Ayer resucité a un lápiz de pasta. Rescatado de las aguas, quedó sordo, ciego y mudo, inutilizado y manifestando su lastimosa invalidez en las invisibles líneas que yo trazaba con furia en el papel. Muerto por ahogo o por infarto, vaya uno a saber que tipo de enfermedades terminales son las que se desencadenan en los lápices, lo frotaba, lo sacudía con ahínco, le di respiración boca a boca, hasta que, desanimado, hice un último intento y he aquí que este Lázaro de plástico, comenzó a manifestar claras intenciones de regresar a la vida, primero permitiendo trazar anémicos y dubitativos garabatos azul claro para luego estampar con un azul lleno de vida el garabato que dibujé en el papel. Contento con este rescate, guardé aquel afortunado lápiz en mi bolsillo. Hoy contemplo que el muy malagradecido se autoinmoló dejando las huellas de su descriterio en mi camisa blanca: una inmensa mancha de sanguinolento azul que victimó irremediablemente mi camisa…