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Cuando niño dibujaba que era una maravilla y a tanto llegaba mi talento que todos los profesores y compañeros comenzaron a endiosarme por estas facultades que Dios me dio. El asunto terminó con muchos alumnos perfeccionándose en el arte de los trazos y líneas y después de algún tiempo, todos eran avezados dibujantes que incluso llegaron a superarme.

Más tarde, cuando la vida acuciaba, me transformé en un magnífico fotógrafo que construía verdaderos poemas con las imágenes. Gané mucho dinero con este arte hasta que mis clientes, entusiasmados con mis retratos, quisieron plasmar ellos mismos sus propias obras y comenzaron a comprarse cámaras muy sofisticadas para tomar las mejores fotografías. Por lo tanto, mi negocio se fue a la ruina pero el barrio se llenó de una multitud de aspirantes a fotógrafo.

Como las artes visuales me apasionaban, me compré una cámara de video y comencé a filmar todos los eventos que requirieran de mis servicios y perseveré en este medio hasta transformarme en un verdadero artista que sacaba lágrimas y aplausos por mis bien logradas escenas. La gente lloraba y yo recibía aplausos y dinero en justa proporción. Los halagos me incentivaban a mejorar cada día más en mis filmaciones y pronto no hubo nadie que no admirara mi arte y no quisiera, a su vez, tener una cámara propia entre sus manos para intentar captar las imágenes en movimiento. Al poco tiempo y gracias a la bonanza que se vivía en el país, las cámaras estuvieron al alcance de todos los bolsillos por lo que fui perdiendo uno a uno a mis clientes en la misma cantidad en que se incrementaban mis colegas de oficio.

Así, transité por una infinidad de variados oficios y en todos lo hice con tanto talento y eficiencia que muy luego surgieron los infaltables entusiasmados seres que quisieron aprender y ejercitar con maestría lo que yo les había inculcado sin desearlo.

Por lo tanto, aprendí un oficio que no es muy apetecido la mayoría y ese lo ejerzo con suficiente talento puesto que son muchos los que acuden a mi negocio para solicitar mis servicios. Yo los atiendo sin ese temor atávico que nacía de sentirme admirado y con el deseo ferviente, de quien valoraba mi labor, de emularme y acaso superarme. Muy por el contrario, los visitantes ingresan compungidos y con deseos de abandonar con premura mi lugar de trabajo. No es una novedad que a nadie le gustaría ejercer el oficio de fabricante y vendedor de ataúdes…









Texto agregado el 02-08-2006, y leído por 290 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-08-2006 Jo,jo,jo...Me lo tendría que pensar como van la cosas con tanta regresión. Se disfrutó la lectura. eneas
02-08-2006 jajajajaja. bien, simpatico texto. Creeme que comprendo bastante sobre los vecinos y todos tus negocios. luccas
 
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