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El niño estaba sentado en el muelle mirando los rayos del atardecer, viendo como lo que quedaba del día estallaba en diversos colores, en nubes naranjas, grises, blancas y celestes. El viento, con leves cachetadas, golpeaba su rostro y se metía entre sus cabellos, abajo, las olas se agitaban en el río y formaban ondas que chocaban entre sí, para luego expandirse hasta la otra orilla,hasta donde estaban los camalotes dormidos, los troncos arrastrados por la corriente, los barcos mustios con su tripulación de ecos y fantasmas que resucitaban en tormentosas noches.
Allí estaba clavada la mirada del niño y sus pensamientos, ahí había quedado su hogar, ahí había quedado...
Unos gritos y revolcones en el suelo de la playa llamaron la atención de los adultos que cargaban sus pertenencias en los botes que hacían de improvisados transportes de mudanza. Esa mañana, la amenaza de la inundación, anunciada hacía meses por los noticieros y las constantes lluvias, se había hecho realidad. Atrás quedaban las últimas esperanzas, sostenidas en el largo periodo de quietud del río, incluso se podía percibir una sostenida bajante en las últimas dos semanas ¿o era sólo un truco de la esperanza, que es lo último que se ahoga?. sin embargo las grandes lluvias de las dos ultimas noches, las dejaron bajo agua.
Más de un niño despertó ese día con los sonidos de martillo golepeando la madera y voces que daban las indicaciones para ir ubicando las cosas en algún lugar. Se podía escuchar a los mayores hablar sobre los planes de las familias que ya habían avisado a sus parientes de la otra costa adonde irían a pasar un buen tiempo hasta que las aguas volvieran de nuevo a su sitio, se podía escuchar hablar sobre la escuela y otro mes o quizás más sin clases, donde se vería luego con la directora y los demás padres como se recuperarían.
El niño despertó aturdido por el sonido de los martillos. Al ver las maderas desclavadas y los botes cargados, recordó la conversación de sus padres sobre la lluvia la primera noche. Recordó como su padre aún guardaba las esperanzas, y la preocupación de la madre por no querer ir a casa de la hermana, pues sabía que esas estadías terminaban en peleas familiares. Tambien hablaron de los días de clases que los niños perderían. La escuela, que estaba a unos metros de su casa, ya había suspendido por ese mes las actividades escolares.
El niño se levantó y vio a otro niños correr y jugar como lo habían hecho siempre, vio a los mayores reir a pesar de todo, escuchó la radio puesta en música alegre. Mientras pensaba, escucho unos ladridos y vio a su perro Toky, que ladraba feliz y que se acercaba junto a él, invitándolo a jugar. Al niño se le iluminó el día y por un momento olvidó la inundación, la conversación de los padres, la escuela, la humedad en las paredes y corrió junto a Toky pateando una pelota.
El niño siempre se sentía feliz junto a su perro, que desde que llegó un mediodía del 6 de enero traído por el padre, se había convertido en su mejor amigo. Algunas veces, cuando los otros niños iban a pescar con sus padres, él era su única compañía.
Siguió jugando toda la mañana con Toky y sus amigos. Tambien a ratos veía como las casas que habían compuesto su vecindario iban desapareciendo, dejando como testimonio de su existencia, una marca cuadrangular que luego sería ocupada por las aguas.
Ya en la tarde, el niño escuchó el llamado de su madre avisándole que había llegado el momento de partir para la otra orilla. Subieron todos al bote, convertido en casa flotante, y partieron.
Mientras iban cruzando, se percató que Toky no estaba con ellos y le preguntó a su madre si volverían a buscarlo. Ella respondió que sí.
Llegaron hasta la casa de los parientes y con los últimos destellos de aquel primer día de exilio, se acomodaron como pudieron en improvisadas habitaciones, entre ropas y algunos muebles colocados al azar.
Al atardecer del segundo día, el niño se encontraba en el muelle mirando el atardecer, mientras veía avanzar otros botes con más personas que huían de la inundación. Tenía la mirada perdida en la otra costa, buscando, escuchando, esperando. Luego, cuando las primeras estrellas aparecieron en el cielo, subió lentamente las escaleras del muelle.
Esa noche, después de la cena, preguntó a su madre cuando traerían al perro pero ella no dijo nada. A las 10 de la noche todos fueron a dormir.
Mientras el niño se sumergía muy lentamente en sus sueños y sus pensamientos, escuchó el leve rumor de un barco atravesando las aguas y luego, cruzando la noche y el río, desde la costa lejana, el ladrido de un perro.

Texto agregado el 21-07-2006, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-10-2007 Un cuento lleno de recuerdos infantiles y ternura. doctora
 
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