Era una tarde fría de sábado, hacia una llovizna diminuta, como agujas que te golpean la cara, y ahí estaba yo solo en medio de la muchedumbre, en medio de la plaza de san Victorino, en medio de putas, tenderos y vagamundos, llegue sin afán, era otro día mas, otro sábado para trabajar, sin mayor incomodidad saque los tres conejillos de indias que tenia en ese entonces, y la 12 vasijas cada una con su agujero para el juego que comenzaba, los niños comenzaban a agolparse, los gamines las putas y uno que otro perro mirando con lujuria a los conejillos, entonces todo adecuado, comienzo mi bazar de apuestas, por uno, por otro, quien da mas, quien va a perder, yo los tenia muy bien entrenados, y sabia que no me iban a defraudar, ellos eran los que se me comían las ganancias, porque sabia como quitarles el dinero a los incautos, cuando de pronto, ella apareció, con su sonrisa clara, de ojos entrecortados por la brisa que bajaba de los cerros, al verla me quede vació por un instante, con su belleza me absorbía completamente, ella, despreocupada, solamente veía a los conejillos, y sin pensarlo aposto, como los demás, yo doy la partida y mis animales huyen despavoridos, justo donde acababa de apostar aquella muchacha, esta vez no quedo nada, esta mujer había hechizado a esta pobre bola y sus roedores secuaces, pero ella, me miro y me dijo, yo gano, pero usted va a ganar mas conmigo de lo que cree, así, termina esta historia, ya que termine con el negocio, porque ella sabia preparar los conejillos de indias que por perdedores terminaron en una olla, y a mi me termino metiendo en una cama