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Ayer tuve un sueño rarísimo. Generalmente me pasa, y diría que es preocupante, que mientras estoy soñando no distingo el sueño de la realidad, de tan vívidas que suelen ser mis imágenes oníricas. Vos me dirás, que tiene que ver ésto con lo que estábamos hablando: nada, mi amor, pero viste como es la cabeza de uno, estamos hablando de otra cosa y es como que me salta una chispa de la fogata y se va volando hacia cualquier lado. Ya sabés que desde que te conocí, hace tres meses, estoy en el paraíso. Tu presencia vino a rescatarme y darle sentido a mi vida. Disfruto los minutos que pasamos juntos, bueno quizás sean horas pero se me pasan tan rápido... también disfruto cuando circunstancialmente no estamos juntos, porque se que volveremos a estar. Te evoco y te siento, presente, y se que me estás esperando. Eso es lo que te estaba diciendo, cuando me divagué... es que quizás relatar ésta tranquilidad que siento, por contraposición, me hizo recordar ese sueño que te digo, tan raro, tan desesperante. Esa es la palabra, desesperante. ¿Cómo? ¿Qué te lo cuente? Bueno, lo voy a intentar. Es difícil, porque como te digo, mis sueños son muy realistas, no sueño solo con imágenes o con sonidos, sueño con todo el abanico sensorial y es más, en mis sueños tengo recuerdos y sensaciones que estando despierto no poseo.
Era algo asi, primero estaba todo oscuro, me sentía oprimido, incómodo. Abrí los ojos, aterrado, con esa incertidumbre que a veces nos da el despertar en un lugar extraño, quise levantar los brazos pero no pude. Unos suaves pitidos me llegaban, nítidos, desde la derecha, por detrás de mi cabeza. Fue como si mis movimientos hubieran activado alguna clase de sensor, porque se encendieron las luces. Los ojos me dolían terriblemente ante el repentino fulgor blanco. Enseguida empecé a escuchar una chicharra lejana, insistente. Pestañeando, lagruimeando, quería forzar mis ojos a abrirse y ver. Al fin logré distinguir que estaba en una habitación, toda blanca, la pared que se hallaba a mis pies era de vidrio. Yo estaba acostado en una cama, ya a esta altura era evidente que se trataba de alguna clase de hospital. Mis brazos estaban sujetos en una camisa de fuerza, y cables salían de mi cabeza y de mi cuerpo hacia los aparatos ubicados detrás mío, a la derecha, fuera de la vista. La puerta se abrió y entraron tres personas.
- ¿Cuándo se despertó? - pregunto el que mayor de los tres, un hombre canoso.
- Hace cinco minutos - respondió la mujer, la enfermera, a juzgar por la ropa.
- ¿Cuánto hace que estaba asi? - preguntó el otro, un muchacho con cara de susto
- Más de tres meses.
Mis ojos iban de uno a otro, me sentía cada vez más aterrado, sobre todo por estar atado e inmóvil. Ellos hablaban pero aún no me habían mirado, como si yo fuera un objeto, un espécimen.
Ahora el que habló primero se dirigió a mi:
- Hola.
Yo, acostumbrado a que mis sueños se desarrollen prácticamente sin intervención de mi voluntad, esperé callado, en cualquier momento la imagen fundiría como en el cine y me hallaría en otra parte. Pasó un rato. Nada. El médico me apuntaba con una lucecita alternativamente en cada ojo.
- Nunca habíamos visto un caso asi - relataba, dirigiéndose al más joven. La enfermera chequeaba los aparatos por allá atrás. - No estaba en coma, aparentaba un estado de sueño normal, con la diferencia de que no despertaba. Estuvo dos días tirado en un portal hasta que alguien llamó a la policía, y ya lo iban a llevar a un asilo para indigentes, cuando me enteré por un colega y decidí que sería un caso excelente para mi investigación.
¿Caso? Acá ya me empecé a poner loco. Quise hablar y mis cuerdas vocales no me respondieron, tosí, produje algunos sonidos guturales y al fin pude articular:
- ¡Perdón! Pero yo no soy ningún "caso".
Retrocedieron, espantados. Quizás fuera por el tono de mi voz, un grito ronco, rasposo. Yo forcejeaba con mis ataduras, desesperado.
- Tranquilo, vamos a seguir con los estudios, aprovecharemos ahora que ha despertado...
- ¿Despertado? ¡Ojalá! Esto es una pesadilla, despertar es lo que yo quisiera...
Se miraron de reojo. Mientras tanto yo ya estaba enloquecido, los pitidos habían aumentado a niveles alarmantes, yo gritaba, babeaba fuera de control, ellos corrían alrededor mío, enseguida la enfermera se acercó al suero que pendía al costado (no se si apareció en ese momento o yo no me había fijado antes, viste como son los sueños) e inyectó algo en el caño de goma. Casi inmediatamente todo comenzó a girar, las luces y sonidos comenzaron a hacerse difusos y distantes, y al final, me desperté.

Texto agregado el 14-11-2005, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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