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LA MORDIDA
R. Pratdesaba


Le llamaban “Nacho Mataculebras”. Medio pariente, medio tío, se asomaba de vez en cuando por la casa solariega de mis abuelos, en tierra cafetalera. De aspecto tosco, con su eterna barba mal recortada y su sempiterno sombrero panamá, se asomaba a la puerta de la casona, escondido en un grito de ¡ llegaron las culebras. !

Mi abuela se metía en la cocina. Mi abuelo no hacía caso y nosotros, los niños corríamos a su encuentro ávidos de ver la última colección de serpientes con las que el tío Mataculebras se hacía el importante en ese de vez en cuando en que se asomaba a nuestro balcón.

Tenía una mágica cualidad, según nos decía, de tomar cualquier ofidio con su mano, e “hipnotizarlo” para que no le mordiera. Siempre nos lo creímos, ya que invariablemente llevaba una serpiente en cada bolsillo de su gran chaqueta de cuero y, su a “mejor amiga”, enrollada sobre su cabeza, debajo de su manoseado panamá, otrora aparentemente blanco y hoy, de colores indescifrables. Corría entre la familia la creencia de que, si lo mordía alguna víbora, no le sucedía nada, ya que estaba inmunizado a los venenos de dichos reptiles. Desde pequeño había manipulado, a su antojo, cuanta culebra veía o pasaba por sus lares. Había preparado un medio rudimentario de inocularse, por raspado, pequeñísimas cantidades de veneno de varias serpientes, que lo fueron preparando para el futuro.

-Conocía a la perfección las 10 o 12 especies distintas de serpientes venenosas de la región.- Esta es una pequeña “Barba Amarilla”, esta es una “Cantil de agua” o esta es una “Coral verdadera” nos decía-. Nosotros veíamos con admiración y respeto aquellos animales venosos, que sacaba de sus bolsillos con pasmosa facilidad, pero que podían mandar al hospital, o al cementerio, a cualquier cristiano en cosa de pocos minutos. Ignoro porqué siempre estaban tranquilas. Dormidas, se podría decir. Conocía, digo, a las serpientes del lugar, pero ignoraba nombres y apariencias de ofidios de otras regiones o países, ya que, un día, después de haber leído sobre víboras de África, le pregunte si conocía una “mamba” y se quedó tal cual. Ni respondió.

Mi madre lo hacía salir de casa, aduciendo que si se escapaba alguna de aquellas “animalas”, nadie iba a salir vivo si le daba por perseguir a la gente.
–“Las serpientes no comen gente - prima- comen ratones y lagartijas”-, le decía mostrando sus dientes manchados de tanto tabaco, y soltaba una carcajada.
Sus dos incisivos superiores, largos y amarillos se me antojaban dos colmillos de Cascabel dispuestos a clavarse en la primera víctima que apareciera.

Gustaba de hacer bromas con las serpientes, acercándolas a nuestras caras o persiguiendo a mi abuela por la cocina y los corredores de la gran casa. Ella gritaba y corría tapándose la cara. Esto exasperaba a mi abuelo quien terminaba amenazando al “tío” y a sus culebras con la escopeta “12” que tenía siempre a su alcance. –“Por si se cae alguna de esas culebras hijas de la gran puta- o para su domador de circo”-amenazaba. Santo remedio. Los reptiles volvían a los bolsillos o a la cabeza de Nacho. Se tomaba su café y se iba tan tranquilo, soltando su carcajada viperina.

Cerca de la Navidad, al principio de diciembre, mi abuela cumplía años. Era fiesta invariable; acudían parientes y no parientes, se mataba un becerro, se cocinaba algún jabalí de monte y se bebía licor de maíz.

Un ocho de diciembre, cuando ya la fiesta estaba empezada llegó “Nacho Mataculebras”. Se había tomado, según parecía por su apariencia, en el camino, algún que otro trago de aguardiente, ya que le costó trabajo bajarse del caballo. Llevaba en la mano un ramo de flores envuelto en papel de estraza. Los papeles de regalo eran falacia en aquellas tierras.

