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Las visiones de aquella intersección eran mías, al igual que el rincón donde me envenenaba con la cerveza más fría de la ciudad.
Don Pepe entraba y salía, con su sonrisita hipócrita preguntaba si quería algo más, en realidad lo que le interesaba era que vinieran nuevos clientes, pero el asiento era mío y me pararía cuando ella llegara y nos pusiéramos de acuerdo.
- Por favor, tráigame otra.
Un minuto después aterrizaba una cerveza más congelada.
La vi en la esquina del frente, trataba de cruzar pero cuando avanzaba dos pasos retrocedía cuatro, el semáforo estaba apagado, los vehículos batallaban por traspasarse, sus gafas tan anchas me causaron una risita que no pude contener, desde mi asiento le señalaba mi jarra, como para que se desconcentrara.
- Deberías quitártelas, no creo que nadie te reconozca, si estuviéramos en el Malecón que siempre está repleto de chusma no te dijera, pero por aquí, no creo que alguien aparte de mi se te asome.
- Como siempre tan amable y respetuoso.
- No necesitas esconder tu belleza.
Se las quitó gradualmente, observaba hacia la avenida como quien esperaba una revelación.
- Este sitio no me gusta.
- Vengo aquí a beber cervezas desde antes que me sincerara contigo.
- Una cosa es que usted venga a beber, otra que nos juntemos aquí.
- Bueno, yo pensaba que no vendrías, como he insistido tanto y tú nunca me diste respuesta favorable..

- No sé que busco aquí, le dije a Damián que me llamaron para una entrevista de trabajo.
- El pobre se lo creerá, eso es lo grandioso.
- ¿Qué le diré si le cuentan que me vieron “bebiendo cerveza” con su compadre?
- Estoy seguro que no le daría crédito al informante – apreté sus manos y le temblaban – nos iremos tan pronto como termine esta botella....¿Quieres algo de beber o comer?
- Nada que provenga de aquí.
- Si sigues así voy a empezar a creer que no te gusta este sitio.
Por fin se quitó la mascara.
- Quiero decirle algo, aquel día en el pasillo... eso fue algo impulsivo, supongo. – Al frente una ancianita de ropas ajadas se detuvo y la miró como si le fuera conocida, luego estalló en una carcajada sin dientes; cruzó la intersección, casi la aplastó un camión, se salvó porque existe un dios quien ocasionalmente se ocupa de las menudencias terrenales.
- ¿Impulsivo? Yo no te obligué, aparte tu reacción fue positiva.
Recordábamos una ocasión en la que me invitaron a cenar, fui más temprano de lo previsto; juro que no fue algo premeditado sino que el taxista manejó como una bestia derribando cada hidrante que le obstaculizara el trayecto.
Damián aun no estaba porque se le presentó un contratiempo en la oficina, así son ellos – los ejecutivos – de alguna manera debían justificar sus altos sueldos en US dollars.
Toqué el timbre una sola vez, me abrió medio sorprendida, vestía un lindo vestido corto y semiescotado, no pude resistir susurrarle un par de linduras, se sonrojó y me pidió respetar nuestros roles.

- ¿Pero no le da nada de pena?. – Le pedí otra cerveza a don Pepe.
- ¿Por qué? Sólo te dije lo mismo que le dicho a cada mujer que me ha gustado en esta vida.
- ¿Eso significa que soy una más entre tantas?
- Ahora no hay “tantas”, sólo te pienso a ti, si supieras que desde que se casaron no hay una noche en la que no me haga una (mímica) a nombre tuyo.
Se rió estrepitosamente, calculé esa salida por dos motivos: el primero para que botara tensión porque aun estaba nerviosa, el segundo porque ella al igual que su marido era una hipócrita que rendía culto a la urbanidad en su más patética expresión; yo era diferente, no me iba por las ramas para describir cada cosa por su nombre y apellido.
- Verdad que usted es un buen mentiroso, no puede soportar cuatro años....haciendo eso.
- Bueno, mi vida, no puedo obligarte a la creencia. – seguía mirando a los lados como quien se fuga de la Victoria. - empezaba a contagiarme de su intranquilidad, pero la contrarrestaba vistiéndome de Chris Noth en “Sex and the City”.
- Ese día fue la culminación de los otros donde insinué mis intenciones, recuerda que desde hace casi dos años te he llamado diariamente, es casi como si conviviéramos a distancia.
Asintió.
- Sí, pero yo creía que sus llamadas eran de pura cortesía, lo tomaba a bien porque pensaba “el compadre me tiene pendiente”, nunca se lo comenté a Damián.

