TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Vlado / Escena resquebrajada

[C:200898]

Es el cuarto de un hostal destartalado en medio de un desierto, más viejo de desgracias que de años. Por sus paredes se descuelgan fantasmas amarillentos, decadentes fotografías del pasado. Su inquilino —vitalicio— ya no paga la renta, ha cerrado puertas y ventanas, se ha declarado en guerra contra el mundo sin importarle demasiado que el mundo no se haya enterado. En una gramola, suena un tango —siempre el mismo—. Un tango de bandoneón lánguido y desgarrado compás, la aguja granulando una voz que repite a navajazos el nombre de una mujer. El inquilino está sentado frente a una mesa, en el centro, sus ojos clavados en algo que hay sobre ella. Es un revólver con una sola bala. Ya varias veces ha apretado el gatillo. Él sabe que no quedan más oportunidades, se acabó el azar, la opción. El próximo giro de tambor alimentará las paredes con la sonora carne de un disparo.

Primer plano del rostro del inquilino, a contrapicado. Toda la atención del plano la captan los ojos, desahuciados, más allá de la vida, como adelantados al resto en la caída. Sobre él, un ciempiés atraviesa el techo desconchado. Da varias vueltas alrededor de la bombilla y luego cae sobre la cabeza del inquilino. Lo vemos aparecer por detrás de la oreja derecha, él no se inmuta mientras el ciempiés pasea por su mejilla, merodea el curso de sus cejas, desciende la nariz. Al final, se detiene sobre los labios. Con un reflejo impersonal, abre la boca y la lengua lo atrapa. Los ojos siguen fijos en el revólver mientras mastica. Entonces llaman a la puerta. Mastica. Vuelven a llamar y él mastica. Golpe: mastica. Golpe: mastica. Al final se aburre del juego y pregunta quién es. “La Muerte”, dice una voz. Él no lo cree, sabe que las voces suelen mentir. Pero la voz insiste e insiste, el inquilino de puro hastío se levanta de la mesa y se aproxima a la puerta. Por la mirilla ve a una mujer hermosa, vestida de uniforme. Le pide que se identifique y ella saca una cartera. La abre y la pone frente a la mirilla. Se traga el ciempiés: la placa parece auténtica. Él no quisiera hacerse ilusiones pero no puede evitar que la comisura izquierda se le tuerza en el amago de una sonrisa. “Me manda Azucena”, dice esa mujer. Como un eco, el tango apuñala otra vez el mismo nombre. Ahora él sonríe abiertamente, hasta que la boca se le abre para dejar escapar una risa que suena a llanto pero es risa. Descorre los cerrojos, aunque no abre la puerta; se dirige a la mesa. “¡Pasa!”, grita.

El plano cambia al exterior del hostal. Unas manos gigantescas se clavan en los muros y los abre en canal. Más allá de las costillas, se ve al inquilino cogiendo la pistola. Suena la despedida anunciada de un último latido, casi como el sonido de un disparo amortiguado por el fundido en negro final.

Texto agregado el 26-04-2006, y leído por 219 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-06-2006 Se me había olvidado dejar por acá unas estrellas. Mer gustó la historia, me pareció innivador. jaenbota
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]