He decidido correr el riesgo y cruzar el río. La corriente es fuerte y hay remolinos en el medio, pero no importa. Vale la pena intentarlo.

Desgraciadamente, en esta orilla no hay ni un pedazo de madera con el cual construir algo que flote. No hay árboles y el sol me calcina. Solamente me acompañan unos retorcidos espinillos que crecen entre las piedras. Intenté cortarlos para encender fuego y me destrocé las manos. Ya no tengo comida, y mis fuerzas no son las mismas de antes. Y no puedo comer pescados crudos. Les tengo un profundo asco.

Inspeccioné el río en busca de una parte más estrecha. Pero el ancho es igual, a lo largo de kilómetros. El riesgo será el mismo por cualquier sitio.

He cruzado y estoy muy cansado. El esfuerzo fue agotador. Tomé agua en gran cantidad y dormiré unas horas en esta orilla, que es exactamente igual que la opuesta.

El hecho de que ambas orillas sean desoladas, no me deprime. Mañana cruzaré nuevamente. Y pasado mañana también. Hasta que me acostumbre. Y comeré pescados crudos, que ya no me darán asco. Aprenderé a nadar como los peces, con naturalidad, y no me detendré hasta respirar en el agua.