Hoy es viernes y desde mi limitada perspectiva, un viernes significa relajo, compromiso ineludible con el ocio, la perfecta obligación de hacer muy poco o absolutamente nada, un largo paréntesis que es como un prolongado bostezo, que dura exactamente lo que dura el fin de semana, un casi irresponsable devenir sin horarios y sin plazos acuciantes. Pero al final de todo esto y junto con el ocaso del domingo, nos precipitaremos de inmediato en los rápidos que conducen sin remedio hacia una aterradora catarata que nos precipitan al despreciable lunes, día con dotes carcelarias que nos apresa durante sus angustiosas veinticuatro horas para dejarnos exangües en el lecho, esperando la próxima jornada…