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Estaba decidida. No se dejaría presionar como en las veces anteriores. La necesidad de abandonar la casa de los padres, especialmente de la madre, convirtió el deseo en obsesión.

Cerró contrato con el agente de la inmobiliaria por el departamento situado en el centro nuevo. Chico pero cómodo y cerca de todos lados. Lástima que no recibía apoyo, con lo tanto que necesitaba, de su novio. Éste influenciado por las melozas explicaciones de su futura suegra, casi rehusaba tocar el tema. No ayudaba pero tampoco era un estorbo.

Los padres de la joven empresaria, gente entrada en años, no conseguían concretar la idea de que su "princesita" abandonara el nido del hogar. Quizás el hecho de ser única hija, que recibió durante toda su vida los cuidados, dedicación por exceso, todos los gustos, la convirtieron en una caprichosa sin igual; resultaba imposible hacerla entrar en razones, en especial cuando ello estaba en contra de sus pensamientos, deseos o exigencias. Siempre fueron ellos, los padres, quienes aflojaron y aceptaban las directivas de la verdadera dueña de casa.

La mudanza, cuatro valijas y un velador de pie, se hizo en la camioneta del hermano de la madre, el tío Félix. Mientras cargaban los bultos, ambos padres permanecían parados como adornos en el dintel de la puerta de entrada de la casa. La madre no paraba de lloriquear, respiraba corta y profundamente; el padre, militar retirado, hombre serio y de agallas, aparentó, al principio, haber consumido la decisión de su hija. Estuvo el resto del día sin emitir vocablo, entraba y salía al jardín decenas de veces; paseó con Fobi, la perrita, más de 10 veces. No encontraba ocupación que le permitiera no pensar en el asunto.

Al día siguiente, no obstante fue pactado de común acuerdo, entre los tres, que la primera visita sería la semana posterior a la mudanza, se presentaron, los progenitores, a primera hora de la mañana en el departamento de la niña.

Trataron de convencerla. Le prometieron mil y una. En vano. Volvieron a la casa vacía.

El dolor, la angustia eran difíciles de explicar. Fue el padre el más afectado. La madre sacando fuerzas inexistentes trató de calmar a su marido.

Los días pasaron, las horas volaban una tras otra. En forma pausada el tiempo fue el regidor que, a su modo, logró iniciar una nueva vida en aquella casa en la que una vez reinó la alegría.


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@surenio

Texto agregado el 22-06-2007, y leído por 120 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-08-2007 Buen texto y una situación que se repite a diario. Pero la hija por una vez tomó una decisión adulta. Vivir sola no es fácil, dejar a los padres, menos aún, pero es lo que las jóvenes de hoy desean a determinada edad, cuando ya se sienten demasiado adultas para vivir con la familia. Los padres y ella lo sentiran cada cual a su manera, pero se habituarán y todos felices. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
23-06-2007 El síndrome del nido vacío. A veces lo padecen solo las mujeres, aqui estaba el matrimonio para "acompañarse" y darse cuenta que podran volver a sentirse "pareja" y no solo padres. No todos lo aceptan y están preparados para esa situación. La hija se sentirá muy feliz si no la llenan de culpa y puede verlos como a unos padres adultos y felices.***** monica-escritora-erotica
 
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