No tenía hambre, el pobre, sus ojos parecían dos cáscaras secas de plátano. Vestía tan mal, olía peor, era un despojo humano. No se alimentaba de nada más que de basura. Pero tomaba, y cómo tomaba. Ron sobre todo. Mucha gente se preguntaba cuándo iba a morir, hasta cuándo resistirá su cuerpo, pero cada mañana, allí estaba, rasgando los tachos de basura, mendigando unos centavos para tomar por las tardes, era un despojo de basura… Una tarde le vi tirado a la orilla del río. Me le acerqué y vi que estaba con los labios abiertos, no tenía uno solo diente, y si esas púas negras lo eran, qué asco dios mío. Vi como las moscas y cucarachas se paseaban por sus ojos, su boca, sus oídos, y pensé que estaba muerto. Miré que sus brazos estaban mordisqueados por ratas. Dios, me dije, qué asco. Le faltaban unos trozos de dedos… Está muerto, pensé. De pronto el pobre hombre se movió. Llamé a la ambulancia y vinieron a recogerlo. Lo llevaron a emergencia y lo colocaron en una cama, con suero y esas cosas. Diariamente le iba a visitar. Le pregunté cómo se sentía. Me miró a los ojos, lo sentí lejano, sentí que un muerto me miraba. Qué pasa, le dije medio asustado. Quiero un trago, me dijo. Le expliqué su delicada condición. Dejó de mirarme y repitió: quiero un trago. Me levanté y le pregunté a la enfermera: hasta cuándo va a vivir. Ella me dijo que era un milagro que aún viviera. Es una especie de cartón seco con un poco de sangre circulando por sus venas, se ve que sufre pero parece que se ha acostumbrado al dolor y no siente nada, nada… Pobre hombre, me dijo. Me puse a pensar y recordé el trago que me había pedido. Salí a la calle y compré un buen trago de ron. Volví al hospital y se lo di. Gracias, me dijo. Tomamos en silencio, y luego me contó que hacía años que no hablaba con nadie, que siente que hace mucho que está muerto, y que cuando ve a la gente, ve sombras, y tan solo busca entre esos fantasmas a su madre y su hermano, su familia a quien él produjo la muerte al llegar a su casa borracho, dejar la bombilla de gas abierta y salir a la calle, y ver, desde la esquina de su casita cómo explosionaba todo el mundo. Vio el cuerpo de su hermano y de su madre volando en pedazos por la calle, quemados vivos, quemados para siempre de su vida… Le escuché y bajé la mirada, entendiéndole. Le miré nuevamente y me dijo si había visto a su madre y a su hermano por este purgatorio. Le dije que no. Volteó la mirada y gritó que me esfumase, que ya estaba cansado de ver muertos y más muertos. He visto a todos los muertos que he conocido en vida, a todos menos a mis seres mas queridos, debo de estar en el infierno… Me levanté y ya estaba por irme cuando me di cuenta que la botella de ron caía al suelo y se hacía pedazos. Volteé y miré al tipo. Me miraba directo a mí. Me asusté. Iba a irme pero vi que su seco rostro esbozaba una sonrisa y sus ojos eran dos pozos azules como la noche. Está muerto, me dijo. Me acerqué y vi que su pulso no latía. Ya era todo de noche y las enfermeras se habían ido a sus casas. Iba a irme pero no, me dije que debía enterrarlo. Cogí un pedazo de sábana y lo envolví. No pesaba nada. Lo cargué hasta sacarlo del hospital sin que nadie se diera cuenta. Esto era fácil, era un hospital de emergencia y todos dormían, o todos estaban muertos… Caminé con este despojo de ser humano y lo llevé hacia el basural. Cogí una palangana y excavé unos metros. Una vez hecho el forado, lo eché y empecé a cubrirlo, y mientras lo hacía creí ver dos sombras a mi lado… Era una mujer y un muchacho. No me asusté. Por qué, me dije… Tan solo son muertos enterrando a sus muertos, nada más. Terminé y fui hacia mi casa. Entré y aún todo estaba oscuro. Busqué mi cama y me eché, tratando de dormir, y dormí como un muerto…