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LOS LIBROS


"Los Libros es un cuento nacido a partir de un sueño en mi adolescencia. La forma de cuento la elegí para poder conectar los extraños acontecimientos que salieron de mi inconsciente mientras dormía y que me impresionaron fuertemente en aquella época.
La versión original, escrita de una sola vez, a mano y sin correcciones es de los años 75 o 76, los tres escenarios principales: el hotel, el pedregal y el lago son, si Kurosawa me permitiera, 'tal y como los soñé', el sueño dentro del sueño es la única experiencia por el estilo que tuve en mi vida.
La letra ha llenado los innumerables vacíos que la mente no planea y que hacen posible que, una vez de este lado de la realidad, se pueda interpretar lo vivido en el otro.
El resultado corregido por tercera vez, sigue siendo insuficiente en relación a la versión original, irreproducible con palabras e inolvidable en sus imágenes."



EL HOTEL
Acababa de sentarme en el sofá mullido de cuero verde, desde donde podía ver el exterior nebuloso y oscuro de la tarde.
Las últimas luces me dejaban ver los prados, los senderos de piedras, los canteros junto a la pileta y la entrada al gran jardín que rodeaba al hotel.
No podía divisar muy bien el imponente murallón de la montaña, que se separaba de las rejas de los jardines por la cinta de asfalto que conducía a la ciudad; porque la cubrían las bajas nubes que anunciaban tormenta.
El murmullo dentro del salón se hizo continuo y parejo a medida que la gente fue llegando y ocupando las mesas para tomar algo caliente.
El mozo se acercó y me distrajo de mi curiosidad por averiguar el por qué de nohaber encendido todavía las luces exteriores del jardín. Era bastante viejo para seguir trabajando pero inclinándose sobre mi mesa, me preguntó que quería servirme. Le pedí chocolate caliente, se retiró rápidamente y volvió curiosamente al instante como si hubiera estado sólo a mi servicio.
Revolví la mezcla espesa y humeante mientras miraba el exterior del atardecer, percibiendo la quietud misteriosa que lo embargaba. Lo extraño que se me presentaba. ¿Qué era?. Me llevó unos momentos darme cuenta y al fin entendí. Desde mi llegada al Hotel, desde mi entrada al salón, el crepúsculo no había progresado, la luz había quedado estancada sin retirarse para dejar paso a la noche.
Sorbí un poco de chocolate de la tasa, lo paladeé y me estremecí pensando en el atardecer detenido en los jardines del hotel. Me sentí cómodo en el rincón más tranquilo del salón y me dedique a observar la luz exterior disfrutando de ser el único que había percibido el fenómeno. Pensé en los libros y sentí que estaban seguros en los vestuarios del Hotel y que podría dejarlos allí hasta volver a necesitarlos.

Mis pensamientos se diluyeron súbitamente con el brusco movimiento bajo mis pies y el desesperado lamento de los comensales del salón. El piso se movía debajo de nosotros sin dejarnos mantener el equilibrio, mientras que el enloquecido correr de la gente arrastraba mesas, manteles y vajilla que se revolvían entre sí haciendo más peligrosa la huida.
Todo el mundo se precipitaba al exterior, cargando a los niños en brazos, mientras el edificio crujía siniestramente, las ventanas estallaban y las paredes se cuarteaban liberándose de sus revoques.
Atiné a observar la escena paralizado, mientras la pared tras mi espalda parecía desprenderse de los cimientos; entre tanto, la luz bamboleante de las lámparas de techo nos abandonaba y el enorme salón comedor quedaba iluminado por la pálida luz exterior.
Volví en mí cuando entre el correr de la gente y proyectada contra la claridad exterior, se recortó la figura obesa de una mujer vestida de cocinera, que con dificultad buscaba trasponer el piso regado de objetos, en busca de la salida.
Hice lo mismo, corrí hacia la puerta que daba al jardín, esquivé mesas y sillas revueltas sintiendo a mis espaldas cómo caía el yeso de los cielorrasos. Gané la terraza, salté como pude canteros y contenciones mientras los grandes árboles se tambaleaban en la penumbra. Vi horrorizado la tierra abrirse y sentí el olor fuerte de los gases que salían de la profundidad, tuve que saltar uno de esos posos sin fondo para caer de muy mala manera y seguir corriendo. Mi caída me dió tiempo de ver el edificio desaparecer en una tormenta de polvo y escombros y de escuchar, siempre detrás de los gritos de la gente, el ruido sordo de la tierra, el entrechocar de enormes rocas invisibles en la profundidad de la montaña.
Corrí desesperado olvidando a los demás, me di cuenta de mi soledad ya lejos de los jardines del Hotel, agotado y dolorido. Pensé que nadie se había salvado, pero descarté la idea pensando en la multitud que me rodeaba.
No pude terminar mis pensamientos, la montaña frente al Hotel se desmenuzaba en un torrente de piedras y los jardines desaparecían bajo la nube aplastante.
Volví a la carrera esperando salvarme y no seguir viendo el espectáculo del alud. Aún cuando corría sentí el estremecimiento de la tierra bajo mis pies.


