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III


El reloj marcaba las diez de la noche. Erica esperaba el telefonazo que le indicaría que Chamberlain estaba en el vestíbulo. El cubano no quiso que ella acudiese al aeropuerto. –Otra extravagancia suya- se dijo la chica, -pero no importa. Lo que si tengo claro es que dentro de muy poco tiempo, estaremos juntos. Se veía hermosa enfundada en ese ligero traje azul que destacaba sus curvas. Su cabello enmarcaba bellamente ese rostro aún juvenil y de facciones delicadas. Se imaginó al arrullo de unas palmeras junto a su Apolo caribeño, recibiendo la caricia de ese aire afrodisíaco.

El teléfono sonó a las diez y veinte. –Chica ¿Estás allí mi vida? Erica creyó morir. Abriendo su puerta de un sopetón, corrió hacia las escaleras para sentir los pasos de su hombre. Fue entonces, cuando se apagaron las luces de la residencia. Erica se sobresaltó porque si temía a algo era precisamente a la oscuridad. Temblando de miedo se apresuró a ingresar a su departamento. Allí esperaría a Chamberlain. Cerró la puerta con cerrojo y se aproximó a la mesita en donde relumbraba suavemente su teléfono. Buscó en un mueble cercano una caja de fósforos, un encendedor, velas, algo que sirviera para espantar ese terrible nido de sombras en que estaba envuelta. Sus dedos escarbaban entre papeles y objetos diversos. De pronto, sintió algo así como el aliento de alguien soplando su nuca. Espantada, lanzó un grito desgarrador e intentó huir, pero sintió que una mano férrea apresaba su muñeca. Se desmayó como lo hubiese hecho cualquiera en esa misma situación.

Despertó segundos, minutos o un siglo más tarde. Se encontraba atada de pies y manos en su lecho. La penumbra era casi total y sólo la luz mortecina de una vela alumbraba la otra habitación. Sintió unos pasos pesados y más tarde vio dibujada en el dintel la silueta fornida de un hombre.

-Okey chiquitita. Aquí está su hombre caribeño para hacerla feliz como usted lo merece.
Erica trató de distinguir al tipo con sus ojos desorbitados. Temblaba como si todo el terror del mundo se hubiese aposentado en su frágil cuerpo. ¿Era acaso una broma de su galán? ¡Había sido tan crédula! El tipo comenzó a desnudarse y la muchacha se revolvió tratando de deshacerse de las ataduras. Sintió un pánico que nunca en su vida la había asaltado. Los latidos de su corazón se aceleraban a cada momento. Como pobre resultado de todas estas sensaciones, sólo se dejó oír un grito ahogado de su garganta mustia.


(Continúa)



































Texto agregado el 21-08-2006, y leído por 255 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-08-2006 Ayyy, mi madre siempre lo dice, que esos romances terminan con alguien destripado. Besos y estrellas. Sigo. Magda gmmagdalena
 
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