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Carta de un idiota a su amada el día de San Gonorreo

Hola:

Solo escribo para saber cómo estoy.

Creo que no puedo con esta soledad. Rodeado de tantas bolas de cristal, en esta inmensidad llamada “hogar”. Es como si nada valiera la pena.

Hoy, más que nunca, me siento así: triste, profundamente triste. Me duele todo (y no hablo de lo físico).

Me duele la sonrisa y la figura de quien me rodea. Me duelen sus besos y abrazos, que son como espinas bajo las uñas. Me duele su tiempo y el “deber ser” que lo acompaña. En resumen, me duele ella en el cuerpo y lo que trajo por añadidura.

Claro, este argumento no es fortuito. Con el paso de las nostalgias, he descubierto que su felicidad no es la mía. Ella es incomprensible, sobre todo cuando se llena de celos o envidia. Y qué decir de los dones con los que me envuelve: impotencia y desconsuelo en el intento de amar.

Te juro que tengo ganas de mandar todo a la mierda y salir corriendo…

Después de todo, creo que estabas en lo cierto, pudo más tu desvelo que mi razón.

Mea culpa. Lo acepto.

Tal vez sí soy el “Jacob” al que tanto temo y que siempre me reprochaste. Y, crémelo, hoy vuelvo a tener miedo de ello. Miedo de mí. Miedo del frío y de las personas que vienen con él.

No sabes cuánto extraño el calor los besos de antaño, del abrazo, de las manos, de la mirada que acompaña a tu sonrisa. Esa, que al igual que las lágrimas, tienen despoblada mi cara.

A veces escucho un nombre, que presiento como tuyo, pero me es difícil decir con exactitud cuáles son sus sílabas. Sé que no puedo vivir sin pronunciarlo, pero tampoco puedo vivir pronunciándolo tanto tiempo. He aquí la causa de mis dudas.

Me detesto por ello y por la cobardía que no me abandona cuando empuño la pistola sobre mi sien…

Veo sus penumbras en la habitación y no dejo de sentir asco, o, con suerte, un poco de desidia, de insatisfacción por que no estás entre mis encajes en vez de tener su cuerpo.

La delatora cara de las madrugadas me corta el aliento, pero ¿qué puedo hacer para perderla de vista? ¿Un balazo, un golpe o un beso con los ojos bien cerrados para disimular…? ¡Dime!

Hay noches, como hoy, en la que voy a la cama buscando la indiferencia del sueño, esperando que este consuma la voz que ronda en mis oídos. Pero nunca hay respuesta en las paredes que tiñen tu nombre de esperma.

En fin, la copa que posé en mis manos se extinguió hace ratos entre las risas idiotas de otros todavía más idiotas y de los olores a alcohol, que son comunes en estas fiestas. Ya no me quedan argumentos.

Solo imagíname ahora, con las manos vacías y el corazón rebosante de soledad. Qué cuadro, ¿no?

Sé que estarás decepcionada. Te comprendo. Nada más con verme, dan ganas de vomitar. Sobretodo ahora que me he casado con esa mujer. Maldita boda… Je, je, je. ¡Brindo por ello!

Posdata:
¡Saludos a tu marido!


Quién te ama, Hermenegildo

Texto agregado el 01-11-2003, y leído por 448 visitantes. (2 votos)


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