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Sin dudas que seguimos siendo los protagonistas de un mismo cuento irreversible o no que se traslada en tiempo y espacio. Algunos asistimos a nuestra niñez cotidianamente, saltando en la soga de los recuerdos que nos hacían abrir la boca de felicidad, otros solo de vez en cuando estacionan su memoria en las huellas del pasado. Yo fui feliz allí, recorriendo las aceras junto al viento que enredaba las voces de los chicos, riendo en la complicidad de alguna mueca divertida que tallaba mi alma más allá de lo debido o solo sentada en el portal de mi casa observando el desenfreno de la vida.
En febrero los carnavales pintaban nuestros rostros enrojecidos bajo el sol, cargando los baldes de innumerables globos hacia los distintos puntos estratégicos de la cuadra. Y la risa tambaleaba nuestros cuerpos al estar ganando la batalla de agua, mientras las siluetas se deslizaban sigilosas detrás de sus trincheras de juguete para poder sortear el desenlace de esa tarde; el bando opuesto del barrio se asomaba a la terraza de la esquina para esperarnos y allí el líquido caía como una catarata que nos pasmaba el corazón. La “guerra” terminaba en un montón de cuerpos empapados que no dejaban de reír a pesar del agotamiento callejero, recordando todas las instancias transcurridas. Y las manos protectoras de Ricardo peinaban mi cabello mojado en una trenza de colores que se perdía con el destello de sus ojos, entre burlas y comentarios enamoradizos, mientras él solo cuidaba la minoría de mi edad que danzaba al borde de su vida. Así el mundo se tiznaba de una credulidad incomparable, saltando los muros de la imaginación que flotaba en cada instante hacia lo desconocido, a la vez que los segundos eternizaban nuestras vidas sin contaminar. Y los ciclos perpetuaron lo fugaz que estremeció en aquel entonces, profundizando su dulzura a través del tiempo en esa esencia que aún nos ronda el alma.
Hoy volví a la calle de mi barrio, bajo los rayos que doraron mi figura a la par de los recuerdos; vos estabas ahí, en el aire que bañaba mis mejillas, agazapado en aquel balcón azul suspendido en la nostalgia; me miraste para no dejarme ir con tu fragancia impregnada entre los labios, mientras mi vida se alejaba poco a poco de tu piel y de tus días, para volver a reencontrarnos un mañana.

Ana Cecilia.

Texto agregado el 21-01-2003, y leído por 553 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-01-2003 El comentario al libro de visitas. PoetaSuburbano
22-01-2003 Querida amiga, usted me desconcierta, ¿qué es lo que tanto le causa gracia que siempre que opina o la leo por ahí acota jocosamente "jajjajajjajajja"? De qué se rie Ana cecilia? Me gustaría saberlo. En fin, usted dirá. Saludos coridales. cardenas
22-01-2003 Gracias querida por regalarnos el placer de leerte.Un gran BESO desde Mexico gatelgto
21-01-2003 Precioso.Qué bonitos son esos recuerdos de la niñez.Los primeros escarceos en el amor... Los años pasan y los recuerdos están ahí y que nunca se puedan borrar de nuestras memorias. No dejes de escribir como lo haces Ana. Un beso de Manuel. lorenzomontserrat
 
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