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- Hoy haré que de una buena vez me odies por el resto de tu vida.

No había nadie en la casa de Alejandra. Su novio había salido a trabajar casi de noche justo ese día. Era un detalle que Juan no había podido dejar pasar por alto.

Se encontraban los dos solos en la habitación que él mismo había decorado tantas veces para ella con pétalos sobre la alfombra.

La miraba fijamente, su frente y manos sudaban.

- Cariño pero que dices..?!

Ella lo miraba con los mismos ojos con los que innumerables veces se había aterrado cada vez que le confesaba, también con picardía, haberse dejado cortejar por los hombres que habían pasado por su vida agitada. Y pues era lógico, Alejandra era tan sensual y hermosa. No había un sólo día en que andáse por las calles y no fuera provocadora de cientos de miradas masculinas al acecho. Su cabello negro al viento su figura larga y espigada. Sus ojos alegres, saltones y traviesos. Fue, sin duda, por mucho tiempo, el orgullo de Juan.

Pero hoy, no podía soportar ya más su presencia de ex amante obsesiva, vanidosa y atolondrada. Siempre buscándolo a pesar de su indiferencia. Siempre persiguiéndolo. Siempre buscando el motivo para encontrarlo en los lugares menos pensados. Juan era permanentemente acosado por sus encantos. Ella sabía mejor que nadie lo que le gustaba. Esa finura de sus encajes nocturnos que terminaron decena de veces regados por todo su dormitorio. Encuentros candentes, apasionantes, extenuantes, repletos de un morbo sin igual.

Pero al siguiente día regresaba la ansiedad y el sentimiento amargo de volver a ver a un ex amor que jamás ya podrá ser.

Juan sumido en una profunda depresión, esta como en aquellas veces, se vio obligado a resolver su conflicto quizá como un impulso vital que cobró en él tanta fuerza, tanta vehemencia, tanto enajenamiento. Estaba decidido. Temblaba, angustiado y asustado. Y cada vez que recordaba esto le pasaba lo mismo.

En su habitación pensaba esa noche: si había sido acertado, si había sido justiciero, si habrían de desaparecer esas carcajadas nocturnas, esa lascivia que lo angustiaba, sus ideales, sus sueños, esa mujer.

Cogía el hielo que pronto se acabaría y sus adoloridos nudillos quebrados todos ensangrentados necesitarían pronto de atención médica.

Mientras las carcajadas irreconocibles de un rostro desfigurado que alguna vez fue bello parecen ya no acecharlo más dentro de lo inmediato.

Texto agregado el 25-04-2007, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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