Andaban cabizbajos por el mundo. Ella llevando el paquete más pesado mientras él, por ser el más pequeño, el mas ligero; no hablaban pues estaban entregados de lleno a sus íntimas reflexiones pese a ello había comprensión en sus miradas; siempre que ella bajaba la vista para verlo una sonrisa se dibujaba en sus labios y una dulce voz se oía para aquel niño dándole contraste a la tristeza que había en las almas pues a veces había que escapar de la realidad del momento. Él también siempre tenia una sonrisa y una dulce voz para ella aunque a veces se le escapaba una lagrima que se empeñaba en no dejar notar.
Acababan de salir del antiguo cine del malecón pues el corazón de madre no pudo decirle que no a su niño, por mas peligroso que sería el resultado.

Aquella noche después de mucho tiempo habían vuelto a reír con carcajadas a la luna y al viento, se olvidaron de congojas en el mundo por 90 minutos, ella reiterándole lo mucho que lo quería y lo de la sorpresa que le iba a hacer para navidad; él halagándola por lo linda que era cuando reía y agradeciéndole de corazón por la película, bromearon y rieron de todo hablando de cada detalle en sus vidas con muchas lisonjas reciprocas en sonrisas. Él apego entre ambos era grande pero la conciencia del mundo real los tranquilizó de súbito.

La pena volvió a agitarles la vida al salir del viejo cine, a unos pasos de casa.

Papá era el hombre mas influyente en su trabajo de pesca y en la capilla del pueblo pues siempre estaba inmerso en labores altruistas ignotas, siempre aportando la limosna cuando había dinero, siempre participando en la liturgia, predicando a Dios en sus ratos libres, exhortando amar al prójimo y al mundo rezando a diario el ave maría y el padre nuestro con un rigor de soldado; a veces en el delirio del licor de caña que le obsequiaba regularmente un hermano de provincia o el del ron del puerto que era el mejor.

Aquella noche como casi todas sus golpes y gritos llevaron una ira incontenible. A él lo encerró en su habitación amenazándolo con la correa de gruesas hebillas pues necesitaba estar a solas con mamá.

Aquella noche él deseó cambiar el corazón por una pistola pues la urgencia de salvar a mamá lo tenia con el alma en vilo; golpeó la cerradura con desesperación intentando romperla a como de lugar, intentó salir por una trancada ventana, parecía que todo había estado previsto; oyó con una indignación mas que dolorosa como mama gemía y sollozaba soportando estoicamente el castigo de un sujeto sin alma y sin rostro, pues a la larga esto era cosa de todos los días, era sufrimiento innecesario de nunca acabar, era el infierno que nadie quisiera vivir.
Aquella noche como otras tantas él hubiera entregado la vida con tal de ser adulto.


Desde cinco años atrás, desde el feliz matrimonio de papá con mamá, madre e hijo habían adquirido la costumbre de sollozar en la penumbra, juntos o por separado, esperando la inevitable llagada nocturna del demonio que en el día solía dárselas de ángel y artista.