Cuando llegó a casa, después de cumplir con su turno de trabajo en el centro de atención de disminuidos psíquicos, donde trabajaba, lo único que podía ver delante de sus ojos, era la cama que tenia enfrente. En ese momento estaba libre, era toda de él, pues su mujer, que también trabajaba en el mismo centro de disminuidos, fuera una de las compañeras a la que le había entregado el turno esa mañana.

Eran las 8:30 y meticulosamente, como todas las mañanas que le tocaba dormir ya había llevado a su hija a la parada del autobús escolar. Había leído las notas que su esposa le dejaba con las “ordenes” de la mañana a modo de recordatorio. “Si te despiertas temprano vas a…” “Saca la ropa de la lavadora y la pones a secar” “No te olvides de buscar a la niña a la parada” “Pon el despertador” ”Haz la comida” ¡Ah! “Y sírvete un beso”, le dio un beso a la nota y se dirigió a su habitación

Lo primero que hizo fue ir al escusado a descargar las molestosas ganas de orinar o defecar que pudieran despertarlo en su reparador descanso matutino. Previamente se había cepillado los dientes. La cara ya hacia tiempo que no se la refrescaba antes de acostarse pues se había dado cuenta que cuando lo hacia tardaba más en entregarse a los brazos de Morfeo.

Estaba deseando ponerse los tapones de silicona en los oídos para evitar oír los ruidos ambientales. Meterse en la cama. Taparse hasta los dientes. Y dormir por lo menos cinco o seis horas. Mientras pensaba en ese descanso, que bien merecido que se lo tenía, se fue desnudando y poniéndose el pijama

Puesto el mismo y cuando estaba sentado, y dispuesto a recostarse, en la cama se recordó que no le había bajado el sonido al teléfono. ¡Ni había puesto el despertador! Puso el interruptor del radio despertador en ON. Se irguió de la cama y se dirigió a la telefonera. Allí, mientras le bajaba el sonido al teléfono oyó los mensajes del día anterior, pues le viniera a la mente que no los había escuchado. Una voz metálica a través de la línea telefónica le contestó “El servicio contestador de telefónica le comunica de que no hay mensajes en su contestador” Colgó el auricular y frotándose las manos se dirigió a su mullida y ansiada cama.

Llevaba acostado, y ya medio dormido, unos veinticinco o treinta minutos. Cuando un ruido poco habitual de una pelea lo sacó de su sueño. A pesar de tener puesto los tapones de silicona. El ruido le molestaba. Era penetrante y cada vez mayor. Trató infructuosamente de meter la cabeza debajo de la almohada a modo del avestruz, pero no consiguió mitigar aquel infernal ruido.

Molesto por aquella interrupción, Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Izo las persianas. Y miró para el exterior y… allí los vio. Allí estaban en plena pelea los dos. Uno de los combatientes, pudo distinguir, era Andrés y el otro… el otro… no lo conocía era la primera vez que lo veía por ahí. Alzó un poco la vista y en la ventana del bajo de la casa de enfrente estaba ella, la culpable de esa disputa. Era ella… la señorita Melanina. Siempre era culpa de ella. Ya tenia que estar acostumbrado pero ya se sabe nunca se acostumbra uno a esos espectáculos.

Abrió la ventana, Sacó la cabeza por ella con ganas de gritarles algo para que terminara aquella disputa y poder recomenzar su descanso. Pero antes de poder decirles nada vio que su suegro y el vecino de enfrente estaban también viendo la misma.

Miraron los dos hacia arriba y con una señal con los hombros le tentaron a apostar por uno de los dos. “Parar esa pelea jo…r no veis que lo esta matando” “Además quiero dormir un poco, trabajé esta noche y no fue una de las más tranquilas” El vecino sin inmutarse por lo que le dijera Paco le contestó “Ya falta poco Andrés le esta dando un repaso” “Así el Tico este, aprenderá a no entrar en casa ajena”

Paco volvió a mirar para la pelea y pudo observar que Tico estaba sangrando por la cara, por las orejas, por… por… todo el cuerpo. El suelo estaba manchado con salpicaduras de sangre, supuestamente de él. En ese momento Tico estaba con la espalda adosada al suelo y con Andrés encima zurrándole de lo lindo.

La señorita Melanina impasible estaba mirando para otro lado, como si la cosa no fuera con ella. Quizás fuera porque ya estaba acostumbrada a esas peleas. Ella, tal vez, siempre las buscaba e incitaba a sus conquistas para saber si su Don Juan de Andrés era lo suficiente macho para defender su territorio.

La pelea termino más rápido de lo acostumbrado. El rival de Andrés ese día no calzaba las botas del buen amante. A pesar de luchar como un jabato, de haberle puesto interés en la pelea, le faltaba experiencia, cosa que tenía Andrés ya curtido en muchas de ellas. Tico, tan pronto vio un hueco, se revolvió de debajo de las patas de Andrés y escapó corriendo, como alma en pena que lleva el diablo, por donde pudo,

Andrés como buen ganador lo dejó irse. Se acicalo un poco la piel con la lengua y luego se fue a junto la señorita Melanina a recibir sus favores.

Paco cerró la ventana. Bajo la persiana. Se volvió a introducir los tapones en los oídos y se metió en la cama. El ruido que iba a escuchar ahora, si es que hacían ruido, seria mucho más lejano. Allá en donde las hierbas pudieran cubrir sus menudos cuerpos gatunos.