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Juan salió como todos los días a enfrentar un vez más su tarea en el mar,....siempre el mar.....

Allí pasaba la mayor parte de su tiempo para poder conseguir el sustento para su familia. Juan no le temía al mar pero lo respetaba porque sabía que podía ser peligroso e inclemente, sabía de aquellos que se quedaron allí para siempre.

Durante esas largas noches de tertulia, se comentaba que los amigos ausentes, habían encontrado al fin, ese pez con el que siempre habían soñado, pero que este era tan grande y poderoso que los había arrastrado a las profundidades, y una vez allí, el dios Neptuno los había persuadido para que formaran parte de su séquito, para luego debelarles el misterio de las profundidades.

Para Juan estas historias solo eran fantasías de viejos pescadores con algunas copas de más, pero íntimamente sabía que en las profundidades se escondían misterios que ningún mortal podría debelar jamás.

Ese día el mar se encontraba tan manso que Juan presintió que algo muy importante podría ocurrir, algo que quizás cambiaría definitivamente su vida, la cual él consideraba miserable.

Solo se escuchaba el golpeteo del agua sobre el casco de su bote y una brisa muy suave acariciaba su rostro curtido, daba la sensación que toda esa naturaleza infinita le quería decir algo.

Después de haber arrojado todas sus líneas ahora solo le restaba esperar.

Sin darse cuenta se quedó profundamente dormido, de pronto, un inmenso pez emergió desde las profundidades y sus colores se iluminaron con la luz del sol de ese inmenso atardecer, Juan desde su sueño lo pude ver perfectamente, era el pez más grande y hermoso que jamás había visto nadie, prácticamente le rozó la cabeza, y con su cola al zambullirse levantó una ola de espuma salada que empapó su cara de asombro, para luego desaparecer.

Se despertó sobresaltado, confundiendo su sueño con la realidad, y mirando en todas direcciones mientras su corazón latía como un bombo en su pecho, pero nada pudo observar, solo el agua golpeaba con suavidad el casco de su bote, si algo o alguien pasó por allí ya no estaba, solo sabía con certeza que se encontraba empapado de pies a cabeza, y aquello que lo había despertado tendría que haber sido algo tan real como su sueño.

Juan se quedó allí, inmóvil, durante horas, esperando que asomaran las primeras estrellas que lo guiarían de nuevo a su hogar.

En su casa lo esperaban su mujer y sus hijos, preocupados por su tardanza.

La esposa de Juan fue la encargada de darle la mala noticia, su madre había fallecido al atardecer, en su ausencia.

Esa noche Juan lloró, lloró mucho, como lloran los hombres buenos, pero tenía la convicción que su anciana madre se había podido despedir de él, esa tarde allá en el mar.



Texto agregado el 12-11-2003, y leído por 228 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-12-2004 Que redondo te ha quedado. Me ha recordado a una situación parecida que yo viví...un saludo eloisa
05-01-2004 precioso relato, mis estrellas inesita
 
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