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La sala de chateo

Ocho y cuarenta minutos de la noche de un día martes a mediados de junio. Acabo de terminar de cenar después de un día normal de trabajo. Soy inspector en una escuela básica de un sector residencial de la capital. Nada especial, pero mi vida es tranquila, soy soltero y dedico mi tiempo libre a ver televisión y navegar por internet.

Estoy comenzando a aburrirme de visitar siempre los mismos sitios y ver las mismas páginas web. Voy a probar el mundo de las salas de chateo. Encontré un sitio en español que parece tener bastante movimiento. Hay una sala de chateo llamada “Los Treinta” y supongo que ahí habrá gente con intereses parecidos a los míos. Me decido y hago clic.

Debo escoger un sobrenombre, difícil pregunta ¿Cómo quiero que el resto de los chateadores me conozca? ¿Puede un sobrenombre proyectar e incluso definir la personalidad de un cibernauta? No estoy seguro de las respuestas, por lo que prefiero tomarme un tiempo para inventarme un buen sobrenombre, uno que represente la imagen que me gustaría proyectar.

Seis y cuarenta y cinco de la mañana. Suena el despertador y me preparo mentalmente para un nuevo día de trabajo. Hoy es miércoles. Hay ensayo para el próximo desfile de escuelas, debo coordinar a los diferentes cursos y escoger a los alumnos que portarán los estandartes. Nada muy difícil. Hoy llega la nueva profesora de primer año. Debo recibirla, presentarla al resto del cuerpo docente e introducirla en el funcionamiento de nuestra escuela. Espero que sea una persona de trato fácil. Debo confesarles que el trato con otros adultos me es un tanto complicado.

- ¿Don Alfonso? – Buenos días, soy Marcela, la profesora que suplantará a la señorita Cristina. ¿A las diez en su oficina? – Perfecto, gracias y nos vemos.

Nueve y cincuenta y cinco. ¿Cómo se recibe a una persona? ¿Qué debo decirle para hacerla sentir integrada y cómoda? No tengo idea. ¿Qué me gustaría que me dijeran a mí al comenzar un nuevo trabajo en un lugar en donde no conozco a nadie? Nada. Sólo desearía que me dejaran sólo para yo ir presentándome poco a poco al resto de la gente.

- ¿Don Alfonso?

Ese soy yo. Ella está a la entrada de mi oficina. ¿Está todo en orden? Si. Al menos lo suficiente para causar una buena impresión inicial.

- Adelante

Se presenta, me comenta acerca de sus trabajos anteriores, de sus capacidades, habla algo acerca de niños con problemas y programas de educación. Se detiene. Está esperando que yo conteste o comente algo.

- Bienvenida a nuestra escuela y cualquier cosa que necesite no dude en hacérmelo saber.

Sonó cordial y casi no se notó el temblor en mi voz.

Ocho y treinta de la noche. Me encuentro nuevamente frente a la pantalla del computador retomando la decisión de ayer. He pensado usar el nombre de algún personaje de alguna película. Quizá algo en inglés, de algún héroe de acción. Alguien quien se ve enfrentado a alguna decisión difícil y no duda en tomar el camino correcto, aunque sea el más difícil. Lo tengo. Mi sobrenombre será “neo”, como el protagonista de The Matrix. Ese hombre si que representa lo que quiero proyectar.

Nueve y quince. Aún no me atrevo a digitar ese nombre en la página de entrada a la sala de chateo. Si coloco ese nombre voy a tener que actuar como él, al menos frente al resto de los integrantes de la sala. No sabría qué decir. Siento vergüenza de presentarme con ese nombre, de imaginar lo que el resto se imaginaría de mi, de escribir una línea de texto y saber que varias otras personas van a leerlo como “neo dice: bla, bla, bla.”. Ellos pensarán: un “neo” no puede pensar de esa forma, un “neo” habría opinado tal y tal cosa. Creo que “neo” no es un buen sobrenombre para mí. Creo que por ahora no me atrevo a ser “neo”. Decisión postergada.

Siete y treinta de la Mañana. Voy conduciendo camino a la escuela. Repaso mentalmente mi próximo día de trabajo. Nada fuera de lo común. Entro en mi oficina y comienzo a revisar unos papeles cuando suena mi anexo.

- ¿Don Alfonso?

La llamada me encontró tan concentrado en los papeles que no tuve tiempo de reaccionar. Gracias a que no pensé antes de responder, las palabras que salieron de mi boca fueron:

- Mi padre era don Alfonso, sólo llámame Alfonso.

