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La sala de emergencias

Pasaron quince días desde su ingreso, los primeros, la verdad, me causaba mucha impresión verlo, después, al ir notando el desgaste de su cuerpo, y sobre todo la falta absoluta de voluntad para salir, hicieron que por instantes, la apatía inundara mis pensamientos. Joven, de escasos 25, sufrió la fatal caída de su motocicleta, una Harley impactante, con asiento y manerales de piel, imprudentemente, intento ganar el paso al auto y fue embestido y estrellado contra el piso, el tallón, quedó
grabado en el dorso de la chamarra.
Aquella noche de guardia lo recibí: el fémur fracturado, con un enorme hematoma morado y tenso, y la tibia expuesta y rota del lado contrario, a mi me tocó romper su pantalón y cuidar de su pierna lastimada, Yo tenia los guantes de látex, y aun así, sentía el calor de su sangre y entre la viscosidad resbalaban mis dedos; en ese momento, él aun estaba lucido, se incorporó ligeramente y con dolor, me suplico lo hiciera con cuidado, y entonces vi sus negros ojos , vivos e inquietos; el collarín que protegía ya su cuello, le hacia verse más fuerte y corpulento. Después de liberar y proteger su pierna, di paso a que otros terminaran de desvestirlo, me situé detrás de su cabeza y sosteniendo su cara entre mis manos le hablaba al oído para calmarle y lograr que estuviera quieto, entonces, completamente desnudo, Mechita, la enfermera en turno, se dio vuelo aseando su cuerpo. El amplio tórax, velludo, musculoso, los brazos como mazas. Ferulizámos el muslo y la pierna y terminamos después de revisarlo. Tomamos radiografías del cuello y la pelvis, examinamos cuidadosamente los signos vitales; no sé porque pero de pronto me descubrí obligándome en esta tarea con el mayor esmero. Poco a poco el también se fue calmando, y entonces una sonrisa asomó de sus labios, y estrechó mi mano mientras volvía a tomar el pulso, juró delante de todos dejar para siempre aquella motocicleta, coqueto preguntó mi nombre a Mechita, y sonriendo comentó:
-- cuando salga de esta vengo por usted doctora--
Esa misma noche se le había operado, se colocó un clavo dentro del fémur, y un aparato voluminoso estabilizando la fractura de su pierna: un fijador externo; Yo lo imaginaba ya fuera del hospital en dos o tres días, sin embargo, 24 horas después, por la tarde, empezó con ligeras agitaciones y
trastornos de la conciencia, irritabilidad y agresión contra las enfermeras, e insultos a los médicos, por cierto, ese día Yo me encontraba lejos; el pulso se aceleró, aparecieron manchitas rojas en las
conjuntivas y el pecho, la desorientación y después, el coma profundo e incierto, el paso a terapia intensiva, la intubación de las vías aéreas y la asistencia ventilatoria, y la docena de medicinas por las venas.
Yo me asomo día a día y para mi infortunio nada cambia. El rítmico sonido del ventilador llena todo aquel universo, la manguera que penetra por la boca y la garganta, el cuello que se hincha y el tórax, en un sube y baja armónico y perfecto; los
negros ojos, cubiertos por gasas embadurnadas de pomada y antibiótico, la flacidez en los músculos del pecho, las manazas ahora débiles y macilentas, atravesadas por agujas y catéteres de plástico. Ausentes los movimientos propios de su cuerpo, me
acerco y paso una mano por su rostro, y discreta la recorro por su cuerpo; la respuesta absolutamente nula a tantos medicamentos, y entonces cierro los ojos e imagino aquella sonrisa y aquel gesto
coqueto, y aquella invitación a salir que esperara otros tiempos.

II

Estoy de guardia, la sirena anuncia la llegada de una ambulancia, mi cuerpo tenso, no sé que me espera. Como siempre en estas rutinas de
emergencias asumo mi puesto y comienza el ajetreo.
Al llegar al hospital, esta tarde, subí de dos en dos los escalones y como siempre me asomé a su lecho, ¡inmensamente vacío!, permanecí inmóvil y en silencio, dentro clamaba por un milagro, y la voz de una enfermera del servicio: -- no aguantó más,
murió por la tarde--
Murió por la tarde, y yo tan lejos-- no aguantó más—no pudo hacerlo.
Gritos y ordenes; abrir de puertas, --Doctora, es otro de motocicleta-- y entonces todos
asumimos nuestras tareas, en la camilla, un hombre de aspecto joven, con chamarra y pantalones de cuero, le rodeamos, unos inmovilizan el cuello, otros canalizan venas,
Yo, como siempre me pongo los guantes de látex y empiezo a cortar el pantalón, para descubrir la pierna herida, hay gritos de dolor y angustia:
--doctorcita, con cuidado por favor-- implora, y levanta la cabeza y se que me esta viendo, y entonces, haciendo caso omiso de aquella mirada, tomo el mando y ordeno: -- pronto a rayos X-,
y me doy la vuelta sin siquiera verlo.-

Texto agregado el 17-01-2004, y leído por 503 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-01-2004 Quienes alguna vez estuvimos cerca de un centro de trauma encontramos en esta prosa el valor agregado de ese intangible que liga al médico de emergencias con ese ser en angustia extrema. Es un texto rico y fuerte. Gracias por compartirlo hache
 
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