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Una noche de verano



Eran todos aquellos rostros tan familiares, los rostros de la nostalgia y los buenos ratos. Me rodeaban en aquel viejo y querido bar de la esquina dónde íbamos a retozar todos los viernes; rostros alegres y queridos. Mis amigos, eran mis amigos, aquellos de las partidas de fútbol en Plaza Moreno, los de las mateadas por la tarde y el truco por la noche. Mis compañeros, los que siempre iban a estar allí, cuando hubiera problemas, cuando hubiera cerveza, cuando alguna amiga de sus novias estuviera solita... ah, si allí estaban, aún ahora puedo verlos: En la punta estaba Martín, ese de la piel lechosa y la carita de modelo. Martín era el que más levante tenía del grupo, el que mandáramos siempre al frente, y detrás, como buenos buitres carroñeros que éramos, nos escabullíamos el resto. Sí, allí están de vuelta, aún ahora las recuerdo vívidamente, las picardías y la desfachatez. “Vos mandate vos mandate que nosotros te seguimos” diría el Gordo al Martu y luego lo acompañaríamos todos con un coro de risas. Sí, el Gordo estaba sentado a mi derecha, aquel pelirrojo rollizo con carita alegre. Enfrente mío, Raúl, el tipo tranquilo, se prendía un pucho con movimientos recatados y pacientes. Y el bueno del Enano a mi izquierda todavía no había dejado de bajarse su vaso de birra cuando ya se estaba pidiendo otra.



Jaja, claro que sí! Buena noche, cálida y húmeda como sólo una noche de verano en La Plata sabe serlo. Sí, buen escabio también. Habíamos empezado a tomar temprano y ya eran cerca de las tres y todavía no parábamos. Yo sentía el gusto agrio y reconfortante de la cerveza impregnando mi boca, y me abrazaba ya un dulce mareo y una inexplicable alegría. Que buenos momentos tomando unas cervezas con amigos, en aquellos momentos uno no puede pedir nada más de la vida, sólo puede sentirse infinitamente agradecido por habérsele permitido disfrutar de aquello, por saber valorarlo y saborearlo como algo único. Si... era tan sencillo arrancarle a la vida un fruto de felicidad en aquella época.



Las chicas se acercaron a la mesa hacia las cuatro. Eran cinco. No las conocíamos, pero era tal la desinhibición y el clima de bienestar que se había formado merced al alcohol y a la calidad humana de aquellos pibes que no tardamos en terminar charlando y riendo a carcajadas. Se sentaron con nosotros, por supuesto atraídas por la apariencia y la labia del Martín. Nos quedamos como una hora parloteando; el alba ya despuntaba por detrás de la Catedral. Se pidieron unas cervezas con nosotros (las cuales obviamente hubimos de pagar) y ya le mangueaban unos puchos al Raúl como le pedían piquitos a Martu. Hablamos de muchas tonterías, y nos reímos otro tanto. Hablamos de sus vidas, de las nuestras, nos bromeamos, rozamos la literatura cuando una confesó estar leyendo “Rosaura a las diez”, de Marco Denevi: “Camilo Canegato!”, dije yo que me sentí identificado, “Mitad perro mitad gato” en un comentario que arrancó algunas risas. Finalmente fue el Gordo quien les insinuó algo más para cortar con el histeriqueo. Por supuesto todo en tono de broma: en tono de broma se insinúo el Gordo, en tono de broma se excusaron y en tono de broma se despidieron. Nadie le reprochó nada al Gordo, por supuesto. La verdad que ni nos molestó, supongo que no tiene nada de malo histeriquear, en realidad, en aquellos momentos de borrachera y dicha uno no puede querer nada más. La charla continuó animada un ratito más.




