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Inicio / Cuenteros Locales / gui / La rebelión de los fieles amigos (Segunda Parte)

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(Segunda parte)

Resumen: Los perros de todo el mundo se han tomado el poder y comienzan a imponer sus términos. El desconcierto se supone que es general...


Los bandos se sucedían con demasiada frecuencia. Un fachoso perro ovejero fue elegido primer ministro del país y una simpática perrita poodle, pasó a ser la vocera de gobierno. Pronto, supe que toda la gente permanecía en sus hogares hasta nuevo aviso. Me encaramé sigilosamente al muro del vecino y lo que contemplé allí era propio de un cuadro de Dalí. Evaristo, mi vecino, se encontraba sujeto de su cuello a la cadena de su perro y lanzaba lastimeros ladridos mientras un par de quiltros vigilaba que no desistiera de esta faena. Recién entonces, comprendí a que se debían los extraños aullidos que yo atribuí al perro y que, en realidad, provenían del amo. Temeroso de que se me encomendara una faena del mismo talante, descendí del muro y me encerré en la casa.

Todos los negocios de comida para perros fueron expropiados para repartir la mercadería, con la mayor ecuanimidad posible. Los perros vagabundos fueron enrolados al ejército y ahora, deambulaban por las calles en actitud vigilante. Más tarde, supe que las fuerzas militares de todos los países habían sido tomadas por asalto, utilizando el antiguo método de la sorpresa. Incluso, los ejércitos de las grandes potencias estaban absolutamente anulados y sus jerarcas, tomados en cautiverio. Con respecto a los primeros mandatarios, ellos se encontraban en una isla, custodiados por una poderosa escuadra de dogos. Estaba prohibido exponer ningún tipo de pensamiento y algunos políticos que intentaron adherirse al movimiento arguyendo que poseían argumentos para enriquecer el proceso, fueron apresados y enviados a la Antártica. Los perros tienen instinto y, sobre todo, excelente olfato.

Una perrita a la que yo siempre acariciaba cuando pasaba a su lado, esta vez ingresó a mi casa para confidenciarme algunas cosas.
-Mira- me dijo con su acento sajón- lo que ahora ha sucedido podría haberse previsto hace mucho tiempo. Ustedes, los hombres, han sido los causantes de esto al permitirnos a los animales y, en especial, a nosotros los perros a adquirir sus costumbres. Esto se viene gestando desde hace siglos y sin que ustedes los humanos se dieran cuenta, aprendimos a modular y a hablar correctamente su idioma. Claro, disimulamos durante muchos años, ladrando estúpidamente, para que nuestro plan no fuese descubierto. Quisimos, por supuesto, aliarnos con el resto de los animales, pero pronto comprendimos que esto era imposible, ya que la mayoría carece del espíritu que a nosotros nos anima. No amiguito, esto no es La Granja de los animales, ya que en esa novela se aliaron todos y a cada uno se le entregó una misión, pero lo que no sabía Orwell, era que sólo los perros somos quienes estamos destinados a dominar al mundo.
-¿Por qué me cuentas todo esto?- le pregunté a Petty, la perrita, absolutamente fascinado con su relato.

-Simplemente, porque me caes bien. Pero, ojo, no pienses que me puedes comprar. El menor intento de tu parte, será detectado de inmediato y posiblemente tengas que ladrar durante toda la noche metido en mi perrera. Ese es el castigo para quienes intentan sobornarnos e infiltrar, de este modo, esta importante gesta emancipadora.
El hocico de la perrita se desdibujó graciosamente al pronunciar la palabra “emancipadora” y pensé para mis adentros que ese vocablo apenas cabía en su perruno asombro.

Cuando la sociedad estuvo en condiciones de seguir funcionando como tal, los hombres pudieron entender que todo sería distinto desde ahora y que en vez de patrones humanos, quienes dirigirían sus acciones serían patrones perrunos. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la justicia se transformó en un objetivo prioritario, los abusos dejaron de serlo, la magnificencia de algunos fue un manantial que abrió sus compuertas para que todos pudieran disfrutar por igual. Las riquezas se repartieron equitativamente y ya no hubo una nación que rigiera los destinos de las otras, sino que todas pasaron a ser importantes.

Más adelante, Ciprianus, el emperador del mundo –un viejo perro labriego- confesaba a una cadena de noticias que su inspirador no fue Marx ni ningún otro gran pensador humano sino un asunto que no se encuentra ni en manuales ni el tratados sino en la propia sesera. -Fue el sentido común, querida amiga, el que originó este estado de cosas. Más temprano que tarde, ustedes los hombres, comprenderán que algo tan simple pudo haber permitido que ustedes llegaran a ser grandes sin que fuese necesaria nuestra intervención.
Y unos cuantos hombres menearon su cabeza como la de esos perritos que algunos colocan en sus autos mientras una incipiente cola comenzaba a menearse con entusiasmo en sus cubiertos rabos…

¿FIN?










Texto agregado el 27-10-2005, y leído por 289 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
28-10-2005 ¡Guau! Enhorabuena por esta historia (las dos partes) juanrojo
 
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