-¡Abuela!- ¡ Rosas para ti!- y le alargó el ramo. La vieja, ojos de mis ojos, desde que nací, agradeció el gesto. Tomó un jarrón vacío y quitó el papel a las rosas para colocarlas en el recipiente, previamente lleno de agua. En ese instante, del mismo medio de las rosas, asoma la cabeza verde de una serpiente de palma. Lengua intermitente, mirada fija e hipnotizadora. Pequeña, pero impresionante...

Un grito de agonía. Una carcajada enmarcada en dos dientes de serpiente. Mi abuela en el piso. Las rosas sobre su pecho y la culebra reptando entre los pies de los presentes. Todo el mundo corre. Mi padre aguanta a mi abuelo, quien había cargado su escopeta y se disponía a soltarle el primer cartuchazo al “hombre-serpiente” y el segundo a la “serpiente – serpiente”.

La abuela se recuperó un poco del susto como a los tres días, cuando pudo hablar. Estuvo en estado catatónico por 72 horas. Luego estuvo dos semanas en casa mejorando, pero a los dos meses del episodio, murió.

–Fue el corazón- dijo lacónicamente el doctor del pueblo. Con ella murió mi niñez.

“Nacho Mataculebras” no volvió más. Lo sacaron a patadas de la fiesta, la cual obviamente terminó, y no se le vio por esos predios en años.

Me fui a la capital. Estudié biología y me especialicé en... serpientes. Me hice Herpetólogo. Siempre con mi abuela en mente. Siempre con el tío “Mataculebras” a cuestas.

El gobierno nos encargó, junto con un médico, para que fundáramos un pequeño instituto de Herpetología para empezar a estudiar y a producir sueros antiofídicos nacionales, ya que los importados eran caros y moría mucha gente por mordedura de serpientes y falta de atención.

Pude tener los animales que recordaba de mi niñez: la “Barba Amarilla-Nahuyaca” que ahora para mí era “Bothrops Asper-Atrox”, la Cascabel muda, para mis estudios “Lachesis muta”; la “Cantil mano de Piedra” o “Atropoides nummifer” y así esa serie de serpientes venenosas de meso América, todas con venenos poderosos hematotóxicos, es decir que trabajan sobre la coagulación de la sangre, al contrario de las serpientes de otros continentes que son más neurotóxicos, o que atacan el sistema nervioso de los animales y seres humanos que muerdan. Se sabe que casi todas las serpientes del mundo tienen un veneno que afecta a ambos sistemas, aunque predomina uno sobre el otro. A partir de estos venenos, elaboramos los antivenenos para las diferentes especies de serpientes. En Asia hay serpientes con venenos similares a los americanos, pero con estructuras de proteínas distintas, por lo que no necesariamente una persona inmune al veneno de las serpientes americanas tiene que serlo de las serpientes asiáticas.

Me dediqué, por simple curiosidad, a estudiar algunas serpientes asiáticas muy venenosas, y me llamó la atención la Víbora de Rusel, de Siri Lanka, cuya mordedura es 90% fatal y produce un gran edema en el cerebro y sangrado de la glándula hipófisis, que regula tantas cosas del cuerpo humano.

Preparé permisos y papeleos. Tardé muchos meses, pero pude traer una Víbora de Russell. Tenía que llevar un control estricto de dicho animal, y no sacarlo nunca del serpentario, so pena de perder la licencia para tener animales no autóctonos y peligrosos.

Como niño con juguete nuevo, fui al aeropuerto a buscar “mi paquete”. Una caja, bien preparada y segura me fue entregada, para el Serpentario. Había leído kilómetros de información sobre esta serpiente en especial y la conocía como la palma de mi mano.
Abrí la caja y me preparé para transportar a la serpiente a su “pecera”. Cual no sería mi sorpresa cuando, al abrir la caja, en vez de una, encontré dos.

Ignoro porqué, pero pensé en ese momento en mi abuela y el tío “Mataculebras”.

