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lo primero que se deslizó en su mente, no habiendo levantado la pesada carga de sus párpados, fue que el firme jalón en sus manos era parte de un sueño a todas luces imperfecto; de esos que es mejor desechar en cuanto uno despierta, sin tratar de entablar lazos innecesarios. Pero al sentir el rose de aquellas manos contra las suyas deslizarse con esos precisos movimientos, y el calculador suspiro que anunciaba una presencia a sus espaldas, la deseada fantasía se diluyo, quedando sólo y sin razones, parado ante aquella pérdida, que lo quisiera o no, llevaba algo de nostalgia.
Su reacción, como siempre lo era, fue tan tardada como la absolución de un condenado a muerte, llegando en el último minuto. Sus sentidos estuvieron congelados, hasta que lentamente, arrojados por fuerza hacía la realidad, recuperaron las atrofiadas y perdidas sensaciones. Además, el candado final, un pañuelo del que el olor delataba su vejez, llego a instalarse sin obstáculos, quedando dispuesto a no ceder ni un milímetro de su ganado dominio. Dicho pañuelo entró en su boca como predestinado para dicho fin, y sujetado tan firme, como todos los amarres que lo aprisionaban, y ajeno a cualquier docilidad, llegó a su destino, desapareciendo cualquier posible resquicio de movimiento en su rostro. Las últimas gotas de saliva fueron absorbidas para dar paso a una sequedad que le calaba en lo mas hondo, y que de pronto, borro cualquier recuerdo de otro sabor, para discretamente intentar salir de su boca y convertirse en otro candado para su prisión.
Una a una, las partes de su cuerpo emprendían embestidas para desprenderse; y una a una caían rendidas en aquel mar de dudas. Sólo lograban aumentar la presión, especialmente en el cuello, de donde los amarres eran jalados por una cuerda madre que los hacía regresar de sus destinos, como no queriendo perderlos. Esta cuerda fue jalada, haciendo que aprisionase mas su traquea y disminuyera el aire que llegaba a su cerebro. Su boca, cabeza, cuello y piernas, gastaban sus últimas fuerzas sin efecto alguno, hasta quedar de nueva cuenta adormecidas. Sus pies, aprisionados por los tobillos, permitieron que experimentase los últimos movimientos, que también cayeron rendidos. Poco a poco fue cediendo hasta quedar postrado sobre el monumento a su fracaso.
Entendió que estaba sobre una silla no por que lo pudiera ver, ya que los amarres del cuello lo dejaban de una forma en la que solo podía hacerlo hacía en frente. Se pudo dar cuenta ya que sus pies no tocaban el suelo, y la poca lógica que aun lo habitaba, le insinuaba que estaba sentado en una silla que le quedaba grande, y en la que si sus manos estuvieran libres, caerían sin fuerza hasta donde la longitud de su brazo lo permitiera. Era como si el propósito de aquella silla fuera, además de preservar su cautiverio, sostenerlo para no caer.
Contrariamente a la calma que denotaban los respiros sobre su nuca, sus pulmones jalaron desesperados el aire que les fue permitido. Después de recuperarse un poco Intentó sentir cada parte de su cuerpo sin moverse, recorrerla al menos con el pensamiento para de alguna manera saber si todo estaba ahí. Desde sus pies percibía la maestría en el manejo de la cuerda. Esta, certeramente recorría cada uno de los pies por la parte de los tobillos, dos vueltas en cada uno, sin detalles innecesarios para atarlos fuertemente entre sí, y después unirlos con otra letal jugada a la silla, que ahí sellaba el inicio de una unión interminable.
La cuerda subía de los pies hasta la cintura, haciendo presa en su camino a las rodillas, que no pudieron sino sucumbir ante la encantadora fuerza. Con dos vueltas alrededor de su cintura, y un nudo que lo apretaba por entre las piernas, dejando un reducidísimo espacio para su miembro, quedaba siendo parte de la silla.
