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Qué resfriado! Me mantuve desnudo demasiado tiempo.

La noche no es buena compañera de arrebatos solidarios.

¿Y las ratas?... Las había de todos los tamaños. Sus ojos, como lentejuelas llevadas por el viento , recorrían sendas invisibles en la oscuridad. Asco y miedo, estaba resuelto y lo haría.

Volvería a hacerlo si me encontrase en la misma situación.



Un grito lejano rasgaba la tela fina, traslúcida, de la neblina que cubría el estanque.

Los grillos enmudecieron. Otro grito. Chapoteo en la oscuridad. Me desnudo y grito a mi vez: ¡Espere!

Atravieso descalzo la zona de las ratas. Siento el fango entre los dedos de los pies. La luz pálida de las estrellas apenas envuelve las gasas de bruma, lo que aumenta mi inseguridad para encontrar el agua.
Sigo a saltos, sin ropa, guiándome por el sonido de los gritos desesperados de aquella mujer.

Lo que me estaba arrepintiendo de haber salido del coche a fumar.

De improviso me hundo al tiempo que resbalo y caigo. Un espasmo recorre mi cuerpo entero. No toco fondo, si acaso lo toco es algo viscoso, debe ser cieno.

Los gritos estiran de mi y nado con fuerza. ¡Ya voy, ya voy!

Distingo una cabeza sobre la superficie, me aproximo y le tiendo un brazo al que se aferra. Tiro de ella con fuerza y he de deshacerme de su abrazo en mi cuello que nos hundía a ambos.
Le grito al tiempo que le agarro su cabeza fuera del agua. Su pánico, sostenido durante tanto tiempo, da paso a una laxitud total y se deja salvar.

Llegamos a la orilla, intento poner pie y no llego al fondo. Me apoyo sobre el barro exterior, saco fuerzas de donde no creía que hubiesen. Saco mi cuerpo revolcándome.

Ella flota aturdida y exhausta. Intento sacarla de un brazo y la cabeza pero resbalo y caigo en picado al agua. Ella se hunde también, debe estar sin conocimiento. Toco el fondo fangoso y tengo la suficiente sangre fría aún como para no apoyarme en él, si me atrapa los pies y en el estado de agotamiento que llevaba hubiera sido terrible para ambos.

Braceo con mis últimas fuerzas, tropezando con el cuerpo de ella que flota a la deriva. La agarro como puedo y me aproximo de nuevo al borde del estanque. Me apoyo y busco en la oscuridad algo a lo que me pueda sujetar. Mi mano tropieza con una raíz. Estamos salvados, pienso, al tiempo que salgo sin dejar a la mujer.

Ahora sí. Sujeto fuertemente la tela del cuello de su vestido por la parte de atrás y tiro de ella con fuerza hacia fuera. ¡Salvados!

Me acerco a su rostro por ver si respira. No lo hace, no me lo parece. Una indecible angustia me aprieta el corazón. No desisto. Le aprieto el pecho parias veces y le absorbo desde su boca con fuerza. Escupo una bocanada de agua fangosa, otra. Sigo apretando y absorbiendo. Tose con fuerza y sigue escupiendo agua. Ahora le soplo para insuflarle aire. Dos, tres veces. Vuelve a toser y hace su primera respiración. Continua respirando y tosiendo rítmicamente. Me siento a su lado, las fuerzas están a punto de abandonarme.

Un movimiento instintivo para que no vuelva a caer al agua y la abrazo por la cintura, noto su vientre muy abultado.

Mi mente se desconecta de mi cuerpo, ya no siento cansancio, de un movimiento rápido me sitúo detrás de su cabeza y de las axilas la separo del agua. Compruebo que sigue respirando, aunque no da muestras de haber recuperado el sentido. Palpo con las dos manos el vientre y espero algún movimiento interno. Dos golpes que siento en las palmas de las manos indican que hay vida dentro. Tengo un instante de emoción que no prolongo por lo dramático del momento.

Busco con la mirada entre la niebla mi ropa desesperadamente. No recuerdo mi posición antes de echarme al agua y no se distingue nada. No hay tiempo para más, las luces de los vehículos que circulan por la ruta me orientan y salgo de aquel cenagal con ella en los brazos.

Lleva una hora durmiendo.
Despertó en el coche, la calmé, se tocó el vientre y se durmió.

Son las cuatro de la madrugada, estornudo sin parar y tengo miedo de que me vea alguien desnudo.

Recuerdo que llevo un impermeable de dos piezas en el portamaletas. Salgo del coche y unos faros me iluminan. ¡Qué vergüenza!

Me visto de plástico verde y siento cómo se pega a mi piel embarrada.

Vamos directos al hospital.




Texto agregado el 24-01-2006, y leído por 379 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
29-11-2006 wow...todo un suspenso que se agudiza con las frases tan intensas y el lenguaje tan rico que manejas...que angustia...hasta el ultimo momento...genial luzyalegria
29-11-2006 wow...todo un suspenso que se agudiza con las frases tan intensas y el lenguaje tan rico que manejas...que angustia...hasta el ultimo momento...genial luzyalegria
02-03-2006 Esto es muy bueno..., atrapas al lector (te lo llevas). Un abrazo desde la Patagonia. CalideJacobacci
31-01-2006 Una historia genialmente narrada, que atrapa y angustia. Se lee de corrido y es muy natural la forma en que lo has escrito, las imágenes fluyen ante nuestros ojos. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
29-01-2006 Angustioso relato pero exquisitamente bien narrado. Nos atrapas y vivimos contigo el salvamento, sintiendo la neblina, el miedo de lo desconocido de no saber dónde se está ni a dónde se va, los gritos de auxilio de desesperación, los esfuerzos por salvar y salvarse.... Enhorabuena.***** claraluz
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