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Casiano III, el despiadado dictador, acostumbra a asomarse a su balcón para darle ánimos a la populosa y sumisa masa que acude a los pies del palacio gubernamental para escuchar sus caprichosos edictos. Cada día hay una novedad, un implante escabroso a las leyes que, de tanto ser remendadas, ahora son sólo un trasnochado legajo de frases coloquiales, un diario de vida o de muerte de un tirano que se cree inspirado por la divinidad. Sus inflamados discursos finalizan siempre con una frase que ya es insignia en su vocabulario bizarro: -Pujen, pujen, ciudadanos que el progreso está a la vuelta de la esquina. La gente disimula su odio y se retira con la triste certeza que este estigma lo cargará sobre sus hombros hasta que una asonada derroque a ese espantajo o la muerte se conduela con su largo cautiverio y se lleve en su grupa al desagradable personaje.

Y el lema está instalado en el inconsciente y sin desearlo, los ciudadanos trabajan y producen a sabiendas que su esfuerzo será esquilmado y sus esperanzas abortadas y bajo los negros nubarrones que parecen cubrir su cenit, intuyen que hasta el astro rey ha decidido hacer mutis por el foro para alumbrar regiones más libres.

-Pujen, pujen, ciudadanos que el progreso está a la vuelta de la esquina- repiten todos como si fuese el triquitraca de un desbocado ferrocarril y lo rumia estoico el obrero y lo repite maquinalmente la temporera, lo recoge como una limosna el mendigo y la frase se filtra por cada ventana y llega a oídos del loro quien lo deforma en su lenguaje mecánico para que lo procese el lactante y lo propale entre agües y gorgoritos.

Cipriano, el médico del dictador, cautela a regañadientes su salud a toda prueba, le entrega la minuta alimenticia y supervisa sus constantes exabruptos. Ese día, por ejemplo, Casiano III ha digerido una sentada de chocolate y le ha mandado a llamar de suma urgencia para que le procure el alivio a su repentino estreñimiento. El doctor le receta ciertos medicamentos y cuando se retira del palacio, se produce finalmente lo que todos esperan. El ejército ha dispuesto derrocar al tirano, quien ajeno a estos importantes acontecimientos, se revuelve molesto en su gabinete. Los libertadores han colocado cámaras y micrófonos en todos los lugares para tener las pruebas que condenarán al gobernante. Y mientras la multitud, ajena a esta bombástica noticia, aguarda bajo el balcón la palabrería vana de Casiano III, el dictador no aparece y de pronto, desde los parlantes instalados en la fachada se escucha una serie de quejidos y exclamaciones sofocadas. La gente se mira sin comprender nada. Lo que no entiende es que Casiano III emite su postrero y gráfico discurso desde su sala de baño conminándolos con su sufrido ejemplo a continuar pujando…












Texto agregado el 20-01-2006, y leído por 243 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-01-2006 jajajajjajaja, que gráficooooooooooo, literalmente murió pujando? juajajajaj anemona
 
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