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Parte I

Aparece la joven en la sobriedad de la inmensa biblioteca, suave, ligera, fantasmal, delicada como el pétalo de una orquídea. Avanza silenciosa, cual si sus pasos no rozaran la alfombra. Viste con elegancia y sobriedad lo que le brinda un aspecto atemporal. La contemplo embobado y es su figura sutil como una pincelada de acuarela, sus ojos parecieran no fijarse en ningún otro objetivo que el que ella persigue. Me gustaría escuchar su voz, la que me imagino igual al roce de los labios sobre el cristal de una copa. Se queda extática haciendo lo suyo y es una estatua de gran belleza esculpida por un celebérrimo maestro. La música que se escucha muy a lo lejos, da la impresión de estar propiciada para este instante de recogimiento supremo en que ningún otro rumor pareciera inmiscuirse, quizás por temor a que la bella y delicada mujer despierte súbitamente a la espantable realidad y fallezca de visceral miedo o simplemente se transmute en una mariposa y emprenda su vuelo sinuoso hacia su bosque de misterios. Me aproximo a ella con la excusa de buscar un poco más de luz y me deleito contemplando la delicadeza de su talle y sus dedos finos posados sobre el libro solicitado. Ese perfil suyo debo haberlo visto en un cuadro de cierto pintor francés. Ella vive en una esfera superior a la nuestra y es tan patente esa impresión que la luminosidad tenue de la sala pareciera atenuarse aún más en el breve espacio que ocupa. No puedo evitar contemplarla, pues la exquisitez de su belleza es un imán para mis ojos.

Presiento en ella la sobrecogedora sensación de no estar de cuerpo presente, pero de pronto alza sus ojos semidormidos y pareciera quedarse contemplando el infinito. Pienso que es el instante preciso para abordarla. Me aproximo con mi silla con el sigilo del cazador que teme ver escapar de improviso a su presa. Es extraño. Ella pareciera no percatarse de nada de lo que le circunda, su concentración es total y ese abrir y cerrar de ojos acaso sea un simple reflejo. Estoy a un par de metros de distancia de ella y mientras ojeo mi libro con lentitud premeditada, la disfruto y me emociono ante el encanto de su belleza. Su cabello negrísimo cortado en forma de melena, lo que le otorga ese aspecto de melancólica chica de los años veinte.

He discurrido algo para atrapar su atención. Se me ocurre tararear una suave melodía de jazz mientras tamborileo imperceptiblemente mis dedos sobre la mesa. Ella continúa enfrascada en su lectura. De pronto un sonido sibilante invocando al silencio llega a mis oídos. Es una mujer robusta que ha llevado uno de sus gruesos dedos a sus también gruesos labios solicitando que no haga ruido. Le sonrío de reojo sin quitarle la mirada a la chica silenciosa que ni se ha inmutado ante esta situación.

Regreso a la biblioteca una y otra vez y siempre está ella allí sentada en el mismo lugar leyendo el mismo libro. Lo curioso es que han pasado largos años en los cuales no se ha producido el más mínimo cambio en su estampa. Continua siendo la misma, silenciosa, grácil y bella, acrecentándose esta belleza aún más ante esa expresión de lejanía que ya tiene sospechosos atisbos de mórbida obsesión.

Continúo soltero. No he tenido ni la oportunidad ni la intención de contraer matrimonio ya que si me comprometiera, sentiría que estoy cometiendo una inconsecuencia, un acto poco sincero. La amo, sé que la amo y no es por otra cosa que ahora, liberado de gran parte de mis responsabilidades, tengo la meridiana libertad para asistir una y otra vez a esa biblioteca que para mi se ha transformado en un lugar encantado ya que allí estará mi princesa, lejana como siempre, hojeando el mismo libro, ya un poco ajado.

Cierta mañana he decidido aparecerme por la biblioteca a tempranas horas y se me ha ocurrido tratar de torcer el curso de los hechos, tal vez para conseguir que estos se desencadenen de una buena vez o porque quizás hasta logre por fin desencantar a la misteriosa muchacha. He solicitado el libro que con tan obsesivo afán deletrea cada día la hermosa chica y como desconozco el nombre, le he descrito al funcionario las señas de la mujer que lo pide cotidianamente. El tipo sonríe con gesto de complicidad y regresa al cabo con el libro el cual atesoro con ávido interés pues tengo la impresión que desde ahora todo será diferente...

(Concluirá)












Texto agregado el 12-01-2006, y leído por 245 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-01-2006 Hermoso texto e interesante...continuaré honeyrocio
 
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