Luego su pecho fue el objetivo. Saliendo de su desde ambos lados de su espalda, la cuerda dejaba la cintura para cruzarse en el punto central de sus pezones y llegar hasta el cuello, del que desprendía un amarre que colgaba hasta llegar a las manos, las cuales eran sujetadas con mayor fuerza y precisión. La cuerda llegaba para aprisionar las muñecas como un amarre central, del que salían amarres que cubrían su mano, una y otra vez, de su muñeca hasta pasar entre cada uno de sus dedos, de donde sangraba un poco debido a las raspaduras de la cuerda.
El cuello recibía, cual peregrinos, los caminos de la cuerda por todo el cuerpo. Para Al final terminar saliendo de el por ambos lados, uniéndose con el amarre final para sujetar el pañuelo en su boca.
Ahora la mañana se desplegaba por fin a sus anchas, comenzando a arremeter en su cara. Sintió que algo pasaría por la obviedad de la situación, y por las manos, que otra vez se presentaban para alterar su cuerpo jalando la cuerda de su cuello. Sentía la respiración acercarse por uno de los lados, hasta quedar a unos centímetros de su cabeza. Tan lejana, tan cercana, aquella respiración, que por momentos se confundía con la suya, era su fiel vigilante, que deliberadamente se regocijaba de su notable ventaja, calculando el siguiente paso.
Habiéndose recobrado del reflejo, pudo ver lo que había frente a el. Era un cuarto de pocos metros en el que pensó estar solo, hasta que el bulto que habitaba la soledad de uno de los rincones se movió. Al parecer era alguien caído, identifico la cabeza cuando esta intento levantarse. Pero Vio como regresaba a su lugar incapaz de completar el avance.
De pronto La quietud fue rota por una de las puertas, que con su gran estruendo, anuncio la llegada de un nuevo miembro. El cuerpo salió aventado, como desechado a causa de su inutilidad, y quedo en el suelo, a unos metros del otro cuerpo. Pero el asombro no disminuyo, cuando alzo la cara, se vio reflejado por completo, no era un parecido, aquella cara era la de el.
Estuvieron frente a frente, solo que parecía ser el único consiente de esto, ya que aquel parecía no poder verlo, o no darle importancia. Sentía que el hilillo de sangre que salía de su igual recorría al mismo tiempo su rostro, descubriendo cada defecto en su camino.
Aquel, su igual, como no desconociendo lo que le rodeaba, se puso en pie. Como si supiese que el otro, quien aun yacía en el rincón, estaba ahí, volteo y fue en su camino. Sin reparos le dio un puntapié en las costillas. El otro, se retorció del dolor, y batallando, logro ponerse en pié. El rostro de su igual lucio complacido, el gesto de placer denotaba que su búsqueda había sido saciada. En ni un momento se sorprendió de que el tercero en discordia, al igual que los dos, luciera el mismo el rostro. No un parecido, exactamente igual, iguales.
Mientras observaba, sintió como la respiración de quien estaba detrás seguía a unos centímetros de su rostro, solo que ahora denotaba una creciente excitación. Con esto, recibió la envestida del tercero, quien habiéndose puesto en pie arremetió contra el segundo, quien por disfrutar lo que veía, termino en el suelo, recibiendo cada uno de los golpes que el tercero dada en su rostro.
Los cuerpos se trenzaron, los dos se golpeaban con una furia que traspasaba sus ojos, pero ninguno se podía zafar. Rodaron, hasta que el tercero, ahora al parecer al mando, le propino un golpe a su contrincante, logrando sacarlo de balance, y quitárselo por un momento de encima.
Aquí perdió la noción de quien era quien, al final de cuentas los dos eran el, tanto como el era los dos. Creía que quien había estado tirado en el rincón, fue quien dio el último golpe, pero jamás lo hubiese asegurado. Ahora los dos cuerpos eran eso, solo dos cuerpos iguales entre si, he igual a el, peleando sin razón.
Ahora los dos estaban de pie, acercándose. Ni uno ni otro dudaba, los dos parecían consumidos por las ansias de acabar con el otro. Se propinaron golpes nuevamente, pero ahora, uno de los dos salio notoriamente mejor librado, dejando al otro sangrando del rostro.
