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Amanda

Domingo era puntual, otra de las cualidades que le gustaba a Amanda de él.

Lo había conocido en una reunión de la empresa de su marido donde negociaban algo en el que ella debía tener una participación. Uno de los abogados de la contraparte era Domingo. Tuvo justo que afinar detalles con él y por eso se empezaron a ver más seguido.

Domingo era galán y ella se dio cuenta de lo refinado: camisa Dior, corbata de seda, perfume francés, reloj sobrio... Un par de veces coincidió con la hora de almuerzo y él la invitó.

Evidentemente tenía buen gusto y siempre fueron a lugares elegantes que él frecuentaba, aunque no estuvieran muy cerca de la oficina. Así comenzaron a verse.

Luego ella inventaba cualquier excusa para tener un encuentro. Y él seguramente se daba cuenta, pero cortésmente jugaba a que la reunión era imprescindible y urgente.

El trato de “ud.” ya no era la tónica y Amanda se arreglaba especialmente para verlo. Un almuerzo ella fue sin auto. Y él se ofreció a llevarla...

Ese día Domingo tenía tiempo. Comenzó de apoco a jugar con el cabello de Amanda en el almuerzo y una vez en el auto rozó su pierna. El minuto era propicio y él, cazador avezado, aprovechó para perderse y llegar cerca de un lugar que conocía con su presa.

Al llegar al lugar aquél, ella era toda suya.

Era la primera vez que Amanda le era infiel a Esteban. Tenía una buena vida que su marido proveía. Además gozaba de un matrimonio bien avenido, pero ya estaba un poco cansada de lo mismo y llegó Domingo a dar nuevos aires a su vida.

No preguntaba, no exigía, y resultó ser un amante discreto y maravilloso. Se hicieron amigos y siguieron teniendo jueves apasionados desde entonces.

Amanda definitivamente se veía mucho más joven que los 43 que tenía y ese día se veía particularmente increíble.

Para la ocasión, había elegido un traje de gamuza sexy y chic, comprado recientemente en una de esas exclusivas tiendas en Buenos Aires. Sabía que a Domingo le encantaban las botas altas, así que se trajo un modelito última moda de Italia.

No se veían hacía un mes, desde que ella se fue con Esteban y los niños de viaje a Europa y luego ella sola unos días en Argentina para “descansar”.

El día anterior llamó a Domingo desde el auto, como siempre, y al celular. Dijo que le quería entregar una corbata preciosa que le trajo de Milán. Ambos comprendieron, tenían cita.

Como siempre sería un jueves que era el día que Esteban se quedaba jugando dominó en el club.

Ese día ella le daba libre la noche a las nanas y Domingo llegaba puntualmente a las 9:30 pm. Cuando los niños estaban dormidos y los perros previamente guardados por la María, antes de salir. Eso con la excusa que ella jardinearía... lo que efectivamente hacía un rato.

Domingo llamaba del celular, ella abría el portón desde el dormitorio, él estacionaba el jeep y entraba por la cocina. Ella abría por citófono el portón de los perros para soltarlos, de modo que nadie sospechara nada extraño. Iban arriba, al dormitorio matrimonial.

Estaban juntos un par de horas y a medianoche Domingo vestido en la cocina, esperaba que Amanda guardara los perros, él salía de la enorme casa en el jeep y esperaba el próximo miércoles una llamada para un rendez vous el jueves.

Ese jueves como siempre que se juntaba con Amanda, Domingo salió un poco antes de la oficina. Había sido un buen día, ahora tenía casi cerrado un par de negocios.

Así como iba pronto sería socio. Nada mal para alguien que aún no cumplía 30 años. Domingo llegó a su departamento de soltero, cambió su elegante traje de abogado y optó por un atuendo más sport... pero Armani. Amanda era sofisticada, y lo apreciaría.

Ese día era especial, desde que habían comenzado, hacía dos años, era la primera vez que no se veían en tanto tiempo. Por ello Amanda se esmeró en su acicalamiento personal, pero, esta vez, también preparó ostiones y calamares con un excelente sauvignon blanc para la ocasión.

Todo estaba dispuesto, los niños dormidos, la mesa puesta, la chimenea prendida. A las 9:30 sonó el celular y ella abrió el portón. Domingo entró dejando ese aroma cautivador y vestido de Armani negro. Amanda sonrió para sí, pensando que hasta par andar informal su amante lo hacía con estilo. Soltó a los perros nuevamente, cerró la hermosa puerta de madera tallada y besó a su invitado despacio antes de hacerlo pasar, esta vez, al living.

Domingo se sorprendió gratamente al ver la preocupación de Amanda por el ambiente y eso hizo que subieran aún más sus ganas. Debía reconocer que el viaje le había sentado de maravillas a ella, se veía estupenda como siempre, pero el traje realmente era precioso.

