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Inicio / Cuenteros Locales / nanchogalarreta / Congreso sin regreso para el Dr. Rosales

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Durante nueve años seguí las conferencias dictadas por el Dr. Salvador Rosales. Mi admiración por él era incondicional. Rosales tenía la enorme capacidad para desarrollar cualquier tema como un erudito. Podía enardecer a un auditorio aunque pareciera ecléctico, indiferente, para terminar recibiendo una ovación cerrada, con el público de pie aclamando sus conceptos agudos y precisos. A veces, la profundidad de su razonamiento era tanta que podía resultar ininteligible. El Doctor navegaba a través de las aguas profundas del pensamiento hegeliano, de ahí pasaba en un instante a “La Reverberación de las Ondas Sonoras de la Flauta Traversa en una Bañadera” y enlazaba esa teoría con finos conceptos sobre “Las Estructuras de Color en las Geometrías no Euclidianas”.

Así se sucedieron las charlas en Estambul, Quito, Marruecos o Madrid, hasta su última disertación en Pozo del Guanaco, una perdida localidad donde apenas sesenta personas, es decir todo el pueblo, escuchaban estupefactos los conocimientos que el Doctor lanzaba al aire como palomas de papel, que algunos alcanzaban a atrapar y otros veían pasar volando sin entender nada. Indiscutiblemente, el pensamiento del Doctor no era para todos.

En el pequeño “Teatro Cooperativo Pozo del Guanaco” se desarrollaba la conferencia “Una aproximación a la lógica del adoquinado en San Telmo”. Era habitual que Rosales ejemplificara o redondeara conceptos mediante citas lejanas o fuera de contexto, pero de pronto, para trazar un paralelo con los malos políticos, se refirió al guanaco y su célebre escupida como un animal sucio y traicionero, olvidándose por un instante del nombre del pueblo que lo había invitado. Para su infortunio, el teatro no tenía butacas sino sillas metálicas. La primera de ellas cayó cerca de la tarima donde el Doctor hablaba. Luego fue directamente una lluvia de sillas, llaves, paquetes de harina, tomates, biromes clavadas en papas y todo lo que podían arrojar los sesenta habitantes de Pozo del Guanaco sobre el conferencista. En los años que llevaba siguiendo a Rosales a través de conferencias y congresos jamás había visto algo semejante. La furia dio lugar al delirio colectivo, y hasta el único policía del pueblo comenzó a caminar resueltamente hacia el expositor agitando su cachiporra. Había clima de ajusticiamiento, de ritual mesiánico. Alcancé a salir en medio del tumulto, escuchando los gritos del Doctor que ya navegaba en brazos de la gente a dos metros de altura. Le di arranque a la camioneta pisando al mismo tiempo el acelerador a fondo, y en diez minutos estaba sobre la ruta asfaltada que conduce a la Capital.

Durante semanas leí cuidadosamente los diarios y vi todos los noticieros de la tele. Ni una noticia sobre el Dr. Rosales. Claro, es fácil en un pueblo tan pequeño ponerse de acuerdo para ocultar un asesinato, un linchamiento o lo que haya pasado. Pero ahora soy el más devoto admirador de la Dra. Máxima Normatella, cuyas conferencias son verdaderas ceremonias del saber, es capaz de desarrollar cualquier tema científico, político o filosófico, y además, es mucho más bonita que Rosales.






© RNPI Nº 155707 - Junio 2008



Texto agregado el 25-04-2007, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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