¿Somos nosotras la octava maravilla del mundo?, ¿O sólo una sumatoria de incertidumbres dando vueltas con los años?
Si debemos llegar puntuales a una cita, entre maquillajes, perfumes, medias de nylon, zapatos, concordancia de colores y demás arreglos personales, nuestro caballero andante seguramente ha comenzado sus epopeyas noctámbulas sin nuestra distinguida compañía. A la hora de las preguntas más frecuentes, sin dudas somos insoportables; ¿Realmente me querés?, y como la obvia respuesta que esperamos nunca llega, entonces seguimos indagando dentro de sus vísceras: ¿Dale, me decís?; ¿Me queres o no?, ¿Pero cuánto?, ¿Mucho?, hasta que el sujeto huye despavorido del lado de esta paranoica en potencia. Luego el tiempo de la comida, todo un menú de especialidades que nunca llegaran a destino; ¿Qué te gustaría comer hoy, amor?, a lo que inmediatamente después de su respuesta, sea cual fuese, diremos; Ay, no tengo ganas de comer eso; ¿Porqué no hacemos lo mismo de anoche?; ¿Para que le preguntamos entonces...? Otra fija es el manejo del control remoto de cualquier artefacto electrónico, donde si lo usa sólo él, es un egoísta; obviamente todo lo contrario, cuando nuestras manos se deleitan en el arte del cambio de frecuencias o canales compulsivamente. Queremos que nos amen, aunque sin acosarnos; que nos den libertad, pero que sientan celos a la vez; que sufran un poquito, para después gratificarlos: La típica gata Flora... Los extrañamos en demasía cuando no están, pero protestamos a diestra y siniestra al tenerlos todo el día en casa; respetamos su intimidad, aunque revisamos sus cajones y bolsillos en la oscuridad; tenemos tolerancia, hasta que el equilibrio emocional de nuestras gónadas dicen basta, al verlos quedarse frente al televisor como zombis; llenar los ceniceros de puchos; derramar un sendero con su ropa del partido; tratar de que nos arreglen algo de la casa... Ni que hablar en el sexo; pedimos todo y mucho más, mientras a la hora de los bifes damos infinidad de explicaciones carentes de sentido; deseamos que ellos sean un potro salvaje; que nos desgarren la ropa de un manotazo; ahora, al primer roce de sus dedos en ese camisón de raso o sobre el pelo recién peinado, nos pone en un estado imposible de explicar con letras. Si la cosa viene suave, pensamos en esa película condicionada que vimos alguna vez, tratando de incentivarlo hacia ese paralelo; si se pone agresivo; le paramos la tonadita y los golpecitos al instante; si es rutinario, rogamos que se dé cuenta que ya nos aburre la misma trayectoria de su misil a medio despegar. Ni que decir del sexo en algún otro ambiente de la casa, ese que siempre le hemos pedido al estilo “Nueve semanas y media”, con frutita incorporada y todo; nos comportamos como toda ama de casa con batón y chancletas: que vamos a desordenar la cocina; que se van a despertar los chicos; que el perro ladrará; o que la mesada está muy fría; etc.
Entonces, a esta altura del partido, nada de lo que deseamos se cumplirá en un mediano plazo; porque realmente vivimos de esos sueños, los que nos conllevan a atenuar la dosis de realidad en la que estamos inmersos. Disfrutamos lo que no tenemos; la sugerencia y fantasía, nos excita mucho más que lo mediático; porque somos una postergación de nosotras mismas, para concretarnos íntegramente algún día, el que quizás, ni siquiera nunca llegue...

Ana Cecilia. ©