EL PEDREGAL
Todo el lugar estaba cubierto por un pedregullo árido y gris del tamaño de puños, del que sólo emergían los troncos destrozados de los árboles y en medio de estos, las ruinas, como esqueléticas estructuras apuntando al cielo, igual de ahogadas por el peso de las piedras.
No dudé que aquel fuera el lugar, pronto encontraría los misteriosos libros y los recuperaría. Acercarme fue dificultoso, las piedras flojas y resbaladizas traicionaban mis pies en cada paso.
El cielo seguía tan gris como la última vez que había estado allí y el viento frío del sur deshilachaba la bruma en ráfagas húmedas que mojaban todo alrededor.
Llegué a las ruinas chorreadas de ceniza y no más altas que un metro desde el manto de piedras, me interné en ellas como en un laberinto de muros bajos . Encontré la escalera que bajaba a los sótanos y me inquietó hallarla tan limpia y libre de escombros. Pensé en los libros y en su seguridad, bajé con cautela a los antiguos vestuarios.
El interior estaba oscuro e intacto a pesar de que algunos de los armarios estaban caídos y desordenados. El terremoto debía haberlos tumbado y removido de sus lugares. En la oscuridad, se percibía una luz débil que se esparcía en reflejos vacilantes por el techo del vestuario. Caminé con cautela para sorprender a quien fuera en aquel lugar.
Mi armario estaba de pie entre los otros caídos y en desorden. No había sufrido daños. Avancé en la penumbra temblorosa y allí mismo, en un pequeño espacio dejado en un rincón del sótano, encontré al viejo.
Miraba fijamente el fuego y revolvía lentamente un jarro con líquido en su interior. Alrededor de él se esparcían sus pocas pertenencias; una cama hecha sobre uno de los armarios caídos, unas frazadas cuidadosamente dobladas, una pava sobre el fuego que producía la luz trémula, algunos platos y cubiertos, una cantimplora y lo más curioso de todo; un maletín de cierres dorados, desvencijado y raído junto al que habían una pila de papeles limpios y unos cuantos escritos en desorden.
El viejo no me miró, aunque era imposible que no me viera.
—¿Quién es Ud? — Le pregunté.
—¿Qué hace aquí?— Me preguntó a su vez.
— Busco algo.— Contesté nervioso.
El viejo me miró y sonrió revolviendo el jarro dejándolo a un costado.
—Todos buscan algo— Volvió a decir y señaló detrás mío el armario donde yo había guardado los libros. No supe cómo había sabido de ellos, pero no esperé para abrir la puerta con la llave que aún conservaba. Allí los encontré, en la penumbra rojiza que producía el fuego encendido.
Los abrí y revisé con avidez y temor al mismo tiempo. Comprobé su buen estado y miré y reconocí los signos misteriosos que los llenaban. No tenía caso sacarlos ahora por lo que pensé en llevarlos en la mañana, cuando me fuera.
Le pedí al viejo dormir en las ruinas y aceptó indiferente como si fuéramos conocidos de años. Me cedió una de sus frazadas y terminé acurrucado junto al fuego, el viejo se acomodó sobre su camastro improvisado y yo me relajé invadido por el sueño hasta que me dormí.