Paré mi vehículo frente a la casona, ahora casi derruida. El cultivo del café había venido a menos, y los dueños de esos terrenos se dedicaban a cultivar caña de azúcar. Fui preguntando a los lugareños y todos me dirigieron hacia la casa de adobe, con techo de paja y balcón en el frente, donde vivía un señor grande, de barba espesa y blanca y con sombrero panamá el que usaba hasta para dormir. Se comentaba en el lugar que vivía y dormía con serpientes; que siempre llevaba una debajo del sombrero y, cuando reía, dos colmillos grandes y curvados asomaban de los labios... Siempre reía levantando la cabeza. Unos niños hasta dijeron que le había crecido cola...

-Hola Nacho- dije casi nervioso. Soy Francisco, el nieto de Rodrigo, el de la casona.
-Hola- respondió con un silbido que más me pareció un ronroneo de una serpiente de cascabel.- ¿Qué te trae después de tantos años?.
-Estoy trabajando con serpientes-le espeté sin más rodeos. Hemos encontrado una serpiente cerca de aquí, y quisiera, con sus conocimientos, que me dijera de cual se trata, ya que no soy muy ducho en la materia.-
-¿No sos vos el que es biólogo o algo así?-
-No-mentí descaradamente-. Ese es mi hermano y vive en Estados Unidos.
-¿La trajiste?
-Sí, la busco en la camioneta ahora- la traje en una caja especial.

Caminé despacio hacia el vehículo, con los ojos de mi abuela siguiéndome. No sé si me adivinaba.
Nacho miró la jaula con detenimiento y curiosidad.
-Ya sabés que a mí, los venenos de las culebras de por todo esto, no me hacen nada- comentó en voz alta.
Abrí la tapa muy despacio.
La voy a ver bien- dijo con aire de suficiencia. -Parece un cantil de agua.

Metió la mano con destreza. Tomó a la serpiente con confianza. Yo temblaba, no sé porqué. La serpiente se dejó agarrar, enroscó parcialmente su cola en la muñeca del “tío” y por su boca asomaba su lengua bifurcada sin ni siquiera hacer amago de defensa. Nacho disfrutaba. Simplemente era un juguete para él. La acercó a su cara, ya que por su edad, su vista no era la de antes. De pronto soltó una carcajada, de las carcajadas de serpiente, con colmillos y todo.

-Me quisiste gastar una broma, patojo cabrón, esta mierda de culebra no pica. Es una ratonera. Yo no trabajo estas cobardes.

De pronto la serpiente, con la velocidad de un rayo, saltó desde la mano a los labios de Nacho. La víbora clavó sus dos grandes colmillos en los labios aún abiertos, por una segunda carcajada, de Mataculebras.

-Se la envió de regalo mi abuela- le dije desapareciendo rápidamente de la escena con mi caja a cuestas.

Su cara estaba lívida. La serpiente desapareció en la hierba.
No habló. Vi que se orinaba encima.

Vi a mi abuela en su caja mortuoria.

-¡ Las rosas se las traigo en dos días, se las dejaré en la cama, junto a la serpiente de palma verde, para que lo adornen ! Grité.

Lo vi de pié, desde mi vehículo. Se fue derrumbando poco a poco. Cayó de rodillas.
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Sigo trabajando con serpientes. Me gusta ese trabajo. Lo disfruto. Tengo la foto de mi abuela frente al escritorio. No sé porqué, pero siempre está sonriendo.







Texto agregado el 19-01-2004, y leído por 2187 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
01-04-2006 Genial Rodrigo... una ventana abierta a nuestro magico mundo verde, y claro, al amigo mundo de la literatura y de la ciencia. Me encantó! Un abrazote!! Thais
01-04-2006 Que buena historia, mejor narración. Detallada, morosa, repleta de imágenes y el castellano que se hace sentir expansivo, comunicando. Felicitaciones...hayque seguir leyéndote... aukisa
18-12-2004 Excelente. Muy bien narrado, además que ese nieto me cayó muy bien, siempre hay que defender a los abuelos.Van mis 5* y felicitaciones. jorval
05-10-2004 Impresionante la descripción, los personajes. Estupendo de entretenido. libelula
27-05-2004 interesante, me deje atrapar y casi salto con el final...vaya venganza....*****besos lisinka
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