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Lluvia tenue.
Hilos de agua calaban las hojas de las enormes coliflores.
Una formación de orugas trepaba lentamente por una de ellas hasta que rompieron filas.
Les entró la borrachera de las hojas de col. Una de las peores por sus efectos secundarios, ya que a los gusanos les da por andar con una sola hilera de patas por el borde de cualquier hoja, con el riesgo que supone, pues la mayoría caen entre carcajadas al suelo y son comida fácil de golondrinas y ratones.

Juanito contemplaba cómo caían, sentado en un cajón de los que trajo su padre para llevar alguna col a casa.

Bajo un viejo limonero estaba Rodolfo, un caballo blanco como la nieve y de ojos suaves que se aproximaba al ribazo de la acequia para mordisquear hierba fresca.

El padre del muchacho dormía la siesta sobre una manta a la sombra de un naranjo, lo que aprovechó Juanito para conseguir su propósito.

Se acercó a Rodolfo, le frotó la frente y le tocó el morro tierno y rosado. Un resoplido le calentó la mano. Sonrió y le abrazó la testuz. El caballo quedó quieto, apreciando la caricia del niño.
Lo desató del árbol y separó unos metros, hasta que vio que podía subirse a unos sacos llenos de limones que su padre había amontonado, pero antes se hurgó en el bolsillo y ofreció al alazán unos terrones de azúcar.
De sobras sabía los efectos que iban a producir en su amigo.
Mientras se relamía de gusto por la golosina, de los costados le crecían unas alas blancas muy grandes.
- ¿Dónde quieres que te lleve?

Rodolfo hablaba y volaba en cuanto probaba el azúcar.

- Quiero ir a la ciudad de “Nunca Jamás” Dijo al tiempo que se subía a su lomo.

- Agárrate fuerte que salimos volando.

Lanzó una mirada de temor hacia su padre dormido por si se despertaba y apretó los muslos y las manos para sujetarse en los primeros aletazos.

En pocos segundos dejaban atrás a un puñado de palomas, más tarde subió por encima de los gavilanes, atravesó los círculos de los buitres y pasó más arriba de las águilas y de las nubes.

Planeaba como un avión; sólo de vez en cuando batía sus enormes alas.
Juanito se reía mirando hacia abajo y viendo su pueblo como un montoncito de piedras blancas en medio de un mar verde de sembrados y huertas.

- ¿Cuánto falta para llegar? Dijo gritando a su amigo Rodolfo.

- Ya falta poco. Cuando atravesemos aquella línea que ves allá abajo, la que separa el día de la noche, verás una luz en lo hondo. Esa joya será la ciudad de “Nunca Jamás”.

No tardaron en atravesar el límite del día y la noche e inmediatamente apareció una luz en la oscuridad de la superficie de la tierra.

- ¡¡¡La ciudad de “Nunca Jamás”!!! Exclamó feliz Juanito.

- ¡¡¡Sujétate, amigo!!! Dijo Rodolfo plegando alas y bajando en barrena a toda velocidad.

Aterrizó el alado sobre un campo de avena mullida.

La ciudad era, verdaderamente, como una joya con piedras preciosas engarzadas, sus luces brillaban diamantinas inundando con claridad de día varios kilómetros alrededor.

Cinco libélulas gigantes de colores iridiscentes se acercaron hacia los forasteros haciendo piruetas en el aire.
Juanito abrió la boca y no la podía cerrar de embobado que se estaba.

- Somos los “bienvenidores” de la ciudad y os vimos bajar a visitarnos, así que dejaros guiar por nosotros y no os arrepentiréis. ¡¡Jajajajajaja!! Reían a coro entrechocando sus alas transparentes.

El niño, aún con la boca abierta, subió sobre uno de los alargados y anillados cuerpos, mientras el blanco corcel era guiado desde el aire, formando entre todos un divertido cortejo.

Las iluminadísimas calles estaban muy concurridas. Gentes de todas las razas vestidas de mil colores paseaban, corrían, bailaban y reían.
Otras dormían plácidamente sobre pétalos de amapolas, arrulladas por el canto suave de las abejas.

