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Saldando cuentas


Un fuerte ventarrón me hizo palidecer de frío, cerré los ojos y apreté lo que quedaba de cigarrillo con mis labios, empuñe mis manos en los bolsillos de mi gabán y encogiéndome de hombros seguí caminando. A mis pies se cruzó una bolsa plástica en fugaz vuelo, arroje el cigarrillo contra el pavimento húmedo y llevando mi mano atrás toque aquel frío objeto que llevaba entre mis ropas, para asegurarme que todo estaba en orden.

Camine lentamente, analizando cada palabra, cada gesto, que debía hacer cuando por fin me enfrentara a su cara. Seguramente el pobre infeliz se sorprendería; él debe creer que todo esta en el olvido. Una sonrisa sádica se dibujo en mi rostro y escupí al suelo.

A cada instante se tornaba más largo mi camino ¿y si me reconocía? ¿Si actuaba antes que yo? No había tomado en cuenta esa posibilidad. Comencé a angustiarme con aquellos pensamientos, titubee por un momento si debería hacer lo que por tanto tiempo había esperado.

No, seguramente el hueón estaba tranquilo en su casa viendo tele. Ya habían pasado bastantes años y lo más probable es que no me reconocería, mi cabello cano; bueno lo que queda de él. No sabes cuanto tiempo he esperado esto, no te lo imaginas…

La seguridad volvió eterna a mi, apure el tranco y de vez en cuando me palpaba atrás para cerciorarme que todo estaba en su lugar, debía estar seguro que no cayera torpemente el frío bulto que cargaba entre mis ropas, no quería testigos, lo planee por tantos años. Todo saldría perfecto.

Faltaba una cuadra, al doblar la esquina ya estaría frente a tu puerta. Gozaba imaginando tu cara de asombro, sin saber que decir. Inflado de suficiencia apuré el tranco y se me escapó una vieja canción en murmullos. De improviso apareció una pareja de
carabineros caminando hacia mí, venían caminando lento. Creo que me delaté estúpidamente al callar, baje la vista y comencé a caminar más despacio. Un cosquilleo nervioso se apodero de mi estómago, la boca se me llenó de saliva difícil de tragar. Me hice a una orilla y sentí como el bulto en mi cintura comenzaba a deslizarse, creí desfallecer.

¿Cómo podría explicar la situación? Mi respiración se agitó y los sentí pasar lentamente a mi costado.

-Buenas noches. Dijeron marcialmente

-Buenas noches. Balbucee torpemente.

Disminuí poco a poco mis pasos y suavemente volví a acomodar mi carga en la espalda, respire aliviado, los pacos ni se inmutaron con mi presencia. Al doblar la esquina me apoye un instante en el muro de una vieja casa de adobe, solté una risa nerviosa y encendí otro cigarro. Miré a mi alrededor, como sospechaba, la calle estaba vacía. El farol que estaba frente a mi destino se encontraba roto, la oscuridad sería mi cómplice. Me encaminé sigiloso, me cerciore que la dirección fuese la correcta y me acerque a la puerta ¿y si no se encontraba? Tal vez ya no vivía allí ¿qué haría? Vacilé un minuto, luego arrojé el cigarrillo contra el piso y alcé la mano, nuevas dudas surcaron mi mente, pero era ya muy tarde, había llegado demasiado lejos como para echar pie atrás.

Golpee, nadie pareció escuchar, volví a hacerlo con más fuerza y espere. Repase uno a uno los pasos de mi plan. No sucedió nada, di un paso atrás y pensé en retirarme. Toqué nuevamente la puerta dándome la última oportunidad, nada sucedió. Di media vuelta decepcionado, pensando en cuando podría tener una nueva chance, cuando por fin cumpliría aquella promesa impaga, cuándo lo tendría frente a mí para…

Se encendió una luz sobre mi cabeza y sentí la chapa de la puerta abrirse. Me volví lentamente, pensando en cómo enfrentaría tus ojos, me lleve despacio la mano hacia atrás y por debajo de la ropa empuñe lo que te tenía reservado.

El piso me tembló. Era una mujer la que se dibujaba bajo el dintel de la puerta. Su presencia me descolocó tanto que apenas pude responder a sus buenas noches de cortesía.

-¿a quién busca?

-Manuel Valdés… me dijeron que vive acá.

- Sí ¿de parte de quién?

-Un viejo amigo. Respondí. Mis ojos brillaron. Por fin te atrapé, pensé. La mujer me invitó a pasar y la seguí hasta un pequeño vestíbulo.

-¿Quién es? Bajó tu voz desde la escalera. Poco a poco empecé a desenfundar para saldar cuentas.

-Dice que es un viejo amigo tuyo.

Descendiste lentamente las escaleras. Hay estabas hueón, tantos años esperando este momento. Tus ojos se clavaron en mi rostro envejecido y con una mueca de extrañeza comenzaste a escrutarme. Vaya; si que estas viejo, pero sigues con esa misma lenta forma de caminar, esa maldita forma de caminar que siempre te distinguió. Cuando por fin
estuviste frente a mí nos miramos a los ojos y abriendo tu boca de par en par diste un paso atrás por el asombro.

-¿Ulises? ¿Ulises Bello?

- ¡Sí hueón! Exclamé y sacando rápidamente lo oculto tras mi espalda te apunte, el objeto dio un destello bajo la luz de la ampolleta y con la cara llena de risa te grite:

-¡Traje la de pisco, tú pon los vasos!

Soltamos una carcajada y nos estrechamos en un fuerte abrazo, como solo lo pueden hacer un par de amigos perdidos por los años y la distancia.

Texto agregado el 06-06-2006, y leído por 189 visitantes. (0 votos)


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