Te amé con la piel expuesta a la humedad tendida entre los cuerpos, soslayando el desamparo de tenerte y no.

Dejaste el umbral de mi silencio aquella noche, con los sueños arrastrando en un hilo de recuerdos. Te miré partir con los hombros gimiendo al borde de tu pelo, encorvando la mirada en el paso de las huellas. Y el oscuro cielo se filtró entre mis manos como un abismo que crucificaba los instintos bajo el dolor aprisionado entre mis párpados. A lo lejos la llovizna de tu piel extendía su figura diminuta y tenue en el desamparo de la calle, sentí la inmensidad del mundo girando en mis entrañas como un remordimiento anónimo, mientras la ciudad apoderaba tu semblante.
Y las noches sucedieron al silencio de tus labios atrapados en un murmullo de paredes truncas; habías elegido tu destino y aunque los niños estarían bien, yo quizás mejor, nunca se sabe después de tantos años juntos...

Hoy te volví a ver con tu sonrisa atravesando la mañana, bronceado, latiendo al límite de la sensualidad. Te acercaste cubierto de paquetes hasta que mis ojos se hicieron casi tuyos, para murmurarme con labios temblorosos:
- Aún te quiero... – Y el aire se detuvo dentro de mis días como un universo quieto...

Después te amé dentro y fuera de tu cuerpo tejido por mis lenguas, desde el encanto de las lunas agitadas por tus labios, hasta el abismo temeroso que yacía con mi piel. Y aunque estás y no, los días acumulan sus horas en mi alma con el solo pensamiento de tu ser atado a mi pasado. A veces tu aroma ronda mi ensueño como una catarata de felicidad, otras mi aliento se confunde en aquella boca apasionada.

Y nuevamente la puerta se abre después de mil atardeceres, regresas del trabajo, tu sombra se proyecta en el ínfimo detalle de la luz, dejas tus cosas sobre la mesa mientras me saludas, enciendes la televisión y tu figura apagada se tiende en la perplejidad del sillón que te fagocita dentro de su vientre; miro los trazos de tu piel arrugados de silencio, los rastros del pelo sobre la calvicie, tu perfil cubierto de pasividad y mis pupilas temerosas se extienden al encuentro del que fuiste antes de sabernos uno.

Ana Cecilia.