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Olvidadizo, como siempre, Eneas salió de su casa y cuando iba en el autobús, recordó que al apagar la llama de su cocina, había girado de nuevo la perilla para volver a encenderla pero, en ese preciso instante, un llamado telefónico lo sacó bruscamente de ese escenario. Después salió apresurado de su casa y se olvidó de todo. Espantado ante esta peligrosa situación, quiso descender del vehículo, pero éste iba atestado de pasajeros y además, ese día era preciso llegar puntual a su trabajo porque tenía una importante reunión en Gerencia, lo que recordó porque lo había anotado en su frente con grandes letras, de tal modo que al mirarse al espejo, vio el acuciante mensaje. En rigor, Eneas, era un simil del personaje de Memento y lamentablemente se había olvidado de mirar el sello que había pegado con tela adhesiva en la puerta de su casa y que era la última alarma que le indicaba que debía repasar el listado de asuntos a chequear cada vez que saliera. Por lo tanto, sólo le quedó encomendarse a todos los santos para que no ocurriera alguna desgracia y comenzó a repetir, como si fuese una monocorde oración: -No debo encender la luz de mi casa cuando llegue, no debo encender la luz de mi casa cuando llegue, no debo…

A los dos minutos ya no recordaba nada de nada y sólo rezaba para llegar lo más pronto posible a su oficina. Todo resultó tal y como lo esperaba y recibió las felicitaciones de su jefe, quien, de paso, le ordenó que le hiciera un trabajo urgente. Este consistía en transcribir un largo texto que necesitaba a primera hora del día siguiente. Entonces el hombre comenzó a repetir en forma monocorde: -debo hacer el trabajo, debo hacer el trabajo, debo… Pero, tan contento estaba Eneas con el éxito de la reunión matutina que muy pronto se olvidó del recado de su jefe, pese a haberlo colocado en primer lugar en su listado de actividades diarias.

Cuando faltaban escasos segundos para que finalizara la jornada, por algún motivo extraordinario, recordó de pronto el encargo de su jefe y angustiado, se abocó a trabajar en su computador, pero, para su desgracia, aquel día había racionamiento de electricidad en el sector en que estaba ubicada la oficina y de inmediato se apagaron todas las luces, por lo que tuvo que resignarse a partir con el legajo para terminarlo en su casa.

Mientras revisaba el contenido de esa importante documentación, Eneas trataba de recordar quien diablos se lo había pasado y pocas cuadras más allá, mientras el microbús se iba vaciando de pasajeros, el ya no recordaba nada de nada. Menos mal que encontró en su chaqueta un papel en el cual decía: -Debo copiar esta documentación para mi jefe ya que es de suma urgencia. Sonrió aliviado al saberse tan precavido y de puro contento, descendió justo frente al puesto de completos para devorarse un par de esos deliciosos bocados que engalanó con kepchup y mayonesa antes de tragárselos con fruición. Ya saciado su apetito, el dueño del boliche le encargó que le revisara en el listado de premiados de Lotería, un boleto que había encontrado en el bolsillo de su fallecido suegro. Tanta era la confianza que tenía el hombre en él, que le extendió el boleto sin ningún empacho.

Caminando a saltitos, puesto que Eneas gustaba de ir contando las junturas de los adoquines, contó cuatrocientos cuarenta y cuatro antes de pasar frente al local de Lotería y -por supuesto- seguir de largo, hasta que se encontró con Mariana, su eterna enamorada que esta vez le haría una importante proposición. Como a Eneas no le gustaba la chica -y no porque fuese fea sino porque la encontraba demasiado vacua para su gusto- le dijo que iba corriendo a su casa y que regresaría de inmediato adonde ella. La muchacha sonrió contenta porque esta vez lo invitaría a su casa ya que estaba de cumpleaños su querida madre.

Lo que realmente hizo el bueno de Eneas fue devanarse los sesos pensando que era lo que le habían encargado y como no pudo recordarlo siguió contando las junturas de adoquines hasta que se le hizo tan de noche que creyó prudente regresar a su casa, ya que el clima se estaba poniendo bastante fresco.

Doña Edelmira, acaso la única testigo de los hechos, dice que nunca pudo explicarse cómo un cristiano puede salir volando tan lejos y sin embargo salvar indemne. La explosión fue espantosa y echó abajo todas las casas de la cuadra. Milagrosamente, no hubo heridos que lamentar, ya que a esa hora la mayoría de la gente se encontraba afuera de sus hogares tratando de buscar el origen de tanto olor a gas.

El jefe despidió a Eneas por no cumplir con la urgente tarea que le había encomendado, el hombre de los completos no pudo cobrar el suculento premio porque el plazo para hacerlo se vencía aquella misma noche, Mariana aún aguarda que aparezca Eneas y no pierde las esperanzas de seducirlo algún día. Eneas, por su parte, desde entonces, trata de recordar que fue lo que sucedió esa noche y como el accidente lo dejó más olvidadizo que de costumbre, se olvidó hasta de donde vivía y -por lo tanto- ahora es un ser errante que deambula por el mundo, contando las junturas de los adoquines…









Texto agregado el 17-05-2006, y leído por 469 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-05-2006 jajaja, buenísimo, pobreeee, pero ocurre, nos olvidamos de todo. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
17-05-2006 Pobre Eneas. Ha sido muy entretenido leer este texto. ***** Un saludo de SOL-O-LUNA
17-05-2006 me gusto mucho el estilo narrativo, cautiva y te hace seguir. Muy bien martijoel
 
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