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Cuarenta y siete pasos

Despierto y veo mi oscura y familiar celda. ¿Cuánto tiempo llevo ya encerrado en ella? No lo recuerdo. Sólo recuerdo la pacífica oscuridad y la terrorífica luz, aquella que aparece sólo después que me han sacado encapuchado, he caminado por el pasillo de los cuarenta y siete pasos, me he sentado en la silla de dentista, me quitan la capucha y comienzan los dolores junto con algunas preguntas por nombres, lugares, planes y otras cosas que no entiendo.

¿Qué actos tan atroces habré cometido como para merecer el estar acá encerrado y ser torturado periódicamente? Desgraciadamente tampoco lo recuerdo, pero incluso así me arrepiento de haberlos cometido. Este castigo tan grande sólo puede significar que soy un ser de los peores que puedan existir. Cuando comienzo a divagar de esta forma casi me siento feliz por los castigos a los que me someten, de seguro que los merezco y sólo me falta alentar a mis captores para que me torturen de alguna forma aún más dolorosa (¿existirá algún dolor peor?).

Hay momentos en los que creo que toda la realidad que existe es mi oscura celda, el terror luminoso en la silla y los cuarenta y siete pasos que los separan. Cuando te han borrado hasta los recuerdos, no tienes más realidad que aquella que te repiten una y otra vez, aquella que obligan a hacer tu realidad, tu único mundo. La rutina es creadora de mundos y realidades. Sombras, pasos, luces, dolor, preguntas, silencio, más dolor, pasos y sombras nuevamente. ¿Qué espacio me queda para inventarme otra realidad, un mundo que me guste más?

Debo inventarme ese espacio que me abra otro mundo diferente a las luces, pasos y sombras que me enloquecen. Puedo optar por crear un mundo totalmente nuevo, sin ninguna restricción, por ejemplo suponer que estoy enterrado en un agujero bajo tierra en un planeta extraño donde los seres viven felices sobre la superficie y sólo debo esperar que algún niño curioso o perro juguetón escarben lo suficiente como para encontrarme. Creo que si escojo un mundo totalmente desconectado de mi situación, como el que les acabo de mencionar, mi locura va a empeorar en vez de mejorar. Quizá eso es lo que más me conviene en este momento, la mejor salida que puedo tener es la locura, mientras más loco estoy menos conectado con los sufrimientos reales también estaré. Creo que no funcionará, creo que nuestro ser está preparado para eso, así como no nos es posible dejar de respirar para morir cuando lo deseamos, tampoco podemos escaparnos hacia una locura de manera conciente, deseándolo. Estoy obligado a seguir viviendo con esta realidad mientras mis captores me sigan repitiendo una y otra vez ese único mundo que conozco. Escojo inventar un espacio que si está relacionado con mi mundo actual, algo que me explique el por qué estoy en esta situación.

Nuevamente el pesimismo me atormenta y sólo puedo pensar en las atrocidades que debo de haber cometido para merecer el mundo que me han impuesto mediante la repetición de la conocida rutina. Comienzo a repetirme que no soy culpable, una y otra vez, sin saber por qué lo hago, incluso sin creerlo. Si la repetición funcionó para ellos, también deberá funcionar para mí. Soy inocente, soy inocente, soy inocente, ... cuarenta y siete veces, luz, dolor, preguntas, silencio, soy inocente, soy inocente, soy inocente, ... cuarenta y siete veces, oscuridad, tranquilidad.

Tengo dudas, ¿soy inocente o culpable? ¿de qué? Nunca he escuchado que se me formule algún cargo. Es curioso, pero no recuerdo que alguna vez alguno de mis captores me haya acusado de algo. En todo caso no me extraña porque hay muchas cosas que ya no recuerdo, como mi cara, mi gente (¿existe mi gente?), el mundo allá afuera. Ya no sé qué es el mundo allá afuera, para mí es ahora sólo una frase que aprendí en algún lugar, pero no la asocio a ninguna imagen, a ningún olor, a ningún recuerdo.