Veía a los dos, pero ya sin la certeza de saber cual era cual. Las dos figuras se perdían en el reflejo que encontraban de si mismas en el otro. Por un momento se sintió tan cerca del enojo que los dos proyectaban que creyó tener las fuerzas para romper las cuerdas. Pero, la realidad era mucho más que eso, cada trozo de la cuerda parecía que se convertía en cadena, que además de seguir aprisionándolo hacían mayor el peso a cargar.
Continuaron las embestidas y los golpes, una de las dos figuras, a la que le sangraba el rostro, se lanzo para aprender a su contrincante por el cuello, y una vez que lo tuvo, utilizo todas sus fuerzas contra su rival, quien comenzaba a sangrar por la nariz.
Los dos rostros se veían envejecidos apresuradamente, como si en los últimos minutos hubiesen pasado años, y los años hubiesen dejado de existir. Cada cara se perdía en la del otro, sin distinguirse en nada, si uno sangraba el otro lo hacía, los gestos y movimientos eran los mismos.
Termino otra embestida y los dos quedaron tirados, cada uno buscando sacar las fuerzas para seguir, de algo en el otro, ya que ni el suelo dejaban de verse. Las miradas de aquellos eran como su cuerpo y la silla, destinadas a permanecer juntas.
Se levantaron decididos a seguir, pero uno de ellos lo hizo primero que el otro, buscando adelantarse, se fue con toda su fuerza buscando prenderlo. Pero el otro logro esquivarlo, con un sagaz movimiento quedo fuera de su trayectoria, dejando que aquel se estrellara contra la pared, quedando a merced de su opositor, quien no dejo pasar la oportunidad. Se lanzo ahora contra el, una serié de puntapiés fue lo primero para desarmarlo, aumentando la fuerza en cada uno.
Ahora encima de el, ya habiéndolo acabado por completo, los golpes cambiaron de destino, ahora su cara era el punto que los recibía. El parecido fue perdiéndose en la sangre que brotaba ansiosa por salir, recorriendo su trayecto para llegar al piso, en donde se iba acumulando el chorro en el que terminaría su cabeza.
Pero no quería que esto terminara, sus sentidos fueron despertados a una extraña manera, una manera desconocida. De pronto, el enojo de los dos era su enojo. Quería ser el que propinara los golpes, se veía, y el rostro no mentía, sobre el desfallecido, golpeando hasta quedar saciado. Se veía, quería ser.
Ahora su respiración era la excitada, su vigilante estaba calmado, sentía la calmada respiración debatirse entre los lados de su cuello, calculante y expectante. Emprendió nuevos intentos buscando el movimiento, pero los fracasos se volvieron a presentar.
Mientras tanto, el rostro del que yacía perdió rastro alguno de parecido, se fue sumergiendo en la sangre, que lo llenaba todo. El contrincante ganador se alzaba saciado, con la cara salpicada de aquellos puntos rojos, al igual que toda la ropa, por unos momentos pareció saciado.
Sintió la frialdad de una hoja al tocar su cuello. De arriba abajo su piel se erizo entiendo el metal, apreciando su perfección. Hasta que de pronto, el dolor empezó, cada centímetro recorrido por el metal, que entro por su espalda, era como metros y metros de tortuoso camino. Solo ahora se dio cuenta que la cuerda se había aflojado, que los amarres era soldados desertores, y que la cuerda, no desentonando, ya no estaba. Fuera del pañuelo en la boca su cuerpo era nuevamente libre para sentir todo el dolor que se presentaba.
La sangre surgió de su boca haciendo que escupiera el pañuelo, que abarcado por la sangre, cayo sobre sus manos, que lo tuvieron que recibir. La sequedad se olvido, ahora tenia el fuerte sabor de si mismo.
Ahora tenía al contrincante ganador frente de si, sus miradas volvieron a encontrarse, como habiendo estado perdidas por una eternidad. Frente a frente, los dos sangrando. Sintió las manos, que por detrás jalaban el metal para sacarlo de su cuerpo, y así, viendo su perfecto reflejo en los ojos de su igual, murió.

Texto agregado el 19-04-2007, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


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