EL LAGO
Al día siguiente, noche absoluta dentro del vestuario, amanecí helado y tiritando: La frazada no me servía de nada y estaba enroscado en ella sin obtener calor. El viejo dormía profundamente. Me levanté y me acerque al fuego para avivar las brazas que quedaban de la noche anterior. El viejo se despertó y se incorporó del camastro, vestido como estaba no le fue difícil empezar el día. Puso agua al fuego que yo había avivado y sin decir palabra buscó entre sus cosas otro jarro y una cuchara. Eran las diez de la mañana según mi reloj. Tomé la frazada del suelo y salí al exterior. El paisaje seguía tan gris y frío como la tarde anterior, coloqué la frazada sobre mi cabeza para protegerme de la llovizna helada. Del antiguo lugar quedaban los cerros cercanos y el camino abandonado por donde tendría que volver a lo que quedaba de la ciudad para entregar los libros.
Decidí bajar a los vestuarios tomar mi pertenencias y marcharme de aquel desolado paraje, pero no fue nada más que decidirlo cuando la tierra volvió a temblar bajo mis pies como años atrás. Sin tiempo salvo para escapar, trepé las lomas y corrí nuevamente. No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero sí puedo decir que cuando regresé a las ruinas encontré un gran lago en la depresión que ocuparan, El río que pasaba por las cercanías se embalsaba ahora en el gigantesco hueco que se produjera con el terremoto. Rescatar los libros no solo sería imposible, sino que también inútil; de seguro, ya no existirían. Pensé en el viejo y si todavía estaría en los vestuarios cuando la tierra se hundió, lo imaginé flotando en la oscuridad helada del sótano inundado, protegido como un feto en un vientre hermético, preservado por el frío para siempre

Abrí mis ojos y apenas divisé la tenue luz que bajaba por la escalera. El sueño que había tenido estaba vívido en mi memoria, el desenlace me había perturbado tal vez despertándome, la inquietud me seguía desde el sueño.
Me incorporé de entre la manta y me senté para terminar de despabilarme. El viejo también había despertado y me observaba acodado en su camastro, su mirada ya no era pacífica y sentí que estaba tan inquieto como yo.
Me paré en el lugar y por primera vez reparé que el suelo estaba cubierto de arena fina, sin entender de dónde habría venido.
Caminé hacia el armario de los libros y abrí la puerta para tomarlos, quedé paralizado cuando vi el estante vacío. Sin darme vuelta sentí que el hombre a mis espaldas se movía sobre su camastro, también entendí la mirada del viejo y la relación directa con la desaparición de los libros.
Giré sobre mis pies y lo vi parado en la penumbra con un arma en una mano y los volúmenes en la otra.
— ¡Devuélvamelos! — Dije mecánicamente.
— Los he buscado por años tanto como lo ha hecho Ud. Lo he seguido desde el día en que aquí había un hotel. Posiblemente ya no recuerde que yo lo atendí aquella tarde cuando...
— No puede quitármelos, los necesito, son míos.— Le dije interrumpiéndolo
— No tengo más que hablar con Ud. Le pido que se vaya y me deje solo, no tardarán en venir por mí.
Me quedé quieto en mi lugar esperando algo más que sus palabras. El viejo no esperó. Apuntó su arma a mis pies y disparó sólo por un segundo al piso, la oscuridad se tiñó de azul y sobre la arena quedó un charco de vidrio fundido y brillante.
Decidí salir y subí por la escalera con rapidez. Tal como en mi sueño, la mañana era fría y lluviosa y el viento azotaba el pedregal sin piedad. Recorrí un trecho desde las ruinas y miré hacia atrás. El viejo asomaba medio cuerpo desde los muros caídos y me apuntaba. Un impulso inexplicable me hizo correr hacia el camino, lo hice con un temor profundo, saltando sobre las piedras flojas y redondeadas, sin detenerme ni sentir el dolor de mis pies en la carrera. Mientras más me alejaba más tranquilidad sentía de dejar aquel lugar maldito de la naturaleza.
Alcancé el camino muy pronto y seguí cuesta arriba como un demente. Sobre la cuesta, en el borde de la loma me detuve exhausto y miré hacia atrás. Divisé por última vez la planicie pedregosa, las ruinas y los muñones muertos de los árboles.
Un rugido violento y agónico salió de lo profundo de la tierra como si una garganta reseca expirara por última vez. Caí al pavimento de rodillas mientras miraba el siniestro espectáculo allá en la planicie. Todo el valle se revolvía con fuerza como agitado por un oleaje denso y aceitoso, chorros de humo y gases escapaban de entre las grietas y todo el suelo se hundía por su propio peso en las profundidades.
Seguí mi camino hasta que todo se aquietó y el viento volvió a soplar arrastrando la lluvia. Persistió solo un ruido lejano y constante, era el río que se derramaba en la depresión del valle y que debería formar el lago que yo había soñado.
Pensé en el viejo y en su segundo final, pero más necesitaba pensar en mí, y en los libros. Tal vez no debía hacerlo, ya que al fin y al cabo ahora podía liberarme de la responsabilidad de custodiarlos. Mi enemigo ya no existía, tampoco el tesoro a proteger.
Busque a lo lejos la ciudad y me imaginé descansando en los refugios hasta la partida.
Caminé durante toda la mañana, la lluvia no ceso de caer.