Cuarenta y siete, la silla, las preguntas de siempre, y me atrevo a hablar. Mi voz pareció la de un extraño, no me reconocí mientras hablaba. Mientras mi cara seguía fija en las luces (obligada por algún mecanismo a mirar esas infernales luces) escucho la risa mas extraña que pueda existir, una risa no alegre, tampoco triste. Quizá macabra sea una palabra más precisa. Quizá la risa haya sido absolutamente normal, pero para mi mundo, sin exterior, sin risas, sin sonidos, esa risa es lo más extraño que podría escuchar. Los dolores vienen una y otra vez, sin preguntas de por medio. Ese es el precio de haber escuchado mi propia voz y la extraña risa, un precio no muy alto para alguien que casi no conoce de otras cosas.

Soy inocente, soy inocente, soy inocente, oscuridad, tranquilidad, reflexiones. La repetición funciona, ya me creo inocente, o al menos merecedor de un trato mejor, de una explicación. Sigo sin recordar qué puede ser ese mundo exterior y menos aún qué me condujo a este mundo que ahora vivo. Sea lo que sea, ya estoy convencido de que al menos merezco la explicación del por qué estoy acá encerrado y qué se espera de mí. Mi voz y la extraña risa que escuché me despertaron y me siento consciente que hay un mundo allá afuera y cada vez más deseoso de conocerlo o de volver a conocerlo.

Treinta y tres, treinta y cuatro, aire fresco a la derecha, treinta y cinco, ..., cuarenta y siete, silla, preguntas dolor. Doce, trece, aire fresco a la izquierda, catorce, cuarenta y siete, afuera las esposas, afuera la capucha, la tranquila oscuridad de mi celda. Ahora lo sé, exactamente a los treinta y cuatro pasos desde mi celda (o trece de vuelta desde la sala de torturas) hay un pasillo hacia la derecha que debe conducir hacia el exterior (por el aire fresco). La rutina incluye ahora la verificación del aire en el paso treinta y cuatro, justo en ese momento giro mi cabeza hacia la derecha y recibo el soplo directamente en mi cara, no se imaginan lo refrescante que se siente, incluso a través de la capucha, ese aire es lo que ahora me mantiene vivo, ese aire representa el mundo exterior que volví a encontrar y que cada vez recuerdo más. Recuerdo los árboles, recuerdo el sol, recuerdo caras, recuerdo una mujer, recuerdo niños, recuerdo una noche de invierno, recuerdo un grupo de uniformados armados entrando a mi casa, recuerdo la primera vez que conocí la capucha y las esposas, recuerdo los primeros golpes y las primeras visitas a la silla y las luces, esas fueron quizá las que más me dolieron. Finalmente recuerdo las respuestas a las preguntas que constantemente me hacen en la sala de torturas.

Treinta y tres, treinta y cuatro, el aire (es de día, ya aprendí a diferenciar la temperatura del aire que llega a mi cara) me da fuerzas para no hablar otra vez. Creo que si me faltara un día este baño de aire refrescante, terminaría por hablar, por delatar. Cuarenta y siete, silla, luces, preguntas, silencio, dolor, recuerdos del aire y del mundo exterior, doce, trece, giro la cabeza a la izquierda y el aire del atardecer me agradece mi silencio una vez más.

Se abre la puerta, colocan la capucha, colocan las esposas, faltó el clic, no cerraron. Es mi oportunidad, me lo repito una y otra vez, es mi oportunidad, debo mantener la calma y la concentración. No sé cuántos hombres me escoltan hasta la sala de tortura, supongo que no deben gastar más de uno, últimamente me están llevando al mediodía (gracias al aire lo reconozco) y como soy antiguo y nunca he presentado resistencia, supongo que no permitirán que algún otro esforzado uniformado deba levantarse del comedor sólo a trasladarme, cuento con esto. Sé que es mi única oportunidad, pero ahora que tengo memoria, ahora que he recuperado mi mundo no vale la pena vivir si no es en él. Afortunadamente mis sentidos se han vuelto más agudos y siento perfectamente los pasos del hombre que camina a mi izquierda. Es delgado y no muy alto (por la altura desde donde proviene el sonido de su respiración). Treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, intencionalmente me tropiezo, espero y escucho que él se agacha a levantarme, junto mis manos y con todas mis fuerzas le doy un golpe entre las piernas, rápidamente me quito las esposas y la capucha, mientras el desgraciado se retuerce de dolor en el suelo, paso las esposas por su cuello y lo ahorco, me asombro de mi fuerza, creía estar mucho más débil.