La pelea comenzó hacia las seis. El sol disparaba ya sus primeros rayos y a mí me pegaban justo en la nuca. Entre el calor del ambiente, la pesadez del aire, y los vahos del alcohol, debo decir que tener que soportar al sol en mi espalda no me hacia ninguna gracia. Todo ocurrió de golpe, las risas se silenciaron para presenciar el cada vez más notable amontonamiento de gente que se formaba a unos diez metros de nosotros. Enseguida distinguimos a los contendientes, aún pese al mareo era imposible no verlos, allí, en la calle, en medio del círculo de espectadores, a escasos centímetros de donde pasaban a gran velocidad los autos conducidos por el etanol. Uno era un pibe grandote de rulitos y una camisa celeste con una gran mancha de vomito. El otro era un enanito escuálido que estaba en cuero mostrando su ridículo cuerpecito. Me llamaron la atención las prominentes paletas de la espalda huesuda de éste ultimo, enseguida me vino a la cabeza la imagen de Camilo Canegato. Mitad perro y mitad gato, pensé para mí reprimiendo una risita.




Me levanté de súbito, la sangre me bajó de la cabeza como cayendo por una cascada y se plantó en mis piernas tambaleantes por el alcohol. Los chicos levantaron la cabeza para verme mejor, supuse que debían estar tan mareados como yo. No tenía ganas de que hubiera una pela, o tal vez yo también quería pelearme, no lo sé. La adrenalina corría en torrentes por todo mi cuerpo y la sangre se me revolvía loca de excitación chocando contra mis sienes. Enseguida comenzaron a empujarse, el vomitado no tardo en tirar al piso al bajito. Yo me metí en el medio y así al primero por las muñecas. Yo también era un tipo grandote, incluso más que aquel, por lo que no me costó nada alejarlo del caído y empujarlo hacia el centro de Diagonal 80... un auto pasó zumbando a mis espaldas, alguien me gritó un improperio. Solté al pibe de la camisa celeste vomitada y me le planté enfrente. El petisito no vino, tal vez la prudencia pudo más que los daiquiris que debía tener encima. Vomitado dudó unos momentos, se quedó mirando sobre mi hombro, no me cabían dudas que buscaba desafiante al Petisito. De repente dio un paso hacia delante y se encontró con mi pecho endurecido y la sonrisa de pelea que ya dejaba al descubierto los dientes blancos y filosos. Creí que se acobardaría y todo habría de terminar allí. Pero no. Quizá fue porque había muchas chicas mirando, quizá fuera muy orgulloso, no lo sé. Todo lo que sé es que un puño filoso exploto en mi rostro sin aviso ni invitación. Yo mostré los dientes y gruñí satisfecho, había sido un buen golpe, había sido una buena noche, y ahora tendría una buena pelea. Tal vez cuando todo terminara hasta le podría invitar un trago, sí, por qué no?.



El mismo puño volvió a buscar mi rostro por segunda vez, era un golpe torpe, tal vez sobrio lo habría esquivado sin dificultades, pero en el estado en que me encontraba me pegó de lleno... claro, ni me movió un pelo y el pobre no se esperaba la seguidilla de piñas que le colmaron la cara. De repente se tambaleó y cayó al piso boca arriba con la nariz ensangrentada y un pequeño corte en la ceja izquierda. Nos miramos un momento por encima del jadeo de nuestra respiración y las bocinas de los autos que cortaban el aire a nuestro alrededor. Le tendí mi mano sin orgullo ni piedad. Extendió la suya con gesto adusto y una sonrisita cómplice le iluminó el rostro. El resto fue el comienzo de la pesadilla.



Ocurrió todo tan de golpe, con una velocidad tan cruda y directa que apenas puede distinguir lo que pasaba. En una dimensión el pibe de la camisa vomitada sonreía con franqueza y me robaba a mí una sonrisa mientras me estiraba la mano para que lo ayudara a pararse.

En otra dimensión, la cabeza de Vomitado reventaba como una sandía de pesadilla bajo la llanta del auto azul. La sonrisa se desvanecía en una explosión escarlata, rosada y blanca, y en un crujido de ultra tumba. Adentro del auto las risas femeninas fueron cortadas de golpe. Los ojos castaños y opacos como un charco de agua sucia de la chica que estaba leyendo “Rosaura a las diez” se encontraron con los míos a través del vidrio de la puerta trasera. Apenas una fracción de segundo en el tiempo-mundo, pero una eternidad en el tiempo-sueño:
el terror que me invadía aniquilando toda remanencia del alcohol, la chica que me miraba sin ver desde el auto salpicado de sesos, la muerte que bailoteaba a mí alrededor y se pegaba a mi cuerpo helado por el pánico. Y la cabeza, la cabeza reventando en pedazos, la sonrisa que se deshacía en una tormenta de dientes manchados de rojo. Y el cuerpo!, Dios! el cuerpo que se convulsionaba sin cabeza!!!Se seguía moviendo en el piso! Aún cuando el auto se alejaba seguía agitándose. Un pez horroroso que se debatía por volver al agua, por volver a la vida!!!. Temblaba de una forma bizarra, bailoteaba siniestramente en el hormigón, y cada vez que hacia contacto el asfalto con la camisa celeste vomitada y empapada con sangre producía un lúgubre chasquido cuya intención era claramente volverme loco. “Avísenle!, avísenle que esta muerto jajaja, muerto cachorro, estas muerto jajaja”.



La huida del auto azul, la llegada de la policía, el contacto frío y cruel de las esposas, el primer contacto. Fue todo un sueño, o una ilusión?. “Homicidio culposo” había dicho el juez, “Noo...” había balbuceado entre lágrimas mami.
“Vení chiquitín, esta noche dormís conmigo. Y no te olvides de traer tu culito” había dicho Ricardo, el sidoso. Sí, todo era un sueño, o una ilusión?.




Me ves ahí? Allá, solo en aquel rincón. El HIV es una enfermedad muy cruel, lo mata a uno en vida, lo mata a uno sin dejarlo morir durante cinco años que se prolongan como un cosmos dentro del cosmos. Se es un zombi, un zombi de veinticuatro años arrancándose mechones de pelo del cuero cabelludo infestado por hongos. Sí, yo soy aquel que tose y se encoge de hombros dejando al descubierto la lepra que ya me carcome las entrañas. Me ves sentado? Yo sí te veo. Ya sonrío con mi sonrisa sin dientes, ya extiendo mi mano huesuda para saludarte. Y ahí, al lado mío también te saluda él, no lo ves acaso? Aquel muchacho sin cabeza que se agita repulsivamente y se acerca para cobrar la deuda contraída aquella noche de verano. Sí, estoy dispuesto a pagarla.






Nota del CHEwy:
Esto es todo una ficción, incluso los personajes. Por cierto, me quedé con ganas de escribir más sobre la vida en la cárcel, pero ya se me hacía demasiado largo. Quién sabe, tal vez algún día me saque el gusto.

La verdad es que el cuento en sí no significa nada, es un cuento, lisa y llanamente. Su único propósito es contar una historia, entretener unos minutos; nada más. Sin embargo, cada vez que lo leo me produce escalofríos. Lo escribí el año pasado, el cual fue un año bastante vacío para mí... estaba muy desganado... no sé, algo no estaba bien. Ahora estoy estudiando Zoologia y les aseguro que nunca me sentí tan bien conmigo mismo y con lo que hago. El ensayista Santiago Kovadloff dijo que no hay nada mejor que tener por profesión el Hobby de uno... sí. Ahora sé que esta historia jamás tendré que vivirla, el vacío se ha llenado...
Bueno, esto se me fue al carajo, y la verdad es que no sé a quien le puede interesar... Perdón! y Suerte en sus vidas!!
PD: Zoología es DEMASIADO BUENAAA XD!!!

Texto agregado el 21-02-2004, y leído por 1400 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-04-2004 Muy buen relato:vigoroso y catártico. Me gustó mucho. Un besote muuuuy grande!. solyceres
02-03-2004 Luego de leer este texto, me quedé mirándole, tratando de asimilar el impacto que produce el vértigo que le imprime al texto a partir de esta frase:"Todo ocurrió de golpe, las risas se silenciaron " Las imagenes van "flasheando" situaciones. Es durísimo como relato, y es probable que requiera una pasadita de lija en el inicio, pero es una estupenda obra. gracias por compartirla hache
25-02-2004 que chido eh... rifó de verdad ArianaEscobar
 
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