- Tú disfrutabas nuestras conversaciones ¿cuantas veces se te quemó la carne por estar tan concentrada?... lo siento mucho por él pero tú me gustaste desde que nos presentó, contrario a sus otras novias, nunca sentí el deber de respetarte, ya que él te conoció así de repente, aparte creo que muchas veces me provocaste ya fuera con alguna miradita o un coqueteo cuando ibas y venías por la casa, eso me convenció de que pensábamos lo mismo.
- Usted ha abusado de la confianza, vi en usted a un cuñado y lo he apreciado como tal, ahora no sé como tratarlo y el pobre Dami sigue matándose para darme una vida decente. No es justo, lo que me acaba de decir era pura imaginación suya.
- Querida, cada quien tiene su moralidad, yo me siento bien con la mía no sé como te sientas tú con la tuya, he confesado mis sentimientos y desgraciadamente no me importan las consecuencias, sólo cumplí con decírtelo, tienes la opción de que nos despidamos ahora mismo y no avancemos más....pero eso sí... no creo que vuelva a visitarlos, no resistiré seguir actuando como si nada pasara.
Se sonrojó, por lo visto funcionó mi chantaje.
- Hemos sido amigos, casi confidentes, creo que podemos continuar así.
Le apreté las manos, un apretón de reafirmación.
- No quiero ser amigo tuyo, los amigos no se desean.
Me soltó.
- Quisiera que me digas lo que realmente piensas, olvidándonos de toda esta pomposidad de los buenos modales.
- No sé, me siento un poco mareada – revisó el celular – en cualquier momento me llamará para saber como va la “entrevista” – le quité el celular con cierta brusquedad, lo apagué.
- No me malinterpretes, quiero lo mejor para ti, por eso deseo saber tu opinión, te dejaré tranquila si me lo pides.
- Vámonos de aquí, este lugar me enferma.
- Bien, dame un segundo.
Le hice una seña a Don Pepe quien espiaba desde hacía rato, el muy pendejo disfrutaba nuestro lenguaje corporal sin guardar la apariencia.
Trajo la cuenta, le pagué y nos largamos.
Un taxista aguardaba en la entrada de la cafetería, me acerqué, negociamos y acordamos una tarifa hacia otro tipo de negocio que conocerán a continuación.
- Fíjate, lo busqué con vidrios entintados para que por fin te relajes. – el viejo era lo suficientemente inteligente como para no entrometerse a menos que uno le hablara.
- ¿Para dónde vamos?
- ¿Dónde quieres ir?
- No sé, recuerde que me estoy “entrevistando” ¿Dónde quiere ir usted?
- Le dije al chofer que nos lleve a San Isidro.
¿Quién no conoce San Isidro? Ella que recién venía de Tasmania.
- ¿Qué hay allá?
- Sitios íntimos donde conversar, supongo que en uno de esos confesarás tus pensamientos ya sin cortapisas.
Volvió a sonrojarse.
- Compadre, eres un verdadero descarado, ahora me tratas como a una puta.
Fue la única ocasión que escuché una palabra grosera de aquellos labios tan sensuales.
- Soy todo un gentlemán cuando me lo propongo, allá nos sentamos en el sofá y hablamos, sólo hablamos, ahora te reitero, puedo decirle que se desvíe hacia tu casa y allá te dejo.
No alegó nada, trató de probar su vista de rayos X traspasando los cristales.
El taxi continuaba su ruta hacia la Zona Oriental, subimos por el elevado de la 27,rumbo al puente Profesor Bosch.
Me tomé el atrevimiento de jugar con sus dedos, luego le planté un suave beso en el cuello.
El Ozama nos quedaba debajo luciendo como siempre: sucio, marrón y pestilente; aun esperaba la crecida que cubriría definitivamente a las millares de casuchas que embellecían su entorno.
Cerró los ojos y no me opuso resistencia, el taxista se atrevió a mirar por el retrovisor y se topó con mi rictus complacido.
Diez minutos después ordené que doblara en “La Oficina”, se parqueó en una de las pocas marquesinas disponibles.
Cuando por fin nos quedamos solos, evalúo la habitación con cierto desdén, se quedó varada en la salita, revisó su cartera:
- Le diré que la entrevista se extendió porque me realizarán algunas pruebas de aptitud. Compadre, debo regresar a mi casa antes de las cuatro, le recuerdo que sólo nos sentaremos en el mueble para hablar.
- Te esperaré.

Salió hasta la marquesina buscando privacidad, juntó la puerta lentamente hasta dejarla semicerrada.





Iván de Paula 06-01-05

Texto agregado el 18-05-2005, y leído por 258 visitantes. (0 votos)


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