento padres, eso no existe, tranquilos, y tomemos esa sopa ardiente que ya se enfría.