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III
Los vecinos del barrio “303 viviendas” nunca supieron bien que era lo que ocurría en ese departamento del segundo piso.
El complejo habitacional constaba de tres pisos y de seis departamentos por piso, dieciséis monoblocks de dieciocho departamentos mas uno de quince separados por una calle central que culmina en una rotonda, por lo que esa calle es la única de entrada y salida al complejo.
Juan Manuel, como todos, había logrado esa vivienda a principios del año pasado gracias a los planes del Instituto Provincial, los primeros meses estuvo allí con una mujer, nunca se supo si era su esposa o concubina, pero esto duró poco.
Unos meses después la mujer se fue y no volvió a aparecer por el complejo, a los pocos días, en el departamento de Juan Manuel comenzaron a vivir dos filipinos, que trabajaban en los buques pesqueros y una brasilera, morena y robusta, que según los mentideros de los vecinos, estaba trabajando en un cabaret de la zona portuaria.
Los filipinos permanecieron largo tiempo ausentes, seguramente el tiempo que duró la marea, es decir la temporada de pesca del langostino, generalmente unos seis o siete meses, y recién a fines de octubre, principios de noviembre volvieron a verse por el complejo.
Verse es un decir, porque salían ya bien entrada la noche y regresaban a altas horas de la mañana, generalmente alcoholizados.
La morena brasilera también salía de noche y solía regresar luego del alba, pero a diferencia de los filipinos, ella se mostraba de día también, hacía las compras en los negocios del barrio, siempre pidiendo productos en un portuñol bastante entendible y siempre tratando de encontrar vecinos que criaran gallinas que ella compraba vivas y que, sosteniéndolas de las patas introducía en el departamento del segundo piso.
A Juan Manuel no se le conocía oficio, de vez en cuando realizaba algunas changas, o al menos eso era lo que decía.-
Desde que los cuatro comenzaron a vivir allí, o mejor dicho, desde que la brasilera comenzó a vivir allí, porque los filipinos estuvieron una marea afuera, dejaron de encenderse las luces de la casa, al principio no se porque razón, pero luego porque le cortaron el servicio al departamento del segundo piso, la cuestión es que siempre se veían en las ventanas, por la noche, las danzantes luces y sombras de la iluminación de una vela.
Algunos vecinos al principio se quejaron por unos ruidos extraños, pero, por sobre todas las cosas, por el cacareo de las gallinas que cesaban abruptamente, siempre a las doce de la noche en punto.
Luego de esa hora la brasilera salía, toda vestida de blanco y no regresaba hasta el alba.
A su regreso, las escaleras que llevaban a los pisos altos del complejo, el segundo y el tercero, quedaban húmedos y con restos de algas marinas y caracolillos.
A partir de esa hora, el silencio reinaba en el departamento.-
Por el contrario de estos ruidos, Felipe Santillán continuó viviendo en la ruinosa soledad de su casilla en el basural, continuó juntando cacharros y chatarra todos los días, de noviembre a mayo, casi hasta ayer mismo, y rebuscando sobras de comida que disputaba a los perros y a las ratas en medio de la basura, el vino barato del tetra brick le ayudaba a digerirla.
Sobre mediado de mayo comenzó a sentirse mal, con dolor de estómago y fuertes punzadas en el bajo vientre.
Alguien le dijo que seguramente estaba empachado y que fuera a ver a Flora Nahuelpan, la vieja que vivía justo frente a la entrada del cementerio, que tenía fama de ser buena curandera y que en más de una ocasión había sanado a los que la visitaban.-
Después de unos días, y medio a regañadientes, Felipe se acercó a la casa de la Flora, esta le dijo que estaba empachado y que lo iba a curar de “palabra” que si en unos días no mejoraba no tenía mas remedio que “tirarle el cuero” para sacarle de encima el bruto empacho que tenía, pero que durante esos días no tomara vino.-
Puede que Felipe creyera en los poderes de doña Flora, puede que no, eso no lo podemos saber, en lo que si no creyó es en que tenía que dejar el vino, por el contrario, mas tomaba menos le dolía el estomago y el bajo vientre o menos se daba cuenta él que le dolía, que para el caso es lo mismo.-
El sábado fue el último día que Felipe visitó a Flora, el empacho no cedía y la curandera no se atrevió, o no quiso, tirar del cuero viejo y no muy limpio del Viejo del basural y menos quiso, seguramente, por el olor a vino que perfumaba su aliento a esa temprana hora de la tarde.
El domingo, casi al anochecer, Felipe fue hasta lo del “Indio Marín” el chatarrero de Deseado, le vendió unos caños de plomo y unas cuantas latas de conserva, todas aplastadas y atadas con alambre, junto los pocos pesos que el Indio puso en su mano y enfiló sus pasos para la casilla del basural.
En el último boliche del pueblo, casi en el inicio del basural, compró unas cajas de vino, que fue bebiendo por el camino, saboreando cada trago como preludio del siguiente.-
Llegó a la casilla ya entrada la noche, justo esa noche que fue la mas fría del año, no se si se acuerdan, sacudió la caja de vino que tenía temblorosa en su mano, buscando arrancarle la última gota que por supuesto no apareció, y con bronca sacó la vieja silla desfondada y la apoyó junto a la puerta, del lado de afuera de su casilla.
Se sentó en ella, pese al frió, y mas que por la pesadez de su cuerpo, por la falta de control sobre el mismo que el alcohol le privaba de tener fue hundiendo su traste en el hueco de la sentadera hasta quedar con la cabeza casi apoyada en las rodillas.
Así se durmió.

