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ALICIA EN SU PAÍS

Llegué a casa de Alicia desde las pasarelas altas del transporte. Podría haber tardado menos en el subterráneo recién inaugurado, pero tenía ganas de ver gente y opté por los medios al aire libre.
La unidad de Alicia tiene las vistas de la ciudad baja y siempre le manifiesto mi envidia por tener que resignarme y soportar vivir en las gigantescas estructuras que asoman sobre la planta industrial.
Hoy, después de mucho tiempo podía visitarla sin razones de trabajo y tenía ganas de hablar de otras cosas que no fueran las cintas de procesamiento habitacional, así que me apresuré a subir al nivel 17 para tomar la rampa de acceso.
La puerta de la unidad de Alicia apareció a la vuelta del pasillo y me paré en frente para llamar. Desde dentro me preguntaron quién era, me anuncié y la puerta se abrió sola.
Mi desilusión fue grande cuando comprobé que la unidad estaba llena de gente, o mejor dicho, llena de Alicias, cada una desarrollando una actividad distinta.
Mi amiga estaba ocupada en una sesión de desdoble sin duda provocada por la influencia del “egrib” y también por la influencia del las vecinas que practicaban las más novedosas técnicas de terapias psicológicas del momento.
Cerré la puerta detrás de mí y busqué a la Alicia más próxima que encontré a mi alcance para que me atendiera. La que elegí se pintaba las uñas de los pies con una batería de cosméticos sobre la mesa de la sala, manteniendo un equilibrio precario con un pie sobre un taburete; otra revisaba planillas de procesamiento frente a la pantalla mientras fumaba; la tercera parecía cantar en la cocina acompañada de ruidos de agua y entrechocar de cacerolas; en tanto que la cuarta ordenaba libros frente a la biblioteca mientras la quinta se los alcanzaba desde el piso. No seguí la búsqueda hasta el dormitorio porque consideré el aspecto íntimo de la cuestión y porque además eran demasiadas Alicias para mí.
— No estoy en el dormitorio. —Dijo la que se pintaba las uñas.— Me estoy bañando pero salgo en cinco minutos.
— ¿No te parece un exceso de desdobles. Estás asesorada? — Le pregunté
— Para nada. He logrado seis desdobles y me gustaría otro más pero, por ser la primera vez no quiero arriesgarme.
— Insisto que es un exceso, esta joda debe causar un tremendo desgaste, estás haciendo seis cosas a la vez que de no ser así te llevarían buena parte del día.
— No seas exagerado, he comenzado el tratamiento con actividades triviales que no me desgastan como vos decís.
— En un séxtuple desdoble me parece una locura. Además esto seguro que tiene que ver con las rayadas de tus amigas y terminará en alguna monografía al respecto o en una camisa de fuerza por esquizofrenia múltiple.
— Son investigaciones serias y contribuyen a la ciencia.
— Estos manejos de cuerpo y psiquis son jodidos y nadie sabe si producen acostumbramiento, dependencia, o que se yo. Además, ¿por qué no probar con una cosa a la vez?
— No te des manija y sentate que tomamos mate: — Me dijo la que lavaba los platos desde la cocina.
— ¿Quién de todas me lo va a hacer?
— Es igual, todas somos la misma nada más que en subestados distintos.
La palabra “subestados” me sonó a jerga psicológica y a monografía de investigación y muchas noches quemándose pestañas y pulmones frente a eternos tomos de infinitas páginas. Me resigné a hablar entonces alternativamente con cada una de las Alicias, ayudando a las de la biblioteca, o secándole los platos a las de la cocina. En otras oportunidades había estado con desdoblados pero no podía acostumbrarme, así que me dediqué a observar el desarrollo de los acontecimientos según fueran ocurriendo.
Al cabo noté que la copias entre sí no llegaban a tocarse y cuando lo hacían se transparentaban una sobre otra como superponiéndose. Si el contacto se daba a través de otro objeto el fenómeno no se registraba; así era como trabajaban las Alicias de la biblioteca, se hablaban y se contestaban pero no dejaban en ningún momento la tarea que cada una hacía.
Alicia IV y V seguían con sus libros, una los limpiaba y la otra los ordenaba en los estantes.
— ¿Por qué no los ordenás vos y ella los limpia. —Pregunté a la que repasaba los volúmenes con un trapo húmedo.
— Ese es un trabajo de ella. A mi me gusta limpiar—Me contestó
— Yo no necesito ayuda con las planillas, puedo sola.
— Los platos se terminan en un minuto.
Cada una se excusó con algún argumento
Después me explicaron que ninguna copia podía iniciar una actividad que no hubiera sido prefijada antes de la dosis del “egrib”.
— Yo puedo cambiar de actividad cuando se me ocurre. Me ayuda a evitar el tedio y la monotonía.—— Dije a la multitud. Sin contestación concreta Alicia VI me pidió que me fuera a la cocina porque tenía que pasar al dormitorio.
— No puedo darte tantas explicaciones porque tampoco estoy impregnada de todo el proceso. Supongo que cada copia no se cuestiona si se aburre o no.— Me contestó cerrando la puerta del dormitorio.
— ¿Es agradable?.— Pregunté
— Es igual a estar haciendo lo que estoy haciendo. Es escucharte en la cocina sin estar allí, tal vez es ser consiente de escucharte sin escucharte.
Seguí con atención la reunión y observé también que las Alicias entre sí se dirigían miradas breves e inexpresivas y en ningún caso conversaban entre ellas, no había intercambio alguno de comentarios u opiniones. La división de roles era absoluta. El desdoble hasta lo que pude ver no servía para mejorar actividades sino para hacerlas simultáneas o más rápido. ¿Qué pasaría si dos Alicias iniciaban un trabajo en común, lo habrían experimentado?
Decidí que la discusión sería difícil con seis variables de la misma mujer así que pensé en la retirada, tomé el saco, me lo puse y saludé en general para evitar contactos. Recibí un murmullo colectivo.
— No te perdás— Me gritó Alicia VI asomada desde el dormitorio con la toalla en la cabeza.
Llegue a la puerta de calle y antes de cerrarla noté que Alicia I tenía problemas con el pincel del esmalte de uñas, su mano se hacía transparente y ya no podía sostenerlo. Cerré la puerta detrás de mi. Bajé a la calle y me asaltó una duda inmediata. ¿Cuál sería la verdadera Alicia, la que no estaría desvaneciéndose ahora que el “egrib” perdía efecto.
Caminé hasta los transportes y compré un libro en el kiosco de la estación, decidí tomar el subterráneo, no tenía ganas de ver más gente.

23/8/82
27/3/96

Texto agregado el 06-02-2006, y leído por 686 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-12-2008 yo sere como una alicia.. no se cual pero creo que todas son una yekoxtras
28-07-2008 me gusta la metafora... cada una tiene tantas interpretaciones como lectores yo lo vi desde el punto de vista de la despersonalizacion... tu me entiendes... zalo85
24-07-2008 Muy buen cuento, gran metáfora, excelente estructura y forma, y tiene un sabor delicioso que te envuelve. Sigo leyendo mi estimado amigo, me atrapaste. Don_Carmelo
29-06-2007 Leí varios, este me encantó.....seguiré comentando con mayor despliegue neuronal scarqui
21-03-2007 *****5 stevenlappot
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