Cuando estaba comenzando la segunda sílaba de la segunda aparición de mi nombre, me percaté de la situación y ya estaba comenzando a arrepentirme. Me alegro que los aparatos telefónicos no puedan aún trasmitir los colores. Marcela hubiera visto su visor completamente rojo. Del resto de la conversación no recuerdo nada más que el auricular del aparato temblando al lado de mi oreja. Me imagino que me solicitó una entrevista o algo parecido, porque a la media hora sentí que ella llamaba a mi puerta.

La conversación que tuve conmigo en ese momento fue algo como lo siguiente: Alfonso, es ella la que desea conversar contigo algo respecto al trabajo. Es ella la interesada en colocar un tema de conversación. No es tu responsabilidad iniciar conversaciones. Sólo por cordialidad puedes intentar responder con más de una sílaba, pero no es una obligación. Esas reflexiones me calmaron lo suficiente como para decir.

- Adelante Marcela, está abierto.

Ella entró y me comentó que se había sentido muy a gusto en su primer día de trabajo y necesitaba que le ayudara a completar unas planillas de notas cuyo formato no entendía muy bien. Es extraño, pero no recordaba para nada su apariencia. Cuando el cerebro está demasiado concentrado probando combinaciones de palabras que signifiquen algo antes de decirlas, queda poca capacidad de retener e incluso de ver las imágenes que pasan ante nuestros ojos. Tenía la apariencia de una chica recién salida de la universidad, con bastante talento pero sin nada de práctica. Sus ojos eran más oscuros que su cabello castaño. De inmediato pensé que yo en su lugar me hubiese cambiado el color del cabello. ¿Cómo puede alguien atreverse a andar por la calle mostrando ojos más oscuros que su cabello? ¿Cómo no se dan cuenta de lo extraños que se ven? Bueno, al menos debo reconocer que ella es valiente. A mi me daría una gran vergüenza. Le ayudé con su trabajo y casi sin hablar me despedí de ella.

De vuelta casa y frente al monitor. Mientras conducía de vuelta a casa se me ocurrió una idea genial. Puedo escoger como sobrenombre para la sala de chateo el nombre de un animal. Pensé en la cobra. Al primer descuido te ataca. ¿Qué va a pensar el resto de los integrantes de la sala? Van a creer que soy alguna clase de personaje frustrado a causa de las artes marciales. Quizá “tigre” pueda ser un buen sobrenombre. Me imagino la pantalla: “tigre dice: ¿Qué tal cleo, cómo estuvo tu día en la oficina?”. No va a funcionar. Me imagino a “cleo” con un ataque de risa pensando “¿Cómo alguien que ya pasó los treinta puede autodenominarse tigre?”. Me estoy percatando que el buscar un sobrenombre que proyecte una imagen demasiado exagerada puede resultarme en el efecto contrario al deseado, es decir, que la gente al otro lado de la pantalla se pregunte “¿por qué necesita colocarse ese sobrenombre?”. Decisión postergada hasta mañana.

Cinco y cuarenta y cinco de la mañana. Desperté hace un rato después de soñar con Marcela y no he podido conciliar nuevamente el sueño. Fue un sueño extraño. Ella y yo conversando largamente de algún tema sin importancia. Yo nos veía desde lejos y yo parecía hablar tanto como ella. No noté temblores ni en mi voz ni en mis manos, y ella hasta parecía entretenida con la conversación. No creo en la interpretación de los sueños ni menos aún en sus capacidades predictivas, aunque no puedo negar que este sueño si me gustó. Me sentí casi normal. Debo buscar alguna excusa para hablar con ella hoy.

Sentado en mi escritorio y mirando por la ventana hacia la vereda de enfrente. Ya tengo la excusa pensada, sólo me falta atreverme a marcar su número y llamarla a mi oficina. Vamos Alfonso, no puede ser tan difícil, la gente acostumbra a hacerlo todos los días. Respiro profundamente y marco el 402. Uno, dos, tres segundos.

- Aló
- Aló, ¿Marcela?
- Si, con ella. Hola Alfonso, ¿Cómo estás?
- Bien gracias, ¿Y tú? ¿Cómo dormiste?

¡Mierda¡ ¡Cómo pude decir eso! ¿Qué te pasa imbécil, que no piensas lo que dices?

Uno, dos, tres, cuatro segundos. Risas.

- Bien, pero podría haber sido mejor.

¿Qué me quiso decir? Bueno, luego lo pensaré. Ahora debo seguir con la excusa…
- Perfecto, a las cuatro entonces en tu oficina. Gracias nuevamente por el favor.