Rápidamente le quito el uniforme al individuo que acabo de matar, me lo coloco y avanzo por el pasillo esperando que nadie me vea. Paso por fuera de varias puertas a ambos lados del pasillo, las que afortunadamente están cerradas. Al final del pasillo está el mundo. Me detengo a pensar un momento y me percato que mi imagen debe ser horrible, a pesar del uniforme robado, de seguro debo necesitar un buen baño. Me arriesgo y entro a un baño que afortunadamente está vacío. Me lavo lo mejor que puedo y me miro en el espejo. Mi rostro me parece familiar, de inmediato me recordé, instantáneamente volvieron a mi mente los momentos felices de mi vida, no sólo el dolor ha formado parte de mi vida, debo salir de acá como sea.

Abandono el baño, camino a paso constante hacia la salida, realizo un saludo militar a los dos uniformados de guardia en el edificio, quienes responden ávidamente, avanzo, salgo a la vereda, doblo a la derecha, camino a paso ligero incapaz de contener las lágrimas.

****

La vida en el exilio junto a la familia es un paraíso, en comparación al mundo que me correspondió vivir. Por momentos me olvido de todo lo vivido, ya que no está en las constantes repeticiones de mi nuevo y feliz mundo, y es en esos momentos en que me obligo a repasarlo mentalmente, una y otra vez, para hacer de ese período una parte de mi mundo, quizá la parte más desagradable de él, pero tan real como el resto.

La gente de este país debe pensar que estoy loco, y quizá no están muy lejos de la realidad. Cada mañana se quedan mirándome cuando salgo de mi casa a buscar el periódico a la otra esquina y, justo en el mismo punto, día tras día, giro la cabeza hacia la derecha, respiro profundamente y me río con la risa más alegre que algún hombre pueda emitir, luego vuelvo la vista al frente y continúo, treinta y cinco, treinta y seis, ...

Jota

Texto agregado el 22-10-2006, y leído por 613 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
09-01-2007 Buena denuncia, sobre todo en este tiempo en el que se comienzan a morir los responsables. Me parece que si se quitan las repeticiones el cuento gana. Porque aunque se busca la tención de lo que es la repetición proia de los torturadore, n siggnifica que el escritor deba torturar al lector repitiendo frases. Explica mucho de la consciencia humana de aquellos que han sufrido ese horrible crimen de la tortura. roberto_cherinvarito
05-12-2006 Es un relato estremecedor, que no sé ni como comentarlo, porque si pienso que es el relato de hechos reales que te han sucedido a ti, me avergonzaría si dijera las estupideces convencionales de los comentarios. La maldad, no es patrimonio de los nazis, ni de las dictaduras históricas de tal o cual pais. Es patrimonio nuestro, del ser humano y seguirá siendo por los siglos de los siglos. A veces me pregunto por qué los generadores de esa maldad, los dictadores, son juzgados de acuerdo con la ley, y no les caen las mismas torturas que ellos infligieron a los demás. La muerte, para ellos, es insuficiente, pero bueno, esa es una apreciación que tal vez lo unico que consiga es dar una vuelta más a la espiral del odio, del abuso y de la inhumanidad. Me estremeció tu relato, es cuanto puedo decir. crazymouse
28-11-2006 Un escrito muy inteligente que me lleva a profunda reflexión. El final es excelente...saludos.. Kurmos
09-11-2006 Que puedo decirte...no tengo palabras, tan solo estrellas. ***** LORD_USELESS
05-11-2006 atrapante y agobiante relato!!! cuanta injusticia! efelisa
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