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Después de tantos fracasos Felipe entendió que nació para permanecer realmente sólo, esperando de la vida a su gran antónima, la muerte, que desde siempre ejerció una danza constante sobre sus hombros, sus piernas y sus ojos.

Al fin esa noche de febrero asimiló frente a nadie, que sus manos estaban para ser amantes del grafito y del papel, mientras consumía a sorbos mínimos esa cerveza con sabor a verdades y secretos revelados.

Felipe le apostó a la noche, con estrellas y todo, al principio se sintió patético, pero luego, con destellos de resignación decoró su alma de soltero de tal forma, que tenían acceso a los rincones sólo él y por supuesto, siempre su nostalgia.

No era fácil enfrentarse al espejo, y ver cada vez menos cabello en su cabeza ni menos, aprender a esconder sus cansados ojos tras las arrugadas cortinas de sus párpados.

Paradójicamente la soledad no viene sola, y esa noche lo descubrió más que por casualidad, por destino. Y lo asumió. Así como asumió los nudos –eran varios– en el pecho, en los dedos, en la piernas... La escencia o la presencia de su constante soledad, empezó a convertirse en un dolor físico, en un dolor material y profundo. Muestra de ello eran las lágrimas que caían sin permiso a tres centímetros de su nueva cerveza.

Las parejas que lo rodeaban, no creaban un ambiente precisamente ameno, pero a esta altura ya era una herramienta para jugar al fantasmita voyeur de las conversaciones, de las miradas, de los pies que se tocaban por debajo de la mesa y de las bocas que se buscaban como animales y se resistían como humanas.

Felipe descubrió con objetividad que la soledad tiene matices, como tentáculos que se aferran al recuerdo y se nutren de los ecos y silencios del entorno.

Hubo un momento en que su mutismo fue interrumpido por una dama que reunía todas sus exigencias en cuanto a cánones de belleza, alcanzando a pensar que el destino era caprichoso, y quizo enamorarse de esa voz, pero fueron las palabras de su musa inesperada, las que rompieron el encanto como se rompen las copas en los momentos más cruciales: “quiere usted degustar el nuevo ron añejado en barril por más de treinta años?”

Años atrás podría haber pensado que ese era un mensaje de no sé dónde, pero ahora entendía que sólo debía recibir el trago, agradecer con la cabeza en gesto de aprobación, y regresar a su nostalgia a prueba de esperanzas.

Frente a él, una silla de modernísimo diseño y un color alegre que, realmente, no venía al caso, pero sobre todo, ante él, una silla sóla que se tornaba insolente y le dibujaba una sonrisa que parecía más un tic o un fallo de sus sistema nervioso.

Tiempo atrás, Felipe le epostó al cariño en diferentes versiones, tamaños y promesas. Le jugó a la verdad y recibió el engaño; le apostó al romance y retornaron reproches, se decidió por el lenguaje misterioso de los cuerpos y sólo recibió el olvido.

Por momentos extrañaba al padre que nunca tuvo y se consolaba con la medre que siempre estaba, pero era tan pasajero, que no tardaba en caer nuevamente sobre la mesa para llorar desesperadamente.

Definitivamente las parejas se veían bien, defendía el amor y la entrega, sólo que en su particular –o debo decir en su singular– no se manifestaba.

***
Viernes 21 de febrero, la muerte asqueada de tanta pena, decide escribir la historia de Felipe, sentada frente a él en una silla modernísima de color amarillo, y se prepara para darle el abrazo definitivo que lo condenará a ser un fantasma eternemente, y por supuesto, a ser un fantasmita solitario.

Texto agregado el 25-02-2003, y leído por 423 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-06-2012 En cualquier momento de la vida vivimos lo que vivió "Felipe" una soledad infinita. Un beso por siempre. 202
 
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