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Aquel curso de Tercero Medio era en realidad insoportablemente desordenado. Todos, sin excepción, se destacaban por ser pésimos alumnos y los más insufribles muchachos que habían pasado por ese liceo. Hombres y mujeres, todos ellos, se lucían ideando las bromas más espantosas que se les podían ocurrir, lo que había provocado que los profesores se reunieran reiteradas veces para tratar de encontrar alguna solución, algo radical, porque ya no cabía otra cosa.

En realidad había una excepción y ella era Magdalena, una muchachita de aspecto escuálido y de rostro palidísimo, que no se sumaba al permanente jolgorio de sus condiscípulos, sino que se dedicaba solamente a lo suyo. No era una alumna descollante, pero estaba provista de una gran autodisciplina que le valía las burlas de esos bufones que tenía por compañeros.

Ella lo aguantaba todo sin chistar, ya que su verdadero interés estaba allá adelante, en ese punto en donde el profesor dictaba la clase. Y mientras los demás se entretenían riendo por lo bajo y arrojándose papelillos con caricaturas del maestro, la muchacha tomaba apuntes de la clase y escuchaba arrobada las palabras del profesor, con la convicción que ésta era la perfecta manera de aprender cada día más.

Había si un detalle no menor: Magdalena tenía un brazo ortopédico que finalizaba en un atemorizador garfio. Y cuando las burlas arreciaban, logrando desestabilizar su gran tolerancia, ella arremetía con su extremidad cibernética y espantaba a todos quienes habían tenido la osadía de burlarse de ella.

Cuando aquello sucedía, el profesor de turno se abalanzaba sobre la niña para quitarle su brazo ortopédico, el que quedaba colgado de un gancho como acción disuasiva. Entonces la muchacha, desarmada y sin recurso más que su mirada torva, se enfrascaba en turbios pensamientos y pensaba sino sería también lícito colgar de la lengua a los que se habían atrevido a hostigarla.

El curso aquél estaba en la mira y era casi seguro que para el año siguiente no habría matrícula para muchos de ellos y el resto, se desperdigaría en los demás cursos como una manera de desactivar esa verdadera célula de terroristas estudiantiles.

La cosa pasaba de castaño a oscuro. Los profesores temían ya ingresar a esa especie de antro en que se había convertido el curso, pues estaban expuestos a las pesadas bromas que ponían en práctica esos desordenados críos.

Hasta que apareció Cicerón Vesla, un señor rechoncho de entrecejo fruncido y lentes poto de botella que intimidaban por el sólo hecho de no saber nunca a que cosa apuntaban aquellos ojillos indagadores, empequeñecidos aún más por los gruesos lentes. El profesor aquél, enseñaba álgebra, un ramo muy detestado por el curso, salvo Magdalena que se esmeraba por comprender las complejas ecuaciones.

Vesla se mesaba los bigotes y sentado en su escritorio, estudiaba los rostros de esos traviesos muchachos, quienes, algo acholados por la inquisitiva mirada del profesor, cuchicheaban y reían por lo bajo. Parecía que por fin se había logrado poner un poco de orden en esa sala endemoniada.

Mas, todo fue una pequeña tregua, porque bastó que el profesor aquel, en algún momento diera las espaldas a esos infernales pupilos para que un rotundo naranjazo diera de lleno en su testa.

-¿Quién fue???- bramó Vesla mientras se sobaba la nuca. Silencio absoluto.
-¿¿Quién fue??- repitió aún con más fuerza el profesor pero el silencio era absoluto.
-Pues bien, si no fue ninguno, mi castigo será drástico. ¡Están todos suspendidos!- gritó.
-Entonces fue que Magdalena se levantó de su asiento y mirando con fijeza al profesor, dijo con voz muy segura:
-Yo fui.
Todas las miradas la acapararon y ella, enhiesta y orgullosa, esperó el dictamen del profesor.
Vesla, nada de convencido, entrecerró sus ojos, por lo que, tras los cristales de sus lentes sólo se visualizaron dos diminutas rayas.
-Diríjase a la Dirección, señorita Price- dijo finalmente, mientras en la sala cundía el desconcierto.
La muchacha se abrió paso entre los pupitres y salió del aula.
Cuando terminó la clase, los muchachos se miraban unos a otros sin entender nada. Estaba claro que ella no había sido la autora de dicho atentado porque todos sabían que el verdadero culpable se encontraba entre ellos. ¿Qué sucedería ahora? ¿Lo delataría Magdalena? El desasosiego se hizo carne en esos muchachos traviesos que ahora temblaban como una hoja expuesta a la tormenta.

Al día siguiente, no apareció Magdalena y entonces supieron que ella había sido suspendida por una semana. El alivio que sintieron, aunque parezca imposible, muy pronto comenzó a incomodarlos y un atisbo de remordimiento tomó cuerpo en cada uno de ellos.

Vesla impartía su clase cuando Gimies, uno de los más temibles bromistas del curso, se levantó de su pupitre y alzando su mano,dijo con voz temblorosa:
-Profesor. Aquí se ha cometido una gran injusticia.
Vesla lo miró extrañado, sin comprender nada.
-Explíquese señor- dijo el maestro, mirándolo con sus ojillos más achinados que nunca.
-Magdalena no fue la culpable del naranjazo del otro día- musitó el muchacho, tembloroso -fui yo.

Como resultado de todo esto, algo sucedió que permitió que todo cambiara. El colegio decidió darle una nueva oportunidad a ese curso. El castigo de Magdalena fue levantado y en vista que los muchachos habían demostrado arrepentimiento, Gimies no fue suspendido y muy por el contrario, fue elegido presidente de ese curso que tan mal prestigio acarreaba. El muchacho, desde entonces, se transformó en un muy buen alumno, destacándose por su gran responsabilidad. Al resto no le cupo más que imitarlo. En cuanto a Magdalena, fue recibida por el curso como una verdadera heroína, nunca más nadie la volvió a molestar y –por lo mismo- ya no fue necesario arrebatarle su brazo artificial para colgarlo oprobioso de una percha. Ahora, los que colgaban eran los galones que el curso conquistaba permanentemente, transformándose en los hijos pródigos de ese colegio…














Texto agregado el 04-07-2006, y leído por 276 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-07-2006 Lo otro era que les contaran los terribles cuentos del padre de Magdalena, el Señor Vincent Price, jajaja. Buenísimo. Me gustó, me hizo recordar a mis épocas estudiantiles. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
04-07-2006 ¡Bravo! Muy bien contada esa historia... que de realidad tiene mucha. Me gustó. Mis estrellas para Magdalena Price... Anua
 
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