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Intrigado por la llegada de sus padres a su casa se puso a pensar en la actitud que debiera tener frente a ellos, pero, no podía imaginárselo, y, en verdad, tenía razón. Pedro, tenía mas de cuarenta años, vivía solo, gozaba de buena salud y una que otra noviecilla para acompasar su terca soledad pero, nada más. Así que, la llegada de sus padres en esta etapa de su vida era algo raro, y, por ello les dijo: ¿qué era lo que deseaban? Su madre fue la primera en ponerse a llorar, su padre la consoló, mirando a su único hijo por aquellas duras palabras de recepción. Hijo, le dijo, estamos aquí porque deseamos pasar los últimos días cerca de ti. Estamos por morir, tu madre y yo, tenemos poco tiempo, así que, por favor, sé bueno, al menos, con tu madre, yo, podría irme a dormir a un hotel aquí cerca y por la mañana vendría a recoger a tu madre. Pasearíamos por las calles, comeríamos y luego, vendríamos a verte esta noche, pues mañana, ya no nos podrás volver a ver jamás... Pero, papá... los veo y los siento lleno de salud, cómo es que sienten que se van a morir, es que acaso ¿tienen algo extraño? No hijo, no es eso, lo que pasa es que, tu madre y yo, hemos ingerido dos pastillas, llamadas: "Dos días sin dolor y una segura y suave entrada al cielo". Es decir, nos hemos automedicado pastillas para morir en dos días, no más. Ayer por la media noche fue el primero, mañana será el último. Por ello es que nos venimos a despedir de ti, Pedro. Ya sé que hemos sido duros contigo desde niño, que yo te trataba con dureza y tu madre le importabas un rábano, pero ahora que estamos muriéndonos, es diferente, uno ve la vida como si estuviera en el cielo, y ve a la gente con amor, y recuerda, esos sí, uno recuerda a sus seres amados u odiados, es decir, a ti, y a pesar que, desde que tenías doce años, te internamos en un sanatorio por todas las locuras que cometiste desde niño, sé que nos vas a perdonar, así como te hemos perdonado nosotros. O sea que: ¡Aquí estamos! Y… ¡hasta mañana...! ¡Ah! Y no te preocupes pues ya hemos decidido que al momento de nuestra muerte estaremos en un hotel en donde hemos pagado el hospedaje, además que hemos avisado a la empresa de sepultura para que se encargue de nuestros cuerpos ya sin vida, o sea que, no tendrás que ocuparte de nada. Tan solo perdónanos y estate contento, al menos, por esta noche, pues mañana... ya sabes... Pedro miró a sus padres y todas aquellas escenas que había escuchado se cayeron al piso como un vaso de vidrio. Sintió que los quería a pesar de tantos años de no verlos. Vio su vida con ellos, los odio; luego, vio su vida sin ellos, los amo... Cerró los ojos y salió de la casa, diciéndoles que se quedaran en la casa hasta mañana, si así lo deseaban. Pero hijo, deseamos estar contigo, a tu lado, al menos por unas horas, ¿no te parece justo? No, padre, les dijo, yo no lo deseo; prefiero no recordarlos... es mejor para mí, y gracias por haber venido a visitarme. Diciendo esto, Pedro salió a la calle. Mientras se alejaba de su casa sintió la mirada de sus padres en su espalda, no hizo caso, y continuó su camino. Durante toda la noche caminó y caminó hasta retornar a su casa. Vio las luces prendidas y ruidos, o música a todo volumen. Se acercó y vio a sus padres bailando, tomando, casi sin ropas, y con gente de su vecindad, también bailando con ellos. Iba a entrar y decir qué era lo que ocurría, pero no lo hizo. Se quedó a media cuadra de su casa hasta que la fiesta terminó. Vio que toda la gente retornaba a sus casas, y luego, vio a sus padres salir con esa pequeña maleta que traían cuando llegaron. Se escondió tras la pared de una de las casas, y vio como pasaban por su lado sin que se dieran cuenta. Los siguió. Llegaron a un hotel pequeño, pero decente, entraron, y Pedro se dispuso a esperar. Luego, cuando vio que no había ruido, entró en aquel hotel. Preguntó por sus padres y le dijeron que habían llegado bastante cansados, y que no debería molestarlos. Sin embargo, Pedro subió, entró al cuarto y vio los cuerpos de sus padres echados sobre una cama, aun estaban vestidos. Su madre, con un elegante vestido clásico. Su padre, vestido como si fuera a casarse. Estaban bastante elegantes, pero, estaban echados sobre la cama de dos plazas... Dormían, o al menos, eso parecía. Pedro se acercó y notó que sus padres no respiraban... Muertos, se dijo, están muertos, y son mis padres... Cerró los ojos y cuando los abrió, aún estaban allí, aparentemente durmiendo. Salió de aquella habitación y bajó las escaleras, y cuando estaba marchándose escuchó que una ambulancia llegaba al hotel. Pedro agachó la cabeza y se alejó más del hotel, marchando raudo hacia su casa, y cuando llegó, encontró una vieja foto de sus padres con él en la sala de estar, a su lado había una carta. La abrió, y observó que no decía nada, nada, ni siquiera un adiós... La cogió, y escribió algo sobre la página en blanco, cualquier cosa, pero luego la borró, no lo sintió honesto. Pedro cogió el teléfono y llamó a una de sus viejas amigas, pidiéndole si podía venir a pasarla juntos toda una tarde, pues, deseaba celebrar la muerte de sus padres...




San isidro, abril del 2006

Texto agregado el 22-04-2006, y leído por 820 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-11-2008 Extraño relato, hasta un poco tenebroso; talvez por eso la ausencia de comentarios a pesar del número importante de visitas. De pronto también a mí vino la idea de pasar de largo sin dejar comentario, pero como un autoreflejo me pregunté por qué no iba a hacerlo y llegué a la conclusión que después de leer el texto, nos llena de temor estar en la misma posición del personaje y actuar como él. Esto quiere decir que el texto es bueno, por el tema y porque involucra al lector después de leerlo.*****Afectuosos saludos. sagitarion
 
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