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Inicio / Cuenteros Locales / mi_mundo_paralelo_y_yo / El arrugador de servilletas

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-Siéntese, señor Maché, me han hablado de su problema-.

-¿Qué problema ni qué ocho cuartos? Yo no tengo ningún problema, sólo vine aquí para que Florita se calle de una vez, esa mujer es incansable, eso sí que es tener un problema, doctor y no lo mío- exclamó cruelmente.

-¿Acaso piensa que arrugar servilletas de manera compulsiva constantemente no lo es?- inquirió guardando las formas.

-Hombre, verá, las servilletas no son más que papel al fin y al cabo, otra cosa sería que arrugase personas, ve usted, eso sería, ya no sólo un problema sino, además, un delito- dijo divertido.

-Mire…no voy a perder más tiempo con usted, recetarle pastillas sería absurdo pues no sé qué mal padece, es el primer caso de este tipo que se nos presenta, lo que le voy a recomendar es que cuando vea que su mano se dirige hacia una servilleta trate de controlarla, recuerde: usted controla sus manos y no viceversa, cambie su rumbo y coja lo que tenga más cerca, no importa lo que sea mientras no sea una servilleta…- así concluyó la consulta.

No importaba lo que fuera…claro eso era fácil de decir, pero no lo entendió así, por ejemplo, el esposo agraviado que le metió una paliza al pobre señor Maché cuando sus manos se dirigieron hacia las posaderas de su mujer, tampoco el frutero del puesto de la esquina cuando espachurró una berenjena de las expuestas o el dueño de aquel caniche al que despeluchó sin poder evitarlo.

El hombre dejó de salir de su casa y no porque él así lo quisiera sino porque su esposa se avergonzaba de su comportamiento, -recuerdo aquel día que estábamos tomando tapas y la cara del camarero cuando vino a recoger la mesa y se encontró con 3.238 servilletas arrugadas ¡3.238! esparcidas por la mesa, lógicamente el encargado nos cargó en la tarjeta un plus por tener que comprar más de diez recambios de servilletero nuevos ¡qué vergüenza, Dios mío!-; en cambio, sus hijos estaban encantados pues con su padre cerca tenían asegurado un contingente de proyectiles que lanzar con sus tirachinas, esto podrían asegurarlo tanto los gorriones que dormían en el naranjo de enfrente de su casa como la abuelita que vivía en el 2º y cuyas ollas humeantes se veían constantemente profanadas por navegantes de papel improvisados, -juro que llegan sin más- le dijo a la vecina de al lado que inmediatamente pensó en comentar a su familia la posibilidad de ingresar a la anciana en algún centro psiquiátrico.

-¿Dígame?- su propia voz le sorprendió, había estado absorto arrugando durante más de media hora, -Hola, doctor, dígame…ahá…comprendo…¿a las diez menos cuarto entonces?...de acuerdo, hasta luego- al parecer, el médico había encontrado una solución al padecimiento de su paciente y es que, hacía unos días había regresado de Ibiza un amigo suyo de la infancia, que deseaba establecerse definitivamente en Valencia con su familia; éste habiéndose dedicado toda la vida a hacer y vender ropa ibicenca pensaba montar un negocio allí, pero no tenía dinero suficiente para contratar a gente que hiciera la ropa y a otros que la vendieran mientras él se dedicaba al papeleo y las cuentas de la tienda. Al médico se le iluminó una parpadeante bombilla sobre su testa.

Lo comentó con el señor Maché, quien al cuarto día de la entrevista ya estaba trabajando en el pequeño taller de la C/ Cortaypega. El trabajo no tenía ningún truco para él, cogía las prendas ya manufacturadas y…las arrugaba, era fantástico poder hacer durante más de nueve horas lo que hacía antaño y máxime cuando ahora le pagaban por esto, poco pero le pagaban; también fue coincidencia que ese mismo año se pusiera de moda este tipo de prendas, faldas, blusas, pantalones de colores claros y tejido arrugado que daban a su percha aspecto de etérea informalidad. El empresario ibicenco ganó millones gracias a la efectividad de su arrugador, quien hacía que la creciente demanda fuera satisfecha sin accidentes ni necesidad de contratar a más personas, y el señor Maché, por su parte, pudo rehacer su vida pues al estar arrugando durante nueve horas seguidas cinco días a la semana, las manos se le cansaban tanto que no hacían intento alguno de actuar por cuenta propia. Parece que los únicos que no salieron beneficiados del asunto fueron los niños que tuvieron que empezar a usar como proyectiles de los tirachinas a las “hormigas culonas” (como popularmente se les conocía) del parque adyacente a su bloque, pero como popularmente se dice “nunca llueve a gusto de todos”.

Texto agregado el 19-07-2005, y leído por 408 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
06-01-2006 ... por el señor Maché... Salud!... Mis 5* mercusmevel
06-12-2005 Ángela, eres una de las pocas cuenteras que a pesar de escribir largo, me animo a leer completo. Deberías pensar seriamente en dedicarte de lleno a escribir. Lo haces muy bien. Mis ***** mirandapaez
03-12-2005 Es lo segundo que te leo. Como en la primera ocasión, de nuevo el título de tu escrito me pareció curioso. "El arrugador de servilletas". ¿Qué se puede escribir con algo que lleve ese nombre? La cosa es que voy notando que tenés un estilo bastante definido, que caracteriza el fondo de tus textos. Hay, creo, una amalgama muy bien lograda entre el humor irónico y la tristeza, lo que acaso sean el anverso y reverso de una misma ameba: el pensamiento. Me gustaría, íntimamente, leer una historia en la cual la ropa ibicenca se pasa de moda y el señor Maché debe consegir empleo de otra cosa o quedar desocupado, o que de repente se le pase la compulsión por arrugar cosas, se cure. Plantearía un problema de índole análoga a la "Metamorfosis". Saludos. DiegoRomero
14-10-2005 lo triste huebiera sido que, al convertir su manía en trabajo, y por tal, obligada, hubiera perdido su encanto, ahora tendríamos otro final, un Sr. Maché curado ¡y desempleado!... un beso... --vINcHo--
14-09-2005 Como siempre divertido y entretenido. Hay un dicho que dice "hay un sitio para cada cosa y un cosa para cada sitio". Un abrazo franlend
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