Él la alabó al entrar como corresponde a un caballero, pero esta vez lo hizo hasta con los ojos. Amanda se sintió deseada y eso la excitó.

Se sentaron en la alfombra cerca de la chimenea y brindaron. Domingo por supuesto sabía de vinos y reconoció el gusto de Amanda. El vino, el fuego, los mariscos prometían una noche aún más espectacular que de a menudo, lo que ya era mucho decir.

La conversación de rigor, donde había unas caricias suaves en el pelo y unos besos en el cuello, pronto se encendió y él comenzó a desabrochar el corsé de gamuza ajustado que escondía los turgentes y generosos pechos de Amanda. Ahí estaban tras un corpiño negro de un corte que seguramente era francés.

Domingo empezó despacio a bajar su boca por los hombros de Amanda. Sentía como se aceleraba su pecho. Le gustaba verla con esa lencería que él sabía que ella había escogido cuidadosamente para que él la apreciara. Mientras jugaba con su boca, acariciaba sus caderas y se percataba como la pelvis de Amanda comenzaba a moverse.

Domingo era paciente y sabía darle el debido tiempo a los procesos, ni más ni menos. Calculador como buen negociador que era, atacaba siempre preciso y a tiempo. Y con dos años, ya sabía cómo operaba Amanda.

A ella le gustaba comenzar como casualmente, con una conversación de cómo va la vida, tu familia qué tal, y cosas por el estilo. Y le gustaba que él se acercara y comenzara. Cuando ya estaban en pleno, ella hacía su parte. Pero antes, el trabajo era de él. Las reglas eran claras y Domingo jugaba bien el juego, por eso llevaban tanto tiempo.

Ahora venía la parte que a ella le encantaba, comenzar por los pies.

Entonces, él la tomó suavemente y le pidió que se sentara en el sillón para poder descalzarla. Subió el pantalón de gamuza para hacerlo, cuando se percata que esos maravillosos zapatos, eran botas. Sonrieron... las sacó despacio, palpando el cuero entre rojo y negro de esos increíbles ejemplares.

Desde el tobillo subió con sus manos apretando las pantorrillas y los muslos de Amanda por encima del pantalón y mirándola.... llegó así a sus caderas y muy muy de a poco se acercó a su botón y lo desabrochó. Despacio, metió sus dedos por debajo de la tela pero sin encontrar su piel aún.

Descubrió que la pelvis se movía más y exploró despacio el escenario con sus dedos hasta que de a poco corrió lo que adivinaba era una braga de seda y su índice se inundó de un líquido espeso que era muy agradable. Mientras su dedo se escondía por aquí y por allá, su boca mojaba la oreja, los labios y el pecho de Amanda.

La pelvis de ella ya generaba un vaivén importante, cuando Domingo hizo una pausa y bajó los pantalones de gamuza. Entonces la vio, con esa lencería negra increíble en ese cuerpo de diosa. Se alejó porque la imagen era hermosa y quería verla con amplitud....

Entonces ella tomó las botas y se las calzó. Se paró y caminó hacia él despacio, contorneándose hasta que lo alcanzó y se dio vuelta y él apreció ese culo que parecía modelado, sólo con una pequeña seda negra cubriéndolo.

Al llegar al sillón de nuevo, Amanda, de pie y siempre de espaldas a Domingo, se desabrochó el sostén y lo tiró con una mano al suelo. Entonces despacio, y cubriéndose el pecho con los brazos, se volteó. Domingo la admiraba, realmente era muy bella. Sonrieron... Ella caminó otra vez hacia él, sólo con bragas y botas altas rojo oscuro, y le tomó la mano. Era hora de subir.

El dormitorio era gigante, lleno de cojines hermosos y con un enorme balcón que daba al jardín. Tenía luz cuya intensidad se moderaba... Domingo la dejó suave, para poder seguir viéndola en la oscuridad. Él la llevó a la cama y una vez ahí comenzó con el ritual de los pies.

Otra vez le sacó las botas y comenzó a besarle el dedo pulgar, luego los otros, el empeine, con tiempo, suave. Acariciaba sus pantorrillas despacio mientras su boca experta seguía subiendo por las rodillas. Tomaba un lado de las piernas con la boca mientras acariciaba el centro de Amanda con los dedos, sobre la tela.

Luego que llegaba a la altura de las caderas.... comenzaba la misma función con el otro pie y la otra pierna. Siempre con sus dedos, diestros y suaves, en el centro de ella pero ahora por debajo de la tela. Llegaba a las caderas con la boca y entonces despacio, muy despacio, bajaba el último vestigio de ropa de Amanda y en ese lugar húmedo y preparado introducía su lengua.

