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Ella está sentada al fondo de la sala. Me mira, la miro ¿Qué estará pensando? Doy vuelta la cabeza, disimulo. Me carga que alguien se de cuenta que me llama la atención. Bajo la mirada hacia mis zapatos y desde allí mis ojos regresan a ese punto preciso en que sus ojos me contemplan, sin fascinación, sin sorpresa, sin misterio. Me distraigo con el resto de personas que hacen la fila en aquel banco. Un señor lee y relee una papeleta que lleva en sus manos. ¿Qué tendrá de interesante ese mamotreto? Trato de hurgar a través del hombro de otro señor pero mi miopía me permite ver nada más que un papel blanco borroneado. Mis ojos regresan donde la mujer aquella que comenta algo a una que está sentada a su lado y luego, una vez más, clava sus ojos en mi. La otra sonríe. La fila avanza y ahora la distancia que nos separa es más corta. Ella mira alternativamente a su amiga y a mi, yo miro hacia atrás para cerciorarme que los ojos aquellos enfocan mi imagen y no la del que me sigue en la fila. Detrás de mí, una señora pequeñita de lentes, más atrás un señor de unos ochenta años y mucho más atrás, una mujer joven con un niño en brazos, son los que cierran la fila. Definitivamente, ella me mira y no despega sus ojos de los míos. Eso me incomoda un poco ¿Será acaso que la mujer trata de reconocerme? Puede ser alguna antigua compañera de mis anteriores trabajos, pero no, ella no se parece a nadie que yo haya conocido anteriormente. Ahora, ella comenta algo con la mujer que la acompaña, ambas sonríen. ¿Qué les causará gracia? ¿Mi peinado? ¿Mi vestimenta? ¿Mi cara? ¿Mis gestos? La fila avanza un poco más y ahora estamos a unos cuantos pasos de distancia. Eso pareciera incomodarnos a ambos puesto que yo trato de mirar hacia cualquier lado menos al lugar en donde ella se encuentra. Pero no puedo evitar contemplarla difusa con el rabo del ojo y sé que se está arreglando sus cabellos en un típico alarde de coquetería. Leo los coloridos afiches de propaganda, las ofertas, escucho los murmullos, contemplo los movimientos mecánicos de las cajeras y las actitudes de las personas. Algunos están muy quietos, como si jugaran al un dos tres momia. Otros mueven su cabeza hacia todos lados, buscan encontrar a alguien para comunicarse, son los eternos conversadores que de la nada levantan un tema y baten su lengua en esa mayonesa incierta hasta que está suficientemente espesa, creándose vínculos férreos entre el hablantín y su interlocutor. Algunos conversan a viva voz desde sus celulares y la gente escucha atenta y entretenida los pormenores del diálogo. Tres pasos más y ya quedan siete personas antes que mí. La mujer conversa animadamente con la que la acompaña. Alcanzo ahora a distinguir su voz. Es una voz algo ronca pero con matices suaves que la hacen muy sensual. Ella se expresa muy bien, las palabras se florean entre sus labios deliciosos. De reojo, reparo en su rostro, es llamativa, sus cabellos son dorados y ensortijados. Si, podría decirse que es una mujer muy bella. Pero no ha vuelto a mirarme. Toso, refriego mis zapatos sobre la cerámica, me desperezo, carraspeo, pero parece que para ella me he transformado en un ser invisible. Estamos ahora a un par de metros. Ella continúa sentada junto a la otra mujer. Contemplo con detención su bien formado cuerpo, sus piernas torneadas, es una belleza, le pregunto la hora al señor que me antecede con el único propósito de atraer la atención de ella, pero no, ya no mira. Paso por el lado de ella, siento su perfume y su voz melodiosa, escucho su conversación, al parecer es enfermera. Sólo tres personas más y estaré ya en la caja. Me voy alejando paulatinamente de ese bombón, con un no se que de desgarro en mi pecho. Su voz se distingue sobre el murmullo, me volteo para contemplarla a mi regalado gusto ya que ella pareciera haberme olvidado. Finalmente, cuando la cajera me atiende, siento que estoy perdiendo algo, algo que ya no recuperaré jamás. Pienso que la mujer aquella debe ser un poco miope y muchas personas han dicho que yo tengo un muy buen lejos. Que a todas las mujeres debería conocerlas sólo a diez metros de distancia, que más cerca de eso, se me notan todos los defectos, que una relación a corta distancia es impensable para mí. La cajera cuenta los billetes y me mira alternadamente ¿En que habrá reparado? Cuenta los billetes con sus dedos ágiles y me mira de reojo. Sonríe.
¿Le seré simpático acaso? Eso echaría por tierra la teoría de mis romances a larga distancia. Ella me está pasando ahora los billetes y como sin darse cuenta, roza mis dedos, sonríe una vez más. La chica tiene hermosos ojos verdes. Es muy bella, muy bella. Le sonrío y ella de inmediato se pone sería y le hace señas a la señora que me precede. Me voy de ese banco con el corazón destrozado, con dos mujeres que jugaron con mis sentimientos para elevarme a las alturas y luego dejarme caer por la inercia del fracaso. Al salir a la calle respiro aliviado. No es despecho pero, me fijo en la chica que reparte volantes en la puerta. Es muy estilizada y posee un aire de nobleza que la hace muy distinguida. Le pido un volante, sonríe, claro, ya se lo que ocurrirá después…












Texto agregado el 19-10-2005, y leído por 293 visitantes. (0 votos)


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