El viaje había sido largo y Juanito tenía hambre.

Miraba a su alrededor por ver si encontraba algún lugar donde diesen comida y vio a otro niño que mordisqueaba algo, pero antes de darle tiempo a preguntar, al no ver por donde pisaba, tropezó con una columna. Del coscorrón arrancó un pedazo de material del poste que aguantaba el soportal de una casa del viejo oeste norteamericano. Paró en seco y sintió un perfume a chocolate que le embriagó. ¡Toda la casa estaba hecha de este material!
Agarró el pedazo del suelo y mordió con fuerza el chocolate. Ya veía de otra manera la ciudad, hasta con más detalle.

Dos canes, un San Bernardo y un Pequinés les adelantaron riéndose a carcajadas del chiste del segundo: “Se acercó un hombre a su perro y le dijo: Guarda de que nadie se coma estas salchichas, unas que había dejado sobre la mesa de la cocina. A lo que nuestro hermano le contestó: “Despreocúpate”. El hombre se despreocupó y el perro se las comió”... ¡¡¡JAJAJAJAJAJAJAJA!!!

Rieron también Juanito y Rodolfo. Cerraron tanto los ojos por la risa que, en el descuido, dieron un paso en falso y cayeron en la boca de un larguísimo tobogán.
Era un tubo transparente que los conducía a gran velocidad entre bucles y descensos suaves.
Rodolfo relinchaba y reía divertido unos metros delante de Juanito, quien, entre asombrado y risueño, contemplaba a través del cristal del tobogán una hermosa ciudad llena de luz y color, donde los edificios tenían formas chocantes por lo imaginativas: Uno tenía forma de cabeza de elefante cuyos ojos eran miradores bien sombreados por largas pestañas y debajo de ellos nacía un túnel largo y ondulado: la trompa, otro forma de tulipán, otro de roscón de reyes, de rana verde, de pato silvestre, etc. etc.

Tanto y tanto bajaban que se durmieron durante el viaje y despertaron sobresaltados cuando tocaron tierra.

El sol lucía radiante, Rodolfo seguía arrancando brotes tiernos de hierba bajo el limonero y Juanito se incorporó junto a la caja donde se había quedado dormido mientras contemplaba las orugas en las coles. Se desperezó con un estrafalario aspaviento, miró a su padre que cavaba con la azada y dirigió una dulce mirada a Rodolfo inclinando lateralmente el cuello.




Dedicado a mis nietas y nietos y a los niños en general



Texto agregado el 23-06-2005, y leído por 304 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
07-07-2005 Bonito. Encantador. Me vale para ir aprendiendo en esa tarea tan linda que se me avecina. La naturaleza la mejor aula para los niños. ¡Y como me has recordado estos parajes! El naranjo, la acequia, la hierba fresca, y sobre todo la siesta. Bueno, alazanes no tenemos pero los supliremos con tu imaginación. A propósito, ¿será el amor de abuelo la fuente de la inspiración? azulada
02-07-2005 Ha puesto mucha imaginación al servicio de un cuento muy buen cuento con subidas y bajadas, mezclando fantasía con realidad, sueños con paisajes. Excelente. Una redacción impecable. Un saludo de SOL-O-LUNA
01-07-2005 ¡Qué maravilla! Ha sido todo un placer leer este trabajo y de esa forma viajar con Juanito hacia esa maravillosa ciudad. Un derroche de imaginación unido a una manera impecable de relatar . Con muchos toques de dulzura e inocencia y ojos de niñez. Aqui dejo todas mis estrellas. Un abrazo. claraluz
29-06-2005 Qué belleza!! amigo has escrito una historia preciosa, me sentí niña de nuevo y el gusto a chocolate y su aroma me embriagaron. Me encantó este maravilloso regalo a tus privilegiados homenajeados, tus nietos y todos los niños. Besitos y estrellas admiradas. Magda gmmagdalena
24-06-2005 Bonito cuento, y bien lo va a disfrutar, tus nietos y cualquier crío a quien se lo lean... es precioso... anapolar
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