La lengua de Domingo era una nadadora profesional, sabía hacer su trabajo con minuciosidad y a Amanda le encantaba ese tiempo, que solía ser extenso. Para ese entonces, Amanda ya tenía descalzo a Domingo y con el torso desnudo, pero vestido de la cintura para abajo. Tras un largo y maravilloso cunilinguis, Amanda entraba en Acción.

Era entonces cuando lo desvestía, a veces lo rasguñaba un poco, sólo un poco, él cerraba los ojos. Le quitaba los pantalones y encontraba un miembro grande, duro y bien dispuesto a hacerle ver estrellas. Ella lo sabía pero lo acariciaba un rato con la mano. Luego con la boca, no siempre y no mucho tiempo, pero esa noche claro que sí. Todo era especial ese jueves.

Amanda tenía el falo potente de Domingo en su boca mientras él le acariciaba el pelo…luego lo besaba entero, de pies a cabeza y entonces se suministraban placer mutuamente, uno con la boca al centro del otro. Suavemente y luego no tanto. Parecía que ambos llegaban al paraíso en los labios del otro.

Como siempre un poco antes de las 11 de la noche él la tomaba de espaldas y la apoyada en el respaldo. Largo, gemido, fuerte. Tras ello, Amanda quedaba despaldas dispuesta a recibirlo entero, y él la montaba. Domingo era un jinete con experticia en las artes amatorias, y lo sabía. Amanda se dejaba llevar…

Ella lo recibía encantada hasta que de repente, tras 20 ó 30 minutos, lo daba vuelta y lo la embestida era con ella arriba. Esa era la parte que más agradaba a Domingo, cuando Amanda se volvía su amazona, y lo montaba con ese culo de arcilla que tenía y él podía agarrar los senos grandes de ella con la mano.

Normalmente gemían fuerte, pero nada se escuchaba abajo, afortunadamente. El clímax les llegaba a ambos cerca de las 11:45-50, con ella arriba. Y tras acabar, sonrientes, conversaban de algo insignificante, Domingo se vestía y ella se ponía una bata y lo dejaba abajo.

Esa noche sin embargo, las ganas de tanto tiempo, prolongaron el ritual. Ella gemía como nunca montada sobre ese joven abogado. Entonces sintieron un ruido.... Amanda no quiso hacer caso pero vio unos focos por la ventana... ¡Esteban! exclamó.

En dos segundos la fogosidad de Domingo se volvió pánico. Debía vestirse y Amanda debía ordenar el living y la cama... Rápido le dijo ella. Vístete y sal por la ventana yo te abriré el portón desde la cocina y ordenó rápidamente las sábanas, escondió las botas en cualquier parte y bajó en bata al living con un libro...

La chimenea estaba en brazas y algo de ropa tirada. Atinó a guardar la ropa en el closet de visitas del recibidor cuando Esteban abrió la puerta y la vio. “¿Y tú”? preguntó. Ella con su mejor sonrisa le dijo que se había desvelado y le tentó pedirse unos ostiones a un lugar nuevo que traían comida marina a domicilio y abrió un vino y encontró que era súper leer en la chimenea. Pero que justo le dio sueño por eso apagó todo...

Esteban sonríe ¿porqué dudaría de su mujer? Y sólo pregunta si quedaron ostiones... Amanda dice que sí, que en la cocina. Que saque un par y coman con vino en lo que queda del fuego... Que será romántico. Le dice que va al baño y sube... Ve que Domingo está ahí, tratando de bajar del balcón y ve que los perros están sueltos... Domingo no sabe cómo saltar sin ser mordido, Amanda no puede tardarse mucho... Esteban espera. A Amanda se le ocurre algo...

Va a la cocina y despacio abre el portón, luego le dice a Esteban que parece que se le quedaron prendidas las luces del auto, pero que ella va, que ya está parada. Va por las llaves en el recibidor... sale, llama a los perros, y los toma del collar mientras Domingo percibe la maniobra y se sube al jeep sin prender las luces. Sale de la mansión y Amanda suelta a los perros....

“Ya mi amor, ahora sí. ¿Cómo te fue en el club? ¿Ricos los ostiones, cierto?. Sí, qué rico que llegaste, esto de estar sola los jueves hasta tan tarde hace que te eche mucho de menos.... Por eso quise esperarte con algo especial... además dicen que los mariscos son afrodisíacos”, dice ella coquetamente...

Esteban mira a su mujer y piensa que ella es tan hermosa y devota y que él es tan feliz de tenerla y la toma de la mano. Apaga las luces y llega a la cama que ve media desarmada, pero obvio, Amanda estuvo ahí leyendo antes de bajar. Toma a su mujer y comienza a besarle los pies.... y ella, como siempre, gime de placer con eso.

Julio de 2005.

Texto agregado el 12-08-2005, y leído por 397 visitantes. (1 voto)


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