Colgué el aparato y me sequé el sudor de las manos y la cara. Ella quedó comprometida a ayudarme con el diseño de unos afiches publicitarios para la escuela.

Quince horas y cincuenta y siete minutos. Estoy parado frente a la puerta de la oficina de Marcela. La verdad es que no sé qué estoy haciendo ahí. ¿Deseo poner a prueba mi sueño? ¿Quiero probarme que puedo mantener a alguien interesado en una conversación por más de cinco minutos? De pronto me di cuenta de la verdad: me interesaba esa mujer. No podría haber sido en un peor momento. Ahora me tiemblan hasta las rodillas. Se acerca el director caminando por el pasillo.

- Buenas tardes Alfonso. ¿Visitando a la recién llegada, eh?

No sé él si logró entender alguna de las palabras que salieron de mi boca, pero ya no las recuerdo. Finalmente tuve que llamar a la puerta. Cuando la miré más detenidamente se confirmaron mis sospechas. Esa mujer me fascinaba, a pesar de tener los ojos más oscuros que el cabello. Quizá eso era lo que más me gustaba de ella. Quizá su valentía para atreverse a mostrar ese rasgo en público. Me entretuve pensando que hasta era probable que se hubiese aclarado el cabello justamente para resaltar esa diferencia. ¡Dios, qué valentía!

Discutimos cerca de veinte minutos acerca de contenido del afiche. Hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien de igual a igual, es decir, excluyendo a los alumnos. No fue tan fantástico como mi sueño, sin embargo me dejó muy satisfecho.

Ocho y treinta de la noche del viernes. Sentado una vez más frente al monitor. Me siento optimista. Ahora si que lo voy a conseguir. Mi estado de ánimo me impulsa a usar como sobrenombre algún artista conocido. Comienzo a digitar “dali”. Estoy casi decidido a hacer clic en el botón “aceptar” y se me aparece la imagen del gran artista mencionado. Soy un fanático de su obra, pero realmente no quiero que las otras personas que chatean conmigo se proyecten en sus cabezas la misma imagen que yo me imaginé. Perfecto, sólo debo buscar algún artista que no tenga cara de loco. Recorro mentalmente una lista de varios artistas. Interpreto las obras que recuerdo de ellos. Mala idea. No conozco artistas que parezcan gente normal y yo quiero que mis compañeros de sala de chateo crean que soy uno más de ellos. Una vez más se posterga la decisión.

Voy a pasar el fin de semana a la casa de mis padres y disfrutar del aire marino. Eso me servirá para refrescar mis pensamientos, aclarar ideas y planear mis próximas movidas.

Lunes otra vez y el fin de semana sirvió solo para hacerme desear más a Marcela. No conseguí dejar de pensar en ella. Voy a invitarla a tomar un café luego del trabajo.

Me estoy comenzando a sorprender de mi mismo. Me atreví a invitarla, ella aceptó y pasamos una tarde fantástica conversando del mundo y contándonos nuestras historias. Me extrañó mucho la imagen que ella dijo tener de mí. Me ve como un hombre maduro, seguro de sí mismo y muy entretenido. Por un momento logré abstraerme de la situación y nos observé desde lo alto, en el techo del café. Esa era la imagen de mi sueño. Observé mis manos y no temblaban. Escuché mi voz y sonaba firme y segura. Esa imagen de nosotros desde lo alto me dio el valor suficiente como para tomarle la mano y decirle que me sentía profundamente atraído por ella. Ella sonrió y apretó más fuerte mi mano.

Once de la noche. En casa frente al computador. Por fin sé cual es el sobrenombre que deseo para la sala de chateo. Digito “alfonso” y presiono “aceptar”. Ya estoy dentro de la sala. Hay diecinueve personas conversando. Veo los mensajes pasar rápidamente por pantalla. Presiono el botón “salir de la sala”, apago el computador y llamo por teléfono a Marcela diciéndole cuánto la he extrañado en los últimos veinte minutos.


Texto agregado el 28-10-2006, y leído por 243 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-11-2006 no puedo hacer comentarios.... pero está muy bueno el cuento!!! mujersinnombre
28-10-2006 Una muy excelente vision, sin embargo, el ser humano, aun teniendo lo que desea y sintiendose a gusto..continua la busqueda!!! Aytana
28-10-2006 Exacto, s la idea que tengo yo del chat,sòlo sirve para elque no tiene lo qu quire en la vida real y si lo ha encontrado para què perder tiempo ahì? Muy bien! doctora
 
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