A.L. 1975–76;
diciembre de1995
abril del 2000

Texto agregado el 06-02-2006, y leído por 373 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-12-2009 Que bien..en tus sílabas está el misterio terrestre de los sueños. y esas piedras avasallantes combadas por el eco de los vientos. En fín...tus palabras estan formando telúricas potencias y vientos salvajes que asrdieron en la hondura de la noche. Es un tesoro a proteger este escrito jugama
15-12-2009 Aqui estoy, de verdad me lei el cuento de un sorbo, me quedé muda con el relato, que sueño XD!!!!, muy bien descripto, atrapa y como mis****** nanajua
08-12-2009 uhhh si no lo pones de nuevo nunca lo hubiera leido, esto es una obra de arte, que sueños dios mio¡¡ soñar con todos los detalles, y escribirlos tan pero tan bien, esto es buenísimo abu, te felicito***** silvimar
24-05-2009 Imaginate la ironía. Me invitaste a leer el primer relato tuyo que leí. En su momento no hice ningún comentario porque el texto me dejó una sensación extraña; una mezcla sórdida de perturbación y asombro. En verdad no soy una persona que deposite demasiada confianza en los sueños y menos aún cuando estos se presentan de una forma tan dinámica, como un mensaje ultraterreno o algo así; pero en verdad, de haber tenido un sueño semejante (y creo que en ese razonamiento nace mi extraña sensación) hubiese meditado durante años aquel encriptado mensaje. Creo que no hubiese tenido el valor de cristalizarlo como vos lo hiciste. Tal vez no por cobardía, pero sí por comodidad. ¿Qué te puedo decir ahora? o mejor ¿que puedo agregar? Si ya me despaché en un inmenso mar de palabras y no dije nada. Tu relato "raro" (en tus palabras) es realmente bueno, pero insisto, no creo tener en este momento, como en aquella primera vez que lo leí, la mente libre de argumentos para proporcionarte un comentario a cabalidad. Otra vez me encuentro inmerso en ese ceniciento lago, en esa devastada depresión, en la que no sólo muere el enemigo sino que también se diluyen los libros. Un fuerte abrazo. eaco
02-08-2008 Es sorprendente que yo haga el primer comentario de este excelente escrito. Un texto lleno de misterio y símbolos. Las imágenes y las sensaciones oníricas fueron resueltas con talento por el autor. El final abierto contribuye al clima de incertidumbre que predomina en el relato. Para leer y releer. Tardías felicitaciones. ***** rigoberto
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