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MENDICIDAD

Después de un frío y fatigado sueño, apartando de su cuerpo el follaje plástico que a diario lo envuelve en cualquier esquina, inhalando algo del oxígeno de naturaleza muerta, espera casi sin saberlo que la luz acabada de parir, le traiga un poco más de vida y menos misericordia. Terminó de levantarse más bien con dificultad pues eso de andar soplando de más aturde. Se reincorporó y caminó por su ya conocida y acostumbrada jungla, recorriendo los caminos, escondites, los muy variados remolinos que visitaba y los cúbicos árboles que tantas veces le han servido de guarida cada vez que a la lluvia le daba por caer sin avisarle.

Caminaba. No pudo recordar por qué amaneció allí, bueno, en realidad tampoco recordaba su nombre con mucha claridad, así que olvidar el motivo de su último hospedaje a cielo abierto no lo perturbaba mucho. Caminaba concentrado en la magia que encierra la sucesión de un pie a otro mientras pensaba “en lo que no se debe”, logrando así que la necesidad, como alimentarse, desapareciera por un rato. Alguna vez tuvo tinta y papel; alguna vez fue maestro y otra poeta. Alguna otra de las otras veces conoció el amor, tan de cerca, que prefirió convivir con un perro a continuar con una vida en nicho. “No me hace preguntas” – decía – “no me pide más de lo que tengo y hasta compartimos las pulgas y el olor”.

Cansado se sentó en un tronco cualquiera a ver pasar el resto de los animales que junto a él, moraban aquel bioma de estético aspecto y olor sepulcral. Se sentó lentamente, tanto, que la litosfera hizo gemir su alterada gravedad y sin proponérselo, estaba descubriendo que el “orden natural” le había negado el valor de cambio a su valor de uso, y que sólo podría solventar el hambre con la basura que guardaba entre las uñas, que no recordaba, entre muchas otras cosas, cuando había cortado y limpiado por última vez.

Pensaba en lo rencorosamente fácil que era mantenerse vivo sin alimentarse de lo que cargan en esos paquetes desechables las hembras casablancas. Recordaba la última escena de su vida familiar: responsabilidades, insultos, mentiras, limitación, imitación, el gato negro. Pensaba, ejercicio difícil para quien carece socialmente de todo, pero que virtualmente, siendo dueño de nada, disfruta del dominio de su propia alma… Pensaba y mientras lo hacía, se fue consumiendo el día y de nuevo las sombras cernían su manto sobre las pupilas; de nuevo la penumbra criminal asaltando el orden que la luz pone a la maquinaria hecha de sangre y barro.

Como nada puede estar tan bien, y menos para un ciudadano renegado, una jauría de motorizados gorilas mano-negra, esos de particular comportamiento dentro de la comunidad, encargados de mantener el mefistofélico bien que se enseña en las escuelas, irrumpieron en el juego de ideas de este solitario amigo del tiempo sin medida, con un cilíndrico golpe de madera en todo el centro de su espalda, haciéndolo escupir el trozo de pan que nadie donó a sus reclamos mendigados. Pasado y presente animal hicieron reaccionar su instinto de la carrera; carrera que terminó en un buceo por aguas poco profundas infestada de ciegos monstruos metálicos alimentadores de cuevas y senderos multiformes. La magia en la sucesión de sus pies ahora se convertía en arma. Cada exhalación marcaba una huella más en el rincón de sus heridas; cada poro en exudación lograba podrir en sal la falacia del ser sin estar, del estar sin saber.

Logró esquivar el peligro cayendo como hoja fugitiva de su rama en la orilla del brutal abismo asfáltico que por la lluvia se presentaba líquido. Ya sin miedo y sin vergüenza, levantó su rostro derretido por el sudor y el agua, sonriendo complacido por la victoria de la huída bajo una mirada, que en malicioso juego de ironía y displicencia, contemplaba su vida a la orilla de la muerte. Había sido un día extraño, pues entendió eso de la dignidad; ¡jamás mendigaría de nuevo! En el mundo en que nació le enseñaron que la madre Teresa de Calcuta es más eficiente que Carlos Marx, y cansado estaba de rendir culto a la limosna y asfixiar la idea cada vez que debía comer las sobras que estómagos repletos vaciaban en la basura.

Todavía sobrevive durmiendo en los andenes, los parques, las esquinas, en las calles y los jardines, y sin mendigar roba el pan, la moneda, la vida (pues la extinción de dominio es legal y la mendicidad penosa), sobrevive robando el amor, el aire.

Texto agregado el 13-12-2005, y leído por 505 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
25-01-2007 No tengo palbras para juzgarte, maravilloso. mis 5 ***** alejandrocasals
08-02-2006 Es un muy buen texto. Confeccionado con paciencia y calidad. Una historia muy urbana como las que gusto y conozco. Tal vez la idea del mendigo como propietario de la vida que lleva no me agrada, mas aun confirmada con la frase ¡jamás mendigaría de nuevo!... ¿Acaso es una opcion? ¿Un estilo de vida? No se, no soy sociologo y el tema da para bastante. Un detallito cacofónico:mefistofélico-cilíndrico en un mismo párrafo. Cositas. Te felicito. Akeronte
16-01-2006 Qué día más oscuro y denso.. (espero que no seas prima de Burton) Un estilo muy peculiar. Me gustó.. saludos Heredero
16-01-2006 Muy bien logrado tu texto, mil estrellas y saludos desde muy lejos. conector
11-01-2006 Sin comentario. Tan sólo te robo tres ideas recogidas en tres frases: 1) El desapego como puerta de la felicidad: "...siendo dueño de nada, disfruta del dominio de su propia alma." 2) La soledad como conciencia de nuestro vivir: "...solitario amigo del tiempo sin medida." 3) El amor, fuente del conocimiento: "...conoció el amor, tan de cerca, que prefirió convivir con un perro." Y para terminar el "sobrevive robando el amor, el aire" del final, todo un buen remate llevado al climax. azulada
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