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Tras la neblina añil pudo contemplar una silueta femenina, curvilínea, desnuda, apenas deformada por el ondulante vapor. Sus manos atravesaron las nubes azules con la pretensión de tocarla; sin embargo, justo en ese momento despertó, era el tercer día en el que tenía el mismo sueño. Los sueños repetitivos no eran una novedad para él, aún recordaba aquel en que se le caían los dientes y que le atormentó por el lapso de una semana, hasta que un amigo suyo psicólogo (que es el único tipo con esa profesión en el que confiaría), le reveló una terrible ansiedad y como por arte de magia la onírica tortura cesó. Pero en esta ocasión su deseo no era terminar con aquel sueño, sino descubrir quién era la mujer que se escondía tras las nubes azules.

Decidió que ese día si el sueño se repetía, haría lo posible por descubrir la identidad de la mujer, lo que se proponía era muy difícil ya que el sueño es un acto inminentemente inconsciente, pero aún así lo intentaría. Volvió a soñar aquella noche con la misteriosa mujer trató de acercarse y verle el rostro, dio algunos pasos y ella, a la vez, retrocedió lentamente, cuanto más se aproximaba él, ella más retrocedía, hasta que empezó a correr. Inflamado por un fuerte y excesivo deseo él fue tras ella, sintió que una bullente excitación se apoderó de él cuando estuvo apunto de alcanzarla; sin embargo, tropezó y cayó, despertando en ese instante algo sudoroso y con el corazón acelerado. Todo aquel día no pensó en otra cosa que no fuera la mujer misteriosa, estaba absolutamente obsesionado, había sentido una pasión y un deseo incomparable, ninguna mujer del mundo real y concreto lo había atraído de esa manera. Tenía que alcanzarla, no había otro chance para deshacerse de la angustia que ahora invadía sus sentimientos.

Transcurrieron semanas sin que el sueño se repitiese, eso lo lleno de un amargo anhelo, debía de verle el rostro, por alguna extraña razón pensó que si la lograba ver ella se materializaría, se volvería real y él la encontraría y así podría saciar el terrible ardor que le provocaba su silueta envuelta en el vaho azul. Una de aquellas noches en las que pensó que explotaría de ansiedad y pasión, por fin, después de una martirizadora espera volvió a soñar con la mujer. Ahora, con lo ocurrido anteriormente, tenía que ser cauteloso, dio unos pasó lentos como esperando la reacción de ella, no se movió y eso le dio más confianza para avanzar, se acercó despacio para no asustarla y que se echara a correr como la vez pasada, se detuvo sólo cuando estuvo delante de ella, estiró las manos para tomarle el rostro; sin embargo, un gran temor se apoderó de él, era el miedo, la aprensión de perder los sueños, de que estos se esfumen cuando se concretizan, que no sean tan intensos como en nuestras esperanzas de conseguirlos. Cayó al suelo desvanecido por la desazón, por su cobardía. Se encontraba inmóvil mirando hacia abajo cuando una mano le cogió la cara, al parecer ella no tenía los mismos temores, ambos pudieron verse a los rostros, que no eran rostros, eran algo lisos oscuros, vacíos.

En ese instante dos personas despertaron en lugares distintos, asustadas, aturdidas, pero sobre todo con un sentimiento enorme de profunda soledad.


Texto agregado el 20-03-2007, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


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