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Samantha volvió a esconderse en el callejón. Estaba algo aturdida, desde que habia pisado aquel local y el camarero le había hechizado con su sonrisa y sus ojos azul zafiro no había dejado de venir. En toda la noche no paraba de hacerle venir hasta su mesa, al principio le costó bastante, pero al cabo de unas semanas se acostumbró y él parecía encantado, eso o es que se le había pegado algo a la boca, que no paraba de extenderla. Si vale, se admitió que le atraía batante, pero no era solo cosa suya.
Enseguida entró, no quería perderse ni un segundo de aquella cena que siempre le servía hábilmente.
Quizás fuera demasiado sospechoso, pero le daba igual, se sentía tan bien yendo allí, caminar cincuenta kilometros solo para hipnotizarse con sus ojos no le parecía exagerado.
Había encontrado por casualidad la opsada, cuando huía de su madre, que tenía una especie de atracción por las compras, a Sam le gustaban, pero lo de su madre era exagerado, asi que mientras ella veía unos elegantes vestidos de fiesta u ocasiones especiales, ella huyó dejandola sola y por casualidad, o ella así lo creía, habñía encontrado aquella posada, que parecía que se había puesto allí como por arte de magia.

Al principio entró con tímidez, pero luego empezó a comer y a reir junto a unos cuantos y la primera noche se lo pasó en grande, solo que su madre se enfadó mucho cuando la encontró muy contenta cinco horas después.
Y desde entonces cogiá el tren o andaba , hasta allí. Era increíble como una fuerza misteriosa la atraía hasta allí y enseguida conoció al camarero que el cayó muy simpático, pues era muy borde con algunos y Sam se pasaba la noche riendo sola o acompañada.
Su madre nunca preguntaba adonde iba, ni porqué llegaba tan tarde, pero se lo imaginaba, porque la felicidad de su hija no era normal. Aunque no estaba de acuerdo con que viese a un chico de un pueblo como aquel, le satisfacía verla tan feliz.
Siempre a la hora exacta salía Sam de suc asa y su madre la espiaba desde la ventana y la veía muy energica y muy contenta. Y no trataba de detenerla, no todavía, quizás más adelante...

Ahora estaba preparada, se acercó hasta allí, aquella era la noche, entró junto al tintineo de las campanillas y esperó ensu habitual asiento al camarero, que fue más rápido de lo normal hacía ella, pasando olimpicamente de los demás.
Había algo especial en su sonrisa, algo que el encantó y su corazón comenzó a latir, casi se le salía del pecho, sin duda iba aser una noche rara.

Texto agregado el 17-10-2005, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


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