IV
La mañana del lunes Randolfo Segura, el comisario de Deseado, se levantó mas temprano que de costumbre, puso la pava sobre la cocina para tomar unos mates, se lavó la cara y mientras se secaba con la toalla, miró por la puerta entre abierta de su dormitorio el cuerpo de su mujer durmiendo.
Era una mujer joven que todavía conservaba restos de la belleza de años atrás, pero a la que ya los kilos habían comenzado a acumularse en sus carnes haciéndola mas voluminosa, aunque no menos apetecible para sus deseos, “unos años mas y tendrá cuarenta…. Se va a poner como una vaca… como todas” pensó mientras tiraba la toalla sobre el lavamanos.
Tomó dos o tres mates mirando por la ventana la escarcha que cubría las calles y el parabrisa de la 4x4 que la repartición, la Policía Provincial le había dado, decidió que era conveniente arrancarla y que se calentara el motor mientras tomaba los mates finales.
Saliendo para arrancar la camioneta, encendió la radio y escucho a la Negra Sosa cantando junto a Charli García, “mezcla de mierda” pensó, volvió dejando la camioneta regulando para que se calentara el motor, lo recibió la voz del locutor diciendo la temperatura, diez grados bajo cero y puteando por el frío que tenía que tomar, se puso el grueso coquetón de la policía cargado de las insignias que denunciaban su rango.
Mientras recorría las siete cuadras que separaban su casa de la Comisaría, se fumó un cigarrillo y encendió la radio policial, por ella se enteró de un código 412 en el Basural, muerte dudosa, y un código 115 en las “303 viviendas”, discusión familiar.
No supo por cual putear mas, el 412 implicaba papeleos, llamar al Juez, que viniera el forense, pedir una morguera al hospital, dejar una consigna en el lugar, que seguramente y con esta temperatura se cagaría de frío, pero el 115 era más complicado.-
Mandar una patrulla con dos o tres efectivos, averiguar lo que pasaba, seguramente una pelea entre un marido borracho y su mujer, o alguna infidelidad puesta al descubierto por un imprevisto arribo, tratar de calmar los ánimos, lograr que escucharan a los efectivos, en fin, hacer lo imposible para tratar de arreglar las cosas sin que tuviera que dejar constancia en papel alguno. Odiaba el papeleo.
Cuando llegó a la Comisaría decidió mandar al Oficial Principal Segundo Sepúlveda al 412 y encargarse el mismo del 115, para lo que mandó a llamar a dos agentes que estaban de guardia.
Segundo Sepúlveda se encontró con lo que ya esperaba, el cuerpo de un viejo, el Viejo del Basural, sentado en una desfondada silla, con el culo pegado al piso, la cabeza sobre las rodillas, congelado, para él pobre la muerte no fue mas que un frío e interminable abrazo que lo acompañaría para siempre.-
Sintonizó en el radio la frecuencia de la Comisaría, pasó las novedades, pidió un consigna y que se le avisara al Juez y al forense, ofreciendo quedarse allí hasta que llegara la comitiva.
El comisario Randolfo Segura llegó hasta las “303 viviendas” acompañado por los dos agentes, dos novatos recién ingresados a la policía, estacionó la 4x4 frente a la entrada del departamento donde habían denunciado los disturbios, dejó que bajaran los agentes y luego bajó del vehículo.-
No habían dado ni tres pasos cuando se abrió la ventana del departamento del segundo piso, y asomándose por ella Juan Manuel arrojó un pequeño cuerpo al vacío.-
La sorpresa ganó a la comitiva policial, por el tamaño no podía ser un muñeco, pero tampoco podían creer que se tratara de una criatura, pasado el primer momento y repuesto el funcionario, ordenó a uno de los agentes que fuera a ver que había caído y con un seco “sígame” le indicó al restante que lo acompañara.-
Ambos subieron las escaleras corriendo y casi sin detenerse empujaron la puerta del departamento del segundo piso.
En un ambiente totalmente despojados de muebles, se encontraron con Juan Manuel, los dos filipinos y la brasilera tomados de las manos, danzando en un circulo macabro alrededor de una alfombra de plumas de gallinas, algunas cabeza de los picudos animales semipodridas, manchas de sangre y en el centro el bracito disecado de lo que alguna vez fue un bebe de alrededor de un año.-

Texto agregado el 29-05-2007, y leído por 460 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-06-2007 Penso que ainda terá um próximo capitulo, porque está interessante a história. Te felicito